Diréis dónde he estado todo este
tiempo sin mandar ningún texto de los míos, pero razones poderosas me han tenido
ocupado. En primer lugar, que cuando cojo vacaciones laborales también me las
tomo de estos temas, para poder desconectar. En segundo lugar, que se me agota
la paciencia con determinadas cuestiones, y me resulta muy complicado tratarlas
en esta columna sin que se me vayan de las manos y esto se convierta en un
gigantesco esputo de veneno literario. Y claro, ese veneno tengo que soltarlo
cuanto antes, así que aviso para navegantes, porque esto es un auténtico
tsunami de mierda, nada de riqueza literaria en las esquinas: de eso no queda,
salvo por accidente, cuando nos adentramos por los suburbios mentales de este
menda. El que no quiera verse salpicado, que cierre el correo y siga con sus
cosas.
En esta vida todo está entremezclado,
a pesar de que la razón científica desenhebre la madeja de las circunstancias
para poder hacer una lectura más o menos sintética de la realidad que nos
circunda. El problema es que la realidad es una gran amalgama de circunstancias
que se interrelacionan unas con otras, las causas se convierten a su vez en
efectos, y estos en causas y muchas veces hace falta una visión de conjunto
para que no se nos escapen los detalles. Mezclo churras con merinas, y al final
me queda una mezcolanza deslavazada con la que cualquier mentecato puede
acusarme cuanto menos de caótico, y siempre de radical demagogo o antisistema.
Cojo el atentado de Francia, el precio del petróleo, el Estado Islámico, la
venta legal de armas en África, el
derrocamiento de líderes a lo largo del globo terráqueo y me quedo tan ancho.
Luego, como en aquella película, “Una mente maravillosa”, me dedico a
interconectarlo todo con hilillos de color rojo sangre, creando un tupido tapiz
en mi mente en el que la sociedad occidental y civilizada en que vivimos tiene
de todo menos humanidad, civismo y empatía, y me entran ganas de ciscarme en la
madre que parió al que tuvo la idea.
Todo esto viene a colación por la cada
vez más alarmante e increíble insensibilización que los medios de información
han conseguido crear en la conciencia colectiva, así como la escasa capacidad
para interrelacionar unos hechos con otros para ver las consecuencias últimas
de las políticas llevadas a cabo por los gobiernos occidentales y sus
implicaciones en la situación geoestratégica global. O algo así.
Me preocupa sobremanera ver la
capacidad que tenemos para vivir de espaldas al tinglado que nos rodea. Esa
facilidad para cambiar de canal mental si el que tenemos sintonizado nos ofrece
la miseria que hay cada vez más cerca del portal de nuestras casas. Ni qué
decir, la capacidad que tenemos para darnos importancia en nuestros tronos de
cristal sustentados por el sufrimiento que campa a sus anchas por todo el globo
terráqueo.
Al final, es todo como lo de los
mercados y la crisis, y otros ejemplos más en los que la responsabilidad está
tan sumamente diluida que la cuota que toca a cada uno es irrisoria, y con eso
nos quedamos tan contentos. Se habla, como digo, de los mercados, de la
situación geopolítica, del estatus quo imperante… Todo palabrejas raras inventadas
por políticos y otros artistas del arte del engaño que nos brindan la
oportunidad de mirar a la realidad a base de eufemismos, y así no sobrecogernos
hasta la médula con lo que hay ahí fuera.
La gente muere, es cierto. Pero no
es lo mismo morir en una cama de hospital rodeado de los tuyos que en un campo
de refugiados comido por las moscas. Ni es lo mismo recibir cristiana sepultura
en un cementerio elegante previo embalsamamiento que ver cómo te van cayendo
paladas de tierra encima, arrojadas por algún enloquecido de Boko Haran. Cuando
veo la absoluta indiferencia de la comunidad internacional al respecto de estos
temas os puedo asegurar que se me sale el diablillo que tenemos dentro y me
dice cosas al oído que no puedo transcribir con palabras educadas.
Así que he estado unos días en
barbecho, en lo que las Navidades pasaban con su alegría y su jolgorio callejero
mientras el diablo seguía haciendo de las suyas por los arrabales de Occidente.
Viendo cómo Mariano canta saetas porque las cifras le cuadran mientras sigue
siendo legal que los bancos puedan echar a la gente de sus casas o que se
permita que un niño no coma tres veces al día. Cómo el odio sigue expandiéndose
por todo un Sahel muerto de hambre al que nadie quiere ayudar más que a sacar
sus riquezas del subsuelo (y luego robárselas). Cómo la tragedia sigue estando
donde siempre, y a la vez más cerca, y cómo crecen las escusas para hacer como
que no las vemos.
Ale, ya avisé al comienzo de que me
iba a quedar a gusto en este texto, para empezar el año con fuerzas. Ya habrá
tiempo de análisis pormenorizados, de explicarme cuando digo que la economía es
la nueva herramienta de los señores feudales para someter al pueblo y de
cagarme en los muertos más frescos de nuestros representantes públicos, y
también mentar a la madre que parió a todos esos ibéricos porcinos que ya le
están buscando la escusa al tema para volver a votar una vez más a los hijos de
puta que nos han traído a la mierda de lugar en donde estamos.
Alberto Martínez Urueña 23-01-2015
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