Hoy voy a hacer mía una noticia, y
ciertas declaraciones. Y no porque no pudiera haberlo dicho yo mismo, o
cualquiera de vosotros, sino porque creo que hacer de multiplicador de las
buenas noticias es más importante si cabe que estar hablando todo el día de las
malas. Ya tenemos suficientes cifras económicas en la cabeza, suficientes
ejemplos y suficientes sospechas fundadas como para saber que tendríamos que
expatriar a todas las cúpulas de las organizaciones representativas de este
país y empezar de nuevo.
Al margen de que la temática o la
literatura de Pérez-Reverte puedan gustar más o menos, tenemos ante nuestros
ojos a un escritor referente dentro de nuestra cultura más contemporánea, un
escritor que ha sabido aunar la buena escritura con ser un superventas,
demostrando que sesudas filosofías pueden estar perfectamente encastradas en
una narración ágil y entretenida. Pero no pretende esto ser una pasada de mano
por el lomo de alguien a quien admiro, sino hacerme eco de su último proyecto:
un Quijote para jóvenes.
Te guste o no te guste, lo hayas
leído entero, a trozos o no hayas tenido lo que hay que tener para adentrarse
en su océano de luces y sombras y sobre todo de genialidad, estamos hablando de
la que puede ser mejor novela jamás escrita, tanto por su temática, como por su
estructura, como por su calidad literaria intrínseca. Si es complicada de leer
no es por demérito suyo, sino del propio lector, incapaz en su nivel cultural
de ascender hasta las cotas exigentes que planteó Cervantes al escribirlo. Si
no puedes leerlo, en definitiva, es porque tu cultura no da para más. No
obstante, esto no pretende ser insulto; más bien, un acicate: leer el Quijote
es como prepararse para correr una maratón, o para subir una montaña, no se
puede subir el Everest si antes no te has preparado subiendo otras cimas más
accesibles y si no te has aclimatado durante un determinado periodo a esas
alturas.
Reverte ha pretendido acercar esta
obra a los adolescentes, suavizando su densidad y su consistencia. Un párrafo
de este libro puede ser como un golpe seco de un boxeador profesional, tanto
por su complicada configuración como por el mensaje que transmite. Del Quijote
aprendí lo que es la idiosincrasia ibérica, ese río de costumbres y formas
transmitidas con más fiabilidad que los genes mitocondriales de la madre,
definida con tanta precisión como el mazo de un juez dictando sentencia.
Leyéndolo asistes a la mejor descripción jamás hecha de los caciques, comendadores,
gobernadores y demás mandatarios, así como a las sanguijuelas que medran a su
alrededor, que había en aquellos comienzos del siglo diecisiete, cuando Felipe
III todavía pretendía ampliar esas Españas donde no se ponía el sol, cuando en
teoría todavía conservaban la grandeza de un imperio que era la envidia del
resto de Europa. También enseña a esos garrulos pretenciosos pagados de sí
mismos a los que la incultura y la grosería se les hace virtudes y para quien
el grito y la chabacanería son valores en alza.
Pero no sólo es una obra para
entender al español de todos los tiempos: es una obra universal donde las haya
en las que se desgranan las pulsiones y entresijos del alma humana de una forma
magistral, tanto en las formas como en el contenido. Es un paseo por el devenir
humano, marcado por deseos que no se cumplen, oportunidades que surgen y no se
aprovechan, paisajes insospechados que ofrecen opciones, visiones divergentes
de mismas realidades… Todo ello desgranado a través de sus personajes, sobre
todo los principales, don Quijote y Sancho, sobre los que se han escrito innumerables
estudios a lo largo de la historia desde que se escribió este manual para
entender al ser humano. Es un compendio de filosofías de las que se entresaca
un saber llano y concreto que huye de los finales felices o de las tragedias
absolutas y en las que narra una existencia vital plagada de claroscuros e
incoherencias, de fracasos y absurdos, y también de pequeños logros a los que
toda persona, de una forma u otra, se ha de enfrentar y cuadrar dentro de su
devenir de la mejor manera posible.
Más allá de la defensa que hace
Pérez-Reverte del libro, hago yo la mía propia, aunque es tan parecida que me
hace sospechar. Me parece innegable la obligatoriedad de lectura de este libro
(y tantos otros) en el periodo escolar, independientemente de la rentabilidad
que esto pueda suponer para los saberes pragmáticos y económicos con que la
sociedad de hoy en día pretende pergeñar la educación de nuestros jóvenes. Entre
otras cosas, porque enseña, eleva el espíritu y conmueve las tripas, hace que
la cabeza se amueble y la hace crítica ante los embates de tantos intereses que
nos pretenden zombis consumistas incapaces de movernos por nuestras propias
ideas y convicciones. Aunque quizá por eso, sacaron estos temas, y otros, de
los planes de estudios.
El Quijote hoy en día sería una
herramienta para mejorar esta sociedad, y ya sólo por eso, merece nuestro más
absoluto respeto. Un libro que nos enseña a soñar como lo hizo su protagonista
en pos de lograr las utopías que hacen de la existencia humana un viaje
apasionante, independientemente del éxito de nuestras empresas, y que asimismo
nos enseña la honestidad y llaneza, la sencillez y aceptación que destila
Sancho ante los avatares que, inevitablemente, todos tenemos que soportar en
este camino inexplicable que es la vida.
Alberto Martínez Urueña 5-12-2014
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