viernes, 5 de diciembre de 2014

De nuevo, siempre, el ingenioso hidalgo


            Hoy voy a hacer mía una noticia, y ciertas declaraciones. Y no porque no pudiera haberlo dicho yo mismo, o cualquiera de vosotros, sino porque creo que hacer de multiplicador de las buenas noticias es más importante si cabe que estar hablando todo el día de las malas. Ya tenemos suficientes cifras económicas en la cabeza, suficientes ejemplos y suficientes sospechas fundadas como para saber que tendríamos que expatriar a todas las cúpulas de las organizaciones representativas de este país y empezar de nuevo.

            Al margen de que la temática o la literatura de Pérez-Reverte puedan gustar más o menos, tenemos ante nuestros ojos a un escritor referente dentro de nuestra cultura más contemporánea, un escritor que ha sabido aunar la buena escritura con ser un superventas, demostrando que sesudas filosofías pueden estar perfectamente encastradas en una narración ágil y entretenida. Pero no pretende esto ser una pasada de mano por el lomo de alguien a quien admiro, sino hacerme eco de su último proyecto: un Quijote para jóvenes.

            Te guste o no te guste, lo hayas leído entero, a trozos o no hayas tenido lo que hay que tener para adentrarse en su océano de luces y sombras y sobre todo de genialidad, estamos hablando de la que puede ser mejor novela jamás escrita, tanto por su temática, como por su estructura, como por su calidad literaria intrínseca. Si es complicada de leer no es por demérito suyo, sino del propio lector, incapaz en su nivel cultural de ascender hasta las cotas exigentes que planteó Cervantes al escribirlo. Si no puedes leerlo, en definitiva, es porque tu cultura no da para más. No obstante, esto no pretende ser insulto; más bien, un acicate: leer el Quijote es como prepararse para correr una maratón, o para subir una montaña, no se puede subir el Everest si antes no te has preparado subiendo otras cimas más accesibles y si no te has aclimatado durante un determinado periodo a esas alturas.

            Reverte ha pretendido acercar esta obra a los adolescentes, suavizando su densidad y su consistencia. Un párrafo de este libro puede ser como un golpe seco de un boxeador profesional, tanto por su complicada configuración como por el mensaje que transmite. Del Quijote aprendí lo que es la idiosincrasia ibérica, ese río de costumbres y formas transmitidas con más fiabilidad que los genes mitocondriales de la madre, definida con tanta precisión como el mazo de un juez dictando sentencia. Leyéndolo asistes a la mejor descripción jamás hecha de los caciques, comendadores, gobernadores y demás mandatarios, así como a las sanguijuelas que medran a su alrededor, que había en aquellos comienzos del siglo diecisiete, cuando Felipe III todavía pretendía ampliar esas Españas donde no se ponía el sol, cuando en teoría todavía conservaban la grandeza de un imperio que era la envidia del resto de Europa. También enseña a esos garrulos pretenciosos pagados de sí mismos a los que la incultura y la grosería se les hace virtudes y para quien el grito y la chabacanería son valores en alza.

            Pero no sólo es una obra para entender al español de todos los tiempos: es una obra universal donde las haya en las que se desgranan las pulsiones y entresijos del alma humana de una forma magistral, tanto en las formas como en el contenido. Es un paseo por el devenir humano, marcado por deseos que no se cumplen, oportunidades que surgen y no se aprovechan, paisajes insospechados que ofrecen opciones, visiones divergentes de mismas realidades… Todo ello desgranado a través de sus personajes, sobre todo los principales, don Quijote y Sancho, sobre los que se han escrito innumerables estudios a lo largo de la historia desde que se escribió este manual para entender al ser humano. Es un compendio de filosofías de las que se entresaca un saber llano y concreto que huye de los finales felices o de las tragedias absolutas y en las que narra una existencia vital plagada de claroscuros e incoherencias, de fracasos y absurdos, y también de pequeños logros a los que toda persona, de una forma u otra, se ha de enfrentar y cuadrar dentro de su devenir de la mejor manera posible.

            Más allá de la defensa que hace Pérez-Reverte del libro, hago yo la mía propia, aunque es tan parecida que me hace sospechar. Me parece innegable la obligatoriedad de lectura de este libro (y tantos otros) en el periodo escolar, independientemente de la rentabilidad que esto pueda suponer para los saberes pragmáticos y económicos con que la sociedad de hoy en día pretende pergeñar la educación de nuestros jóvenes. Entre otras cosas, porque enseña, eleva el espíritu y conmueve las tripas, hace que la cabeza se amueble y la hace crítica ante los embates de tantos intereses que nos pretenden zombis consumistas incapaces de movernos por nuestras propias ideas y convicciones. Aunque quizá por eso, sacaron estos temas, y otros, de los planes de estudios.

            El Quijote hoy en día sería una herramienta para mejorar esta sociedad, y ya sólo por eso, merece nuestro más absoluto respeto. Un libro que nos enseña a soñar como lo hizo su protagonista en pos de lograr las utopías que hacen de la existencia humana un viaje apasionante, independientemente del éxito de nuestras empresas, y que asimismo nos enseña la honestidad y llaneza, la sencillez y aceptación que destila Sancho ante los avatares que, inevitablemente, todos tenemos que soportar en este camino inexplicable que es la vida. 

Alberto Martínez Urueña 5-12-2014

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