jueves, 11 de diciembre de 2014

Bálsamos y ungüentos


            Lo bueno de trabajar en un edificio inteligente es que la temperatura funciona perfectamente a gusto del arquitecto culpable, los grandes ventanales conseguirán aumentar la cuenta corriente de los oftalmólogos y los picaportes de las ventanas son perfectos –e inservibles– detalles ornamentales. Los preciosos jardines son inutilizables, las puertas, sólo de emergencia, y los accesos siguen la misma filosofía que cualquier digna cárcel de máxima seguridad. No en vano, el edificio es inteligente, capaz de crear en su interior una atmósfera perfecta e impecable, aunque nadie sepa responder muy bien para qué forma de vida.

            Un detalle de mención inexcusable son los ascensores, gracias a los cuales acabas aprendiéndote de memoria información concreta a costa de verla repetida durante los siguientes meses. Así, hemos conocido que el elefante es el único mamífero incapaz de saltar o que en la luna no hay sonido perceptible, que Steve McQueen lleva muriéndose tal día como hoy los últimos tres meses y la noticia que hace que hoy me vuelva a acercar a estas líneas con el cuchillo entre los dientes, en plan psicópata. Yo no quería, os lo aseguro, pero el reiterado toque de bisectriz ha conseguido que al final me levante en armas. Se trata, ni más ni menos, de ciertas declaraciones de Fernández-Díaz, supernumerario del Opus Dei, inspector de Trabajo y miembro del Partido Popular. Además, Ministro de Interior por la gloria y gracia del señor Rajoy.

            Al margen de que no comulgo ni los fines de semana ni mucho menos con los dictámenes del ala ultraortodoxa de la iglesia católica –en general cualquier ortodoxia, y más las ultras, me tocan bastante la pituitaria–, tampoco comulgo con la mayoría de las declaraciones que le he oído decir a este personaje de aspecto bonachón y delicadeza jurásica. Y todo viene a cuento de ciertos comentarios al respecto de los asaltos a la valla de Melilla, asegurando que entremedias, se cuelan terroristas y yihadistas.

            Son bien sabidos, o si no aquí estoy yo para recordarlo, los sucesos que se han ido aconteciendo durante la legislatura acerca de las más que dudosas mañas que los altos cargos policiales han obligado a adoptar a las tropas policiales destinadas a la vigilancia de nuestras fronteras –las del Sur, por las del Norte es por donde se están teniendo que ir nuestros muy preparados jóvenes–, como por ejemplo la utilización de pelotas de goma contra aquellos negritos que llegaban nadando a la deriva y de los que se ahogaron unos cuantos. También, la utilización de esas repatriaciones denominadas “en caliente” y prohibidas expresamente por la carta de derechos humanos, declaración universal que a los simpatizantes del fascio y la mano dura siempre les ha trastocado bastante los planes, y de paso la entrepierna.

            Una vez más, la utilización torticera y maquiavélica del miedo al atentado para justificar que paguen justos por pecadores en esta gran mentira del peligro inmigrante y del que vienen a quitarnos el trabajo. Nadie recuerda ya que entre Felipe y Chema poblaron nuestra costa del Sol de inmigrantes predominantemente rusos –eso sí, muy ricos, de los que a ellos les gustan–, dedicados, entre otras cosas, a las nobles artes de la trata de blancas y el tráfico de estupefacientes, así como a facilitar la empleabilidad de los comandos de asalto llegados de Europa del Este que se quedaron en paro después de la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra de los Balcanes, sin olvidarnos de dar salida al stock de viviendas con que sus amiguetes constructores alicataron nuestras playas. Eso, sin contar que hablamos de sembrar el terror, tenemos aquí en España un sector financiero que lo lleva practicando desde hace años, y sobre todo desde el comienzo de la crisis, con aquello del impago de los préstamos hipotecarios, los desmanes crediticios de los directivos de las cajas de ahorros puestos a dedazo por sus señorías o la venta de complicados productos financieros a personas con escasa o nula formación económica. Pero en este país, si mezclas unos temas con otros, te llaman demagogo, así que volveré al tema concreto que nos ocupa.

            Tema que no es el de la inmigración –con ese, me desquitaré cualquier día de estos y pondré a escurrir a todos los que criminalizan por sistema al que tiene los cojones dejar hogar y familia al otro lado del mundo para ganarse la vida–, si no, una vez más, el uso de la generalización y del miedo para establecer políticas coercitivas y pseudofascistas que buscan controlar y manipular a una masa social, la ibérica, con demasiada querencia hacia los discursos que exaltan los ánimos y exacerban los odios, así como a dejarse hacer en nombre de la patria, mientras los supuestamente patrióticos se lo llevan crudo, ya sea en cartillas de racionamiento o en puertas giratorias.

            Porque al final se resume en esto: los políticos buscan la manera cuadrar un círculo muy complicado, que consiste en caernos bien a los villanos y además hacer lo que les ordenan sus jefes, los nuevos señores feudales, para comerse las migajas que se caen de la mesa del poder fáctico. Como buenos perros. Supongo que ésta será su principal virtud, e igual que charlatanes de feria, hacer lo imposible para vendernos el bálsamo de Fierabrás que nos cure de nuestras heridas –sociales–, o al menos las distraiga. 

Alberto Martínez Urueña 10-12-2014

2 comentarios:

Vicente Gascón dijo...

Hola.

Antes de que escribas o te desquites, como dices, de la inmigración, te sugiero que pienses con objetividad. Lo digo porque no vayas a levantar la bandera, el hacha y el grito por algo que es, por muchos cojones que digas que le ponen, un delito. Lo de los cojones también habría que enfocarlo, creo, porque "echarle cojones" (que yo prefiero llamar responsabilidad) sería quedarse en su país y solucionar sus problemas, como sea, pero solucionarlos y no largarse, dejar tu tierra y a tu familia con el culo al aire y una deuda (cuando menos) que ninguno querríamos tener.

Es que, en estos asuntos y de cara al público, la gente suele defender posiciones que son, lo mires como lo mires, ilegales.

Un saludo.

Alberto dijo...

Buenas, Vicente.
Me alegro de que hayas participado en el blog, y por supuesto, no me queda más remedio que darte la razón con respecto a que estas personas están haciendo algo ilegal sobre lo que las Fuerzas del Estado no tienen más remedio que actuar. Yo mismo, en mi trabajo me veo obligado a aplicar la ley de la manera más objetiva y desapasionada posible.
Sin embargo, a esto hago dos puntualizaciones básicas.
La primera es que el hecho de que una cosa sea ilegal, no significa ni que sea ética o moral, ni mucho menos que sea inamovible.
La segunda, con respecto a la responsabilidad de estas personas sobre quedarse en su país, se podrían escribir ríos de tinta, pero diré que en todas las guerras hay desplazados que emigran a otros países, como sucedió en la Guerra Civil Española, en las Guerras Mundiales, y ahora en las guerras africanas. Con respecto a los países que no viven en guerra, que "sólo" (con máximo respeto) viven en países donde se mueren de hambre, hay varias explicaciones académicas que indican que estos países son incapaces de salir por sí mismos de la pobreza, como la trampa de la pobreza y otras que hacen referencia a la acumulación de capital y su incremento geométrico. Además, tendemos a mirar la pobreza como una variable comparativa en la que yo tengo más que tú o viceversa, pero en estos países, la pobreza es una realidad tangible que mata de hambre y esto lo hace estar por encima de otras consideraciones.