viernes, 5 de septiembre de 2014

La cueva. Parte II


           Miércoles, 29 de Agosto

            Pues ayer quería haber escrito por la noche, al acostarme, como siempre, pero llegué tan cansado a casa que ni siquiera me acordé de hacerlo, así que lo cuento hoy por la mañana. No puedo dejar de hacerlo, aunque sólo sea por sacármelo de la cabeza. Y es que el martes fue muy agitado en el pueblo, estuvimos corriendo de un lado para otro intentando averiguar qué era lo que sucedía en cada uno de los puntos donde se desarrollaron las noticias, y al final del día nos juntamos para ponerlas todas en común.

            Ángel y Felipe fueron a la comisaría de policía. Ninguno queríamos hacerlo, pero Ángel, que tiene dos años más que nosotros se ofreció de voluntario, y su hermano se fue con él. Querían sonsacar a Rafa, uno de los agentes, que por todos es sabido que es un poquito simplón: si le encuentras haciendo su ronda y le invitas a un café mientras le llamas “jefe”, larga por la húmeda todo lo que sepa. Así, nos hemos enterado de muchos chismes del pueblo. A este respeto, les dijo que los de las asistencias no las tenían todas consigo, porque el chaval no hacía más que farfullar cosas raras, y que después, para calmarle, le habían tenido que inyectar alguna cosa rara, y ya no había podido decir nada más. Pero él, que había estado entre los que ayudó a sacarlo, y estaba cerca cuando soltó el primer grito, dijo que había estado toda la noche teniendo unas pesadillas horribles por lo que contaba. Estaba totalmente tocado.

            Pedro ha ido a hablar con la familia. Está emparentado en tercer o cuarto grado con uno de los primos carnales del chico, y se pasó por la casa donde vive este último. Allí había un jaleo tremendo de periodistas, así que se largó con viento fresco; a pesar de eso, tuvo tiempo de ver a la madre mirando por uno de los visillos de la casa, un edificio unifamiliar de las afueras: estaba como ida. En los alrededores se encontró con su primo tercero, o cuarto, que estaba con sus amigos, algo más mayores que nosotros, y le contó que, al parecer, se había ido todo el grupo de amigos, algo más mayores también que ellos a explorar la cueva, y que todos, sólo le habían encontrado a él. Puf, según lo escribo, se me vuelven a poner los pelos de punta.

            Ramón no ha querido ir a ningún sitio. Es bastante miedica, y además su madre le tiene atado en corto. La verdad es que los adultos están bastante nerviosos con todo este tema y están exigiendo a la policía y a las demás autoridades que hagan algo, que cieguen esa cueva y pidan la intervención gubernamental para aclarar este caso. Hay quien dice que le puede haber secuestrado algún grupo raro, una secta o algo así, y que quizá le hayan hecho… ciertas cosas de las que hacen esas congregaciones religiosas. Eso me recuerda que Ángel ha comentado que la policía había establecido la prohibición de acercarse a la cueva hasta que el grupo de espeleólogos concluyeran qué tipo de cueva era y qué peligros podría comportar. Según parece, debe tener un cierto interés para esos expertos. En palabras de Rafa, “les brillan los ojos cuando hablan de ella, como si se tratase de un pastel de la confitería de Ana”. El tío es un goloso.

            Pero lo más gordo, que lo guardo para el final, me ocurrió a mí, que me fui al hospital a ver si conseguía enterarme de algo. Sin entrar en detalles, conseguí llegar a la planta donde le tienen aislado en una zona de esas con plásticos donde sólo puedes entrar con guantes y mascarilla: da un poco de miedo, la verdad. Esta muy vacía, como si hubieran sacado al resto de pacientes y la hubieran dejado para este caso. Hay un policía que hace una especie de ronda, pero estaba viendo la tele en la sala de espera, y pude entrar hasta la zona de los médicos. Allí, apunté un par de notas en mi libreta de lo que escuché para poder contárselo a los demás, aunque fue poca cosa.

            - Los análisis de sangre y fluidos son normales y al mismo tiempo no lo son. No sé lo que puede significar eso, pero comentaban que los valores por si solos eran normales, pero que en conjunto estaban descontrolados.

            - No acaban de conseguir que les cuente de forma coherente lo que ha visto. Sólo habla de un círculo de fuego, o fosforescente, o algo así, y de que el demonio le miró dentro de los ojos.

            - No pueden explicar todas las cicatrices que tenía en el cuerpo. Hay algunas que son evidentemente rozaduras con la piedra, pero las otras son muy raras.

            No pude escuchar más porque entonces empezó… todo. Se escuchó un nuevo grito de esos, espeluznante, que no puedo sacarme de la cabeza. Dio la sensación de que no era sólo una persona la que gritaba, parecía todo un coro de gritos. Empezó a hablar, a gritar pidiendo socorro, y de repente, todo un huracán recorrió los pasillos, las cortinas se sacudieron, los papeles volaron y las puertas empezaron a golpearse entre sí. Hubo un ruido tremendo, y cuando los médicos quisieron llegar a la habitación, todo había sucedido.

            Quizá no debería haberlo hecho. Quizá no debería haberme aprovechado de la confusión que reinaba, puede que me arrepienta toda la vida, pero me acerqué, ocultándome de un lado para otro, hasta a la puerta.

            Según dijeron los médicos en el comunicado oficial, presa de un ataque de histerismo, Óscar había conseguido zafarse de las cinchas con que le tenían sujeto y había aprovechado lo que tenía más cerca (debió de arrancar el asa de un cajón) para hacerse todo aquello él mismo. Cuando llegaron a la habitación, poco pudieron hacer por él, y murió en pocos instantes. Ayer no pude casi dormir, y no sé si hoy lo lograré. Según apagó la luz de mi cuarto, veo todavía aquel rostro sin ojos, con la piel hecha jirones. Y veo cómo las tripas le asoman por el vientre, como si fuera una cara sonriendo, sacando la lengua. 

Alberto Martínez Urueña 05-09-2014

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