viernes, 5 de septiembre de 2014

La cueva. Parte I


            Lunes, 27 de Agosto de 2014

            Cuando han sacado al chico por aquel agujero, hemos podido ver perfectamente claro como la locura puede materializarse en un simple gesto. Estaba pálido, con la piel de la cara pegada a los huesos por la inanición. La boca estaba abierta, con la mandíbula suelta y temblorosa, como descontrolada, goteando babas, mostrando los dientes. Sus ojos parecían un carrusel, girando arrebatados dentro de las cuencas, abiertos como platos, mirando de un lado para otro, cegados y al mismo tiempo viendo… algo. Le llevaban entre dos sanitarios, dos chicos jóvenes con bata blanca y guantes de látex que le hablaban con voz tranquila y amable, aunque él parecía no enterarse de nada: era como si su mente estuviera en otra dimensión paralela, aunque su cuerpo material hubiera permanecido en ésta. Arrastraba los pies por la ladera polvorienta, entre los matorrales, e iba dejando un rastro de sangre: tenía los pies repletos de llagas, seguramente por haber caminado descalzo por la roca. La ropa la tenía toda llena de agujeros y rozaduras; aquí y allá parecía un collage de distintos trozos de tela, toda sucia y deslavazada. Igual que el pelo, que lucía todo desgreñado y lleno de mugre, y en algunas partes como hubiera sido arrancado con el cuero cabelludo.

            Según le llevaban medio arrastras, iba balbuceando algo ininteligible, rutando para sí, moviendo los labios y mirando en todas direcciones. Era como si conversara con algún ente imaginario que estuviera revoloteando a su alrededor como una polilla nocturna en un vuelo caótico en torno a una llama. Una polilla que solamente él era capaz de ver. Entonces, antes de que le metieran en la ambulancia, ha pegado un grito que ha conseguido ponernos toda la piel de gallina. Nadie ha necesitado reconocerlo porque estaba claro que nos hemos quedado todos espantados. Ha sido un grito gutural, más propio de una bestia que de un ser humano, y que parecía salir desde más allá de la garganta, como si lo estuvieran exhalando todos los órganos internos al mismo tiempo, o quizá todas las células del cuerpo, en una especie de coro macabro. Ha intentado escapar y ha iniciado un baile grotesco para intentar zafarse de los sanitarios, y tanta fuerza parecía hacer que ha tenido que ir el mismo conductor de la ambulancia, un hombre moreno, grande y alto, a ayudarles, porque no podían sujetarle entre los dos. Y aun así, les ha costado meterle en el vehículo. Supongo que le habrán tenido que atar a la camilla, y darle algún tipo de sedante, porque según se alejaban por la carretera hemos oído más gritos, y la misma ambulancia parecía bambolearse de un lado para otro.

            ¿Qué le habrá pasado en aquella cueva? Nos hemos pasado la tarde elucubrando al respecto, sentados en la plaza del pueblo, mientras comíamos pipas, pero no hemos llegado a ninguna conclusión. Lo único que se rumorea es que esa cueva no estaba allí antes del terremoto, pero nadie dice nada más, como si la gente tuviera miedo de aventurar lo que puede haber pasado. Nosotros no, así que hemos pasado el rato tratando de imaginar qué puede haberle pasado.

            Al margen de todas las tonterías que se han dicho, yo pensaba que podría haberse encontrado con alguna guarida de algún animal salvaje. Todo el mundo sabe que en esas montañas se han visto lobos, y también serpientes. Quizá se encontró con alguna caverna repleta de víboras, y es evidente que pasarse horas encerrado en la oscuridad, rodeado de esos bichos, puede hacer enloquecer a cualquiera. Sin embargo, Ángel, el hermano mayor de Felipe, ha dicho que nos dejáramos de tonterías. La verdad es que tanto Felipe, como Ramón, y también Pedro se han pasado el rato diciendo tonterías. Que si una raza de alienígenas, que si un ser mitad hombre, mitad felino… Ha dicho no sé de la navaja de no se quién, y lo ha resumido diciendo que estar varios días en la oscuridad más absoluta, pensando en que te vas a morir de hambre (llevaba cantimplora, así que de sed en principio, no) puede hacerle perder los tornillos a cualquiera.

            De todas formas, es de suponer que, cuando le tranquilicen en el hospital, le cuente a las autoridades y a los médicos, qué es lo que le ha pasado, cómo se ha perdido y esas cosas. Porque no está del todo claro qué es lo que les puede haber pasado al resto del grupo. Según ha dicho la policía, seguirán buscando en la cueva, con el grupo de espeleólogos que ha llegado de la Universidad. Aunque, por lo que dice la gente, a este pobre chico se le han encontrado por pura casualidad.

Alberto Martínez Urueña 01-09-2014

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