Lunes, 27 de Agosto de 2014
Cuando han sacado
al chico por aquel agujero, hemos podido ver perfectamente claro como la locura
puede materializarse en un simple gesto. Estaba pálido, con la piel de la cara
pegada a los huesos por la inanición. La boca estaba abierta, con la mandíbula
suelta y temblorosa, como descontrolada, goteando babas, mostrando los dientes.
Sus ojos parecían un carrusel, girando arrebatados dentro de las cuencas,
abiertos como platos, mirando de un lado para otro, cegados y al mismo tiempo viendo…
algo. Le llevaban entre dos sanitarios, dos chicos jóvenes con bata blanca y
guantes de látex que le hablaban con voz tranquila y amable, aunque él parecía
no enterarse de nada: era como si su mente estuviera en otra dimensión
paralela, aunque su cuerpo material hubiera permanecido en ésta. Arrastraba los
pies por la ladera polvorienta, entre los matorrales, e iba dejando un rastro
de sangre: tenía los pies repletos de llagas, seguramente por haber caminado
descalzo por la roca. La ropa la tenía toda llena de agujeros y rozaduras; aquí
y allá parecía un collage de distintos trozos de tela, toda sucia y
deslavazada. Igual que el pelo, que lucía todo desgreñado y lleno de mugre, y
en algunas partes como hubiera sido arrancado
con el cuero cabelludo.
Según le
llevaban medio arrastras, iba balbuceando algo ininteligible, rutando para sí,
moviendo los labios y mirando en todas direcciones. Era como si conversara con
algún ente imaginario que estuviera revoloteando a su alrededor como una
polilla nocturna en un vuelo caótico en torno a una llama. Una polilla que
solamente él era capaz de ver. Entonces, antes de que le metieran en la
ambulancia, ha pegado un grito que ha conseguido ponernos toda la piel de
gallina. Nadie ha necesitado reconocerlo porque estaba claro que nos hemos
quedado todos espantados. Ha sido un grito gutural, más propio de una bestia
que de un ser humano, y que parecía salir desde más allá de la garganta, como
si lo estuvieran exhalando todos los órganos internos al mismo tiempo, o quizá
todas las células del cuerpo, en una especie de coro macabro. Ha intentado
escapar y ha iniciado un baile grotesco para intentar zafarse de los
sanitarios, y tanta fuerza parecía hacer que ha tenido que ir el mismo
conductor de la ambulancia, un hombre moreno, grande y alto, a ayudarles,
porque no podían sujetarle entre los dos. Y aun así, les ha costado meterle en
el vehículo. Supongo que le habrán tenido que atar a la camilla, y darle algún
tipo de sedante, porque según se alejaban por la carretera hemos oído más
gritos, y la misma ambulancia parecía bambolearse de un lado para otro.
¿Qué le habrá
pasado en aquella cueva? Nos hemos pasado la tarde elucubrando al respecto,
sentados en la plaza del pueblo, mientras comíamos pipas, pero no hemos llegado
a ninguna conclusión. Lo único que se rumorea es que esa cueva no estaba allí
antes del terremoto, pero nadie dice nada más, como si la gente tuviera miedo
de aventurar lo que puede haber pasado. Nosotros no, así que hemos pasado el
rato tratando de imaginar qué puede haberle pasado.
Al margen de
todas las tonterías que se han dicho, yo pensaba que podría haberse encontrado
con alguna guarida de algún animal salvaje. Todo el mundo sabe que en esas
montañas se han visto lobos, y también serpientes. Quizá se encontró con alguna
caverna repleta de víboras, y es evidente que pasarse horas encerrado en la
oscuridad, rodeado de esos bichos, puede hacer enloquecer a cualquiera. Sin
embargo, Ángel, el hermano mayor de Felipe, ha dicho que nos dejáramos de
tonterías. La verdad es que tanto Felipe, como Ramón, y también Pedro se han
pasado el rato diciendo tonterías. Que si una raza de alienígenas, que si un
ser mitad hombre, mitad felino… Ha dicho no sé de la navaja de no se quién, y
lo ha resumido diciendo que estar varios días en la oscuridad más absoluta,
pensando en que te vas a morir de hambre (llevaba cantimplora, así que de sed
en principio, no) puede hacerle perder los tornillos a cualquiera.
De todas
formas, es de suponer que, cuando le tranquilicen en el hospital, le cuente a
las autoridades y a los médicos, qué es lo que le ha pasado, cómo se ha perdido
y esas cosas. Porque no está del todo claro qué es lo que les puede haber
pasado al resto del grupo. Según ha dicho la policía, seguirán buscando en la
cueva, con el grupo de espeleólogos que ha llegado de la Universidad. Aunque,
por lo que dice la gente, a este pobre chico se le han encontrado por pura
casualidad.
Alberto Martínez Urueña
01-09-2014
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