Pues al final
tuvo que entrar en la cárcel, pese a ser presidente de un equipo de fútbol,
abogado y empresario; es decir, de lo más expuesto a caer en lo bajuno de nuestra
sociedad acrisolada. Entró, pese a las firmas que se recogieron tanto en
Sevilla como en la Liga de Fútbol Profesional pidiendo su indulto –una de esas
figuras legales bochornosas que siguen existiendo en nuestro derecho
dieciochesco y absurdo– demostrándose de nuevo dos puntos básicos. En primer
lugar, que los estamentos del fútbol español apestan a mafiosos de medio pelo
que no tienen ningún reparo en demostrar públicamente sus vergüenzas. En
segundo lugar, que una parte, no sé si mayor o menor, del público español no
tiene el más mínimo criterio a la hora de entregar sus afectos y elecciones, y
sus lealtades.
Seguramente,
este es el principal de los problemas de nuestra hispana idiosincrasia: la
falta de seso ciudadano siempre dispuesto a dejarse cegar por los colores de su
pasión y llorar a moco tendido cuando dirigentes indignos de tales sentimientos
son procesados por chorizos. Llorando amargamente sin entender que el sujeto
que se llevan esposado no representa nada de lo que ellos sienten, sino que lo
ha usado, y también a ellos, como a un pañal. Cuando veo a esos ancianos
aplaudiendo a Del Nido al anunciar su dimisión, lo único que veo son peleles
del sentimiento y de la parafernalia informativa, o cómplices de un señor con
muy malas maneras.
Es uno de los
problemas ibéricos, ya digo: confundir los ideales con las personas que dicen
representarlas, y la defensa de éstas más allá de toda prueba y razón. Es como
lo de la compasión y la misericordia del catolicismo, perfectamente
representado en el cura de barrio que se parte el pecho por defender y ayudar a
los necesitados y lo lejos que queda la baba bendita que desbordan determinados
palacios arzobispales. Dentro de la secta –segunda acepción de la RAE– hay una
iglesia de base que, aunque no lo piden, está necesitada de reconocimiento
verdadero por parte de sus dirigentes. Sin esa iglesia de base, la iglesia que
dicen defender los de arriba haría tiempo que habría perdido su sentido: son esas
monjas que reciben ropa usada y la distribuyen entre los necesitados, o esos
frailes y colaboradores que gastan las noches repartiendo comida y manta las
noches de invierno.
Me viene al
cuento, a efecto ejemplarizante tanto para políticos como para beatillos de
catedral, cierta comparación que me vino a esa mente incómoda que contengo. La
semana pasada se hizo público un estudio de la Unión Europea, promovido en el
año 2010 por el Gobierno socialista, acerca del maltrato a la mujer a nivel
europeo. Evidentemente, que lo promoviera el de la ceja, teniendo en cuenta lo
expuesto al principio del texto, supondrá que haya gente para la que este
estudio ya no tenga validez, pero dejaré de lado tamaña demostración de cerril
entendimiento. Se ponía de manifiesto el olvido de tal problemática en esa
Europa avanzada de la que tanto presumen nuestros vecinos del Norte, ya que
teniendo cifras superiores a las de España, las medidas adoptadas para intentar
solventarla eran mucho más reducidas, cuando no inexistentes. Por ejemplo, en
Alemania, su código penal ni tan siquiera contempla la casuística, mientras
nuestro país, en los últimos diez años, se ha puesto a la cabeza de la defensa de
la mujer y en la condena de su maltrato
Pero al mismo
tiempo, la derecha vetusta y carca de nuestro país –no toda la derecha, sólo
esa–, apolillada en grado sumo y facha de cojones, aplaude que un señor que
viste con falda negra y lleva un tocado morado publique un libro con el título “Cásate
y sé sumisa”, y además le dan foro para que se exprese con la misma libertad
que le roba a la mujer al darle semejante “consejo”. Me imagino qué habría
pasado si el título hubiera dicho “Negro, trabaja y no protestes”, o alguna otra
barbaridad que se cargue el artículo 14 de la Constitución sobre la no
discriminación en determinadas materias. Reitero mi respeto absoluto, e incluso
mi defensa, de determinados aspectos de la iglesia de base, pero lo de esos
ancianos anacrónicos es la hostia.
Así, con
líderes sociales irresponsables que son capaces de soltar cualquier fresca en plaza
pública, y con ciudadanos que se traicionan a sí mismos aplaudiéndoles las
ocurrencias con las que se ríen de ellos, nuestro país lleva la deriva que
lleva, subsistiendo “a pesar de”, en lugar de “gracias a” esas personas que
dicen preocuparse por nosotros. La realidad me lleva a pensar que el problema
de España no es que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, sino
que vivimos por debajo de nuestras responsabilidades ciudadanas y nos dejamos
engañar por cualquier facineroso con una cierta patina de respetabilidad.
Después de toda una retahíla de escándalos sucesivos y de bocazas con rosario,
está por ver si en las próximas elecciones a las que nos lleve la riada
democrática el pueblo coge el toro por los cuernos y adopta un sentido
medianamente crítico, observando aquello tan cristiano de “por sus hechos les
conoceréis”, o se vuelve a dejar empitonar por unos miuras que llevan
sometiendo el honor patrio desde hace demasiado tiempo.
Alberto Martínez Urueña
10-03-2014
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