Si bien es cierto que no es un desdije, al uso del político ibérico porcino, sí que es cierto que debo hacer una serie de puntualizaciones que me indicó cierto amigo al respecto de mi equidistancia entre conservadores y progresistas. Después de una lectura somera, pretendería hacer aquí una digresión y que queden ciertas cosas claras, al igual que ciertos aspectos de otro que titulé “¿Dónde estaban?”.
El problema
de decir que tienes tal o cual tendencia política es que, en este país de
mierda, te identifican en seguida con tal o cual partido, y sobre todo, luego
te echan en cara los errores cometidos por ese partido. Es como si, por decir
que te gusta el buen fútbol, vayas a tener que ser forofo del Barcelona. Así
como me considero del Real Valladolid, en política también tengo mis propias
ideas que no siempre concuerdan con partidos políticos concretos.
Creo en una
idea política, y por tanto en cómo organizar una sociedad, basada en el
concepto de caridad y compasión por los más necesitados, los que en esta
carrera de fondo que es la vida empiezan o están en una situación de desventaja
con respecto al resto. Valoro en gran medida el esfuerzo como herramienta para
progresar en la vida, pero si existen diez posibilidades con diez mil personas
para ocuparlas, una gran mayoría se quedará fuera y es de esos de los que hablo
al decir que una sociedad que se pretenda avanzada no puede permitirse dejarles
en la cuneta.
Creo en una
sociedad que se mida según las personas que deja o no olvidadas y no por las
que acumulan riquezas. En definitiva, creo en un sistema que procure por todos
los medios un mínimo razonable a sus ciudadanos para que su vida se pueda
considerar digna. Para mí, una organización social que anteponga otros
conceptos a la noción de dignidad humana debería ser arrancada de raíz y desecada
al sol como una mala hierba que no debe entorpecer el crecimiento de un buen
cultivo.
Creo que en cada
persona hay una parte privada que ha de quedar libre de intromisiones, delimitada
por aquellas elecciones que no le afectan más que a sí misma y sobre las que
tiene absoluto derecho a decidir. Son planos sobre los que la religión católica
–no sólo ella, pero es la que nos toca en nuestro entorno–, durante sus siglos
de existencia, se ha considerado legitimada para inmiscuirse por el bien de las
almas de aquellos a los que debía salvar del fuego eterno; planos que,
justificados por lo anterior, los distintos tiranos, caudillos y después
gobiernos han legislado siguiendo la doctrina que les dictaban desde el palacio
arzobispal. Ojo, que quede bien claro que no critico a quien siga la doctrina
católica, apostólica y romana: la religión y sus preceptos es una de esas
partes de la vida privada que ha de quedar libre de intromisiones. Lo que me
hace sacar el colmillo es que quieran imponer su modo de vida –ya sea con
amenazas infernales o con articulados civiles o penales– a quienes no tienen
sus mismas creencias. Eso, sin entrar a desmontar todo su entramado filosófico,
o directamente a sus incongruencias e hipocresías, porque llevan tan mal que
les lleven la contraria que al final acaban por ponerse violentos y a soñar con
viejas costumbres. Creo que el plano de la conciencia es propio de cada persona,
y la salvación eterna, si acaso existe algo semejante, es una elección de cada
uno. Ya sabemos lo que ocurre, según la cristiandad, cuando cometes un pecado;
no necesitamos que el señor Gallardón nos corrija de nuestros errores a través
del BOE.
Creo en una
sociedad participativa, y no por modas actuales, sino porque existen medios
para poder llevarlo a cabo. Existiendo tales herramientas, la negativa de los
políticos a utilizarlas me lleva a dos conclusiones: o gobiernan para el pueblo
pero sin el pueblo, o gobiernan para los poderosos a costa del pueblo. O las
dos al mismo tiempo, porque retorciendo la dialéctica se puede llegar a pensar
que las dos son lo mismo.
Creo que el
mercado es el mejor método económico conocido,
a expensas de uno mejor, para la asignación de recursos productivos, pero
considerar al ser humano como uno de esos recursos me parece la gran falacia de
la nueva dictadura: la dictadura del capital. Por otro lado, si esa
distribución se hace desde una perspectiva económica, también creo en la
reasignación de la renta y la riqueza desde una perspectiva humana.
Y luego, por otro
lado, creo que hay una corriente ideológica que predica la compasión desde
capilla y la hostia prepotente a la puerta de la iglesia, ya sea física o
económica. Creo que hay una corriente ideológica que quiere conservar su statu
quo por encima de cualquier consideración de humanidad, que hace
clasificaciones entre personas en las que, curiosamente, siempre sale
beneficiado, y en base a ellas sigue pisoteando el pescuezo de los débiles.
Creo que hay una corriente ideológica que con tal de seguir hinchándose la
cartera es capaz –y de hecho lo hace– de dejar abandonado como un perro a un
ser humano. Y creo que los seres humanos que siguen esa corriente ideológica se
merecen todo el respeto que ellos no otorgan a sus contrarios; eso sí, entendería
que hubiese quien quisiera que esa ideología sufriera la falta de respeto efectivo que aplica al resto, y
pereciera arrojada en la hoguera donde antes se quemaban infieles, y sus
cenizas fueran esparcidas al viento y olvidadas en los anales de la memoria
colectiva.
Alberto Martínez Urueña 17-02-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario