miércoles, 12 de marzo de 2014

Diez años después


            Llamadme oportunista si queréis, pero no he escrito jamás sobre este tema; en parte porque no lo viví en primera persona y creo que mi experiencia no aporta lo más mínimo, en parte porque creo que hay poco que opinar al respecto. Hace diez años murieron casi doscientas personas en un atentado terrorista en la capital de España, y creo que no habría hecho falta explayarse mucho más, dejando que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la Judicatura hicieran su trabajo. Nunca he querido pretender ponerme en la piel de los que lo sufrieron; antes bien, hay que entender desde el desconocimiento que los sentimientos de esas personas serán los que tengan que ser, con la ayuda que puedan prestarles familiares, amigos y profesionales.

            Otra cuestión, como siempre, es la ponzoña vertida desde los poderes fácticos, movidos por intereses que nada tienen que ver con lo anteriormente expuesto. En primer lugar, para ellos, cualquier noticia que mueva a la masa es una oportunidad para hacerse notar; es más, creo que estas situaciones demuestran la enorme carestía emocional que poseen, queriendo ser protagonistas de la noticia, incapaces de asumir su papel secundario. En segundo lugar, los partidos políticos se mueven fundamentalmente por intereses electoralistas, eso está claro; sin embargo, utilizar estos temas con tales fines fue algo realmente bochornoso. Es más, la incapacidad intrínseca de esos títeres de cuello blanco de dar marcha atrás cuando enfilan por un camino les hace ahondar cada vez más en él, aunque vaya directamente a las cloacas.

            Y yendo a lo concreto, el Partido Popular convirtió aquel luctuoso suceso en un circo bochornoso en el que aplicaron sin ningún pudor todas las herramientas de manipulación mediática a su alcance, confabulándose con sus medios afines o incluso presionándolos desde las más altas instancias para que la línea editorial obedeciese a sus disposiciones. Las campañas mediáticas que siguieron en concreto El Mundo y La Cope de la mano de sus cabezas visibles, alimentados por los dirigentes del PP, traspasó por completo la labor informativa para convertirse en herramientas de linchamiento de todo aquel que no compartiese las tesis difundidas.

            Movidos por la buena fe –o quizá no, lo dejo a la opinión de cada uno–, escarbaron en la basura para encontrar todo tipo de argumentos poco sólidos que defendiesen la corriente ideológica que les convenía, desde la autoría de ETA hasta la manipulación de pruebas, o incluso teorías de golpe de Estado en el que estarían involucrados el PSOE, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, los servicios de inteligencia marroquíes y gran parte de la Judicatura, todo en una hábil jugada para echarles del poder. Magnifica manera de hacerse las víctimas.

            Más allá de lo evidentemente vergonzoso, se sacaron de la chistera aquello de la autoría intelectual del atentado, cacareando ante cualquier micrófono que les pusieran por delante que no estaba claro –en realidad, para ellos sí que lo estaba – quién había planificado y por qué lo había hecho semejante barbaridad. Con respecto al por qué, yo creo que la mayoría tenemos claro que el odio del islamismo radical a Occidente, y sobre todo a Estados Unidos, es suficiente para que estos tíos incluso se inmolen en nombre de su dios. Con respecto a quién y cómo, después de varios años de política del miedo, tenemos claro que estas células terroristas funcionan de manera autónoma, con una capacidad operativa absoluta en la búsqueda de causar el mayor daño posible. Lo que sí que consiguieron revolviendo la mierda fue no permitir que muchas de las heridas causadas pudieran ir cicatrizando, sobre todo cuando hablamos de víctimas directas susceptibles de agarrar cualquier clavo ardiendo en su necesidad de respuestas.

            Se les atraganto una mala mezcla: la frustración de perder unas elecciones que daban por ganadas con esa insana pulsión de notoriedad y de aprovechar cualquier resquicio para atraer las atenciones que dan respaldo en las urnas. Si los gobernantes españoles no tienen ningún reparo en alimentar el morbo social –en lugar de actuar de manera responsable, apaciguando ánimos y visualizando capacidad de negociación y de acuerdos–, en esta ocasión, el PP no fue capaz de atarse los machos e hizo política de acoso y derribo utilizando un tema que requería de una orientación bien distinta.

            Al final, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio, y señores como Acebes, Zaplana o el mismo Rajoy, que sostuvieron peregrinos argumentos se que caían a los pocos meses o incluso días –echad un vistazo a la hemeroteca–, se la han tenido que envainar en un asunto que, para que fuera como ellos dicen –todo un golpe de Estado llegaron a soltar a través de sus adláteres mediáticos–, tenían que estar implicados todos los estamentos oficiales menos ellos mismos. Viendo el tratamiento que hicieron de este tema, y de cómo lo utilizaron en la corrala del Congreso, merecería la pena hacer una reflexión de esa lealtad de Estado que ahora piden y de los consensos que reclaman, mientras que aprueban al mismo tiempo una tras otra reforma en una soledad y con una prepotencia que asusta.

 

Alberto Martínez Urueña 12-03-2014

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