Llamadme
oportunista si queréis, pero no he escrito jamás sobre este tema; en parte
porque no lo viví en primera persona y creo que mi experiencia no aporta lo más
mínimo, en parte porque creo que hay poco que opinar al respecto. Hace diez
años murieron casi doscientas personas en un atentado terrorista en la capital
de España, y creo que no habría hecho falta explayarse mucho más, dejando que
las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la Judicatura hicieran su
trabajo. Nunca he querido pretender ponerme en la piel de los que lo sufrieron;
antes bien, hay que entender desde el desconocimiento que los sentimientos de
esas personas serán los que tengan que ser, con la ayuda que puedan prestarles
familiares, amigos y profesionales.
Otra
cuestión, como siempre, es la ponzoña vertida desde los poderes fácticos,
movidos por intereses que nada tienen que ver con lo anteriormente expuesto. En
primer lugar, para ellos, cualquier noticia que mueva a la masa es una
oportunidad para hacerse notar; es más, creo que estas situaciones demuestran
la enorme carestía emocional que poseen, queriendo ser protagonistas de la
noticia, incapaces de asumir su papel secundario. En segundo lugar, los
partidos políticos se mueven fundamentalmente por intereses electoralistas, eso
está claro; sin embargo, utilizar estos temas con tales fines fue algo
realmente bochornoso. Es más, la incapacidad intrínseca de esos títeres de
cuello blanco de dar marcha atrás cuando enfilan por un camino les hace ahondar
cada vez más en él, aunque vaya directamente a las cloacas.
Y yendo a lo
concreto, el Partido Popular convirtió aquel luctuoso suceso en un circo
bochornoso en el que aplicaron sin ningún pudor todas las herramientas de
manipulación mediática a su alcance, confabulándose con sus medios afines o
incluso presionándolos desde las más altas instancias para que la línea
editorial obedeciese a sus disposiciones. Las campañas mediáticas que siguieron
en concreto El Mundo y La Cope de la mano de sus cabezas visibles, alimentados
por los dirigentes del PP, traspasó por completo la labor informativa para
convertirse en herramientas de linchamiento de todo aquel que no compartiese
las tesis difundidas.
Movidos por
la buena fe –o quizá no, lo dejo a la opinión de cada uno–, escarbaron en la
basura para encontrar todo tipo de argumentos poco sólidos que defendiesen la
corriente ideológica que les convenía, desde la autoría de ETA hasta la
manipulación de pruebas, o incluso teorías de golpe de Estado en el que
estarían involucrados el PSOE, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, los servicios
de inteligencia marroquíes y gran parte de la Judicatura, todo en una hábil
jugada para echarles del poder. Magnifica manera de hacerse las víctimas.
Más allá de
lo evidentemente vergonzoso, se sacaron de la chistera aquello de la autoría
intelectual del atentado, cacareando ante cualquier micrófono que les pusieran
por delante que no estaba claro –en realidad, para ellos sí que lo estaba –
quién había planificado y por qué lo había hecho semejante barbaridad. Con
respecto al por qué, yo creo que la mayoría tenemos claro que el odio del
islamismo radical a Occidente, y sobre todo a Estados Unidos, es suficiente
para que estos tíos incluso se inmolen en nombre de su dios. Con respecto a
quién y cómo, después de varios años de política del miedo, tenemos claro que
estas células terroristas funcionan de manera autónoma, con una capacidad
operativa absoluta en la búsqueda de causar el mayor daño posible. Lo que sí
que consiguieron revolviendo la mierda fue no permitir que muchas de las
heridas causadas pudieran ir cicatrizando, sobre todo cuando hablamos de
víctimas directas susceptibles de agarrar cualquier clavo ardiendo en su
necesidad de respuestas.
Se les
atraganto una mala mezcla: la frustración de perder unas elecciones que daban
por ganadas con esa insana pulsión de notoriedad y de aprovechar cualquier
resquicio para atraer las atenciones que dan respaldo en las urnas. Si los gobernantes
españoles no tienen ningún reparo en alimentar el morbo social –en lugar de
actuar de manera responsable, apaciguando ánimos y visualizando capacidad de
negociación y de acuerdos–, en esta ocasión, el PP no fue capaz de atarse los
machos e hizo política de acoso y derribo utilizando un tema que requería de
una orientación bien distinta.
Al final, el
tiempo ha puesto a cada uno en su sitio, y señores como Acebes, Zaplana o el
mismo Rajoy, que sostuvieron peregrinos argumentos se que caían a los pocos
meses o incluso días –echad un vistazo a la hemeroteca–, se la han tenido que
envainar en un asunto que, para que fuera como ellos dicen –todo un golpe de
Estado llegaron a soltar a través de sus adláteres mediáticos–, tenían que
estar implicados todos los estamentos oficiales menos ellos mismos. Viendo el
tratamiento que hicieron de este tema, y de cómo lo utilizaron en la corrala
del Congreso, merecería la pena hacer una reflexión de esa lealtad de Estado que
ahora piden y de los consensos que reclaman, mientras que aprueban al mismo
tiempo una tras otra reforma en una soledad y con una prepotencia que asusta.
Alberto Martínez Urueña
12-03-2014
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