martes, 18 de marzo de 2014

Lo que nunca concluye


            Como bien sabéis, la recurrente llamada a la responsabilidad individual para construir una colectividad mejor que la que tenemos hoy en día es reiterativa en mis correos. De hecho, en “Someteos, dicen” reflexionaba sobre la necesidad de mantener un sentido crítico con respecto a los líderes y sus decisiones de aquellas creencias o grupos políticos con los que simpatizamos o en los que creemos. Sobre todo, porque detrás de bellos ideales pueden estar disfrazados aviesos intereses que nada tengan que ver con los primeros. Ya sabéis de lo que hablo.

            Al respecto de esos intereses pensaba mientras leía el informe de Intermon Oxfam –no pretendo hacer publicidad de nadie– sobre los datos económicos derivados de esta Gran Depresión que llevamos sufriendo desde el año 2008. La gran mayoría de los encuestados consideran que las políticas adoptadas, sobre todo en las últimas dos décadas y media, se han tomado en favor de los más ricos y poderosos del planeta, y esto ha tenido dos consecuencias básicas: los más pobres han sido definitivamente olvidados y son cada vez más personas las que engloban ese grupo. Además, las desigualdades entre ricos y pobres – decía Obama al principio de la crisis que ya no hay ricos y pobres, ni clases sociales, y yo me cagué en sus muertos–, tanto en cada país como de forma global, se han visto incrementadas. Es decir, tenemos unas sociedades cada vez peores desde un punto de vista económico, y esto se ha producido e incrementado cuando las tesis neoliberales se han aplicado en su máximo rigor, con desregulación de mercados, globalización de capitales, beneficios fiscales y ese largo etcétera que propugnan quienes, por otro lado, nos trajeron esta situación tan desastrosa.

            Así que, ¿qué sucederá cuando lleguen las elecciones? Las europeas son el 25 de Mayo, y para entrar en municipales y nacionales queda poco más de un año. ¿En qué quedarán los datos que nos ofrecen este tipo de organizaciones?

            Está claro que habrá, como siempre ha habido, suficientes excusas para votar lo que siempre se ha votado, independientemente de esa sensación fría y húmeda, como la mano de un muerto por la espalda, de que nos la están colando de continuo. Además, es ahora cuando los gobiernos empiezan a hacer todo eso que anteriormente “no podían hacer”, ciclo político ligado a las elecciones llamado “ciclos presupuestarios políticos”, o cómo los ciclos electorales afectan a los presupuestos de los distintos gobiernos; es decir, a las decisiones de política económica que adoptan los ejecutivos, guiados más por el rédito electoral que por una planificación seria y rigurosa, tanto para el ciclo económico como de manera estructural. Vamos, reconozco sin pudor que estoy esperando a que salgan las hienas con sus colmillos retorcidos de campaña electoral para ver cómo vuelven a salirse por peteneras, intentando engañar, y consiguiéndolo en muchos casos, a ese electorado cateto y cerril que se empeña en encontrar soluciones entre quienes idearon los problemas.

            Responsabilidad individual para construir una colectividad mejor que la que tenemos hoy en día. Puede que no haya un concepto más elegante dentro de mis textos, ni tampoco más utópico. Liberarnos de una vez por todas de un par de lastres que llevamos dentro de nuestra humana, ibérica y porcina cabeza: aquello de quién es el más listo y brega más aprovechándose del resto y aquello de no perder la razón aunque se saquen los rifles. Hablo del voto responsable –no aquella mierda del voto útil–, del consumo responsable, del comportamiento económico en términos de ahorro-consumo responsable –aunque hoy resulte imposible ahorrar. Conozco personas, pocas, que siguen a su propia conciencia y no compran productos de empresas indignas, según su criterio; otros que no compran si no lo necesitan y sólo se permiten alguna liberalidad casual; otros que no votan a quienes les defraudan sin caer en el péndulo partidista. Se puede hacer –quizá no al 100%, pero sí en una cierta medida, que ya es más de lo habitual–, lo he visto, y lo demás son escusas

            Habrá quien diga que estas palabras evidencian corta experiencia, poco bagaje y desconocimiento de la realidad tal cual es. Demasiado utópico, dirían. Yo respondo con sencillez: no me preocupo de lo que hacen los demás, más allá de las necesarias crítica y denuncia ante la injusticia social y la pobreza; al mismo tiempo, no dejo que el cinismo gobierne mis tripas en esa actitud cobarde de quien se sabe con un colmillo retorcido que sirve de escusa para olvidarse del prójimo. Sólo doy mi opinión e intento hacer lo que predico en estos párrafos lo mejor que puedo, sin caer en el sentimiento pernicioso de la culpa, pero sin dejar que el desánimo sepulte mi voluntad. No me dedico a ver qué es lo que hacen las personas que me rodean, si no que pretendo, con absoluta humildad –creedme que es con absoluta humildad, sin pretender ser mejor que nadie, o mejor no creáis nada–, llegar a esos reductos que sólo se saben imposibles cuando no se intentan. Y para cuando llega el desánimo, trato de entender que las cosas importantes de la vida jamás se concluyen; que la bondad o la compasión, la humanidad y la empatía, no son un destino al que se llega, sino un camino del que hay que intentar no salirse nunca, y volver a él cuando te despistas.

 

Alberto Martínez Urueña 18-03-2014

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