Como bien
sabéis, la recurrente llamada a la responsabilidad individual para construir
una colectividad mejor que la que tenemos hoy en día es reiterativa en mis
correos. De hecho, en “Someteos, dicen” reflexionaba sobre la necesidad de
mantener un sentido crítico con respecto a los líderes y sus decisiones de
aquellas creencias o grupos políticos con los que simpatizamos o en los que
creemos. Sobre todo, porque detrás de bellos ideales pueden estar disfrazados
aviesos intereses que nada tengan que ver con los primeros. Ya sabéis de lo que
hablo.
Al respecto
de esos intereses pensaba mientras leía el informe de Intermon Oxfam –no
pretendo hacer publicidad de nadie– sobre los datos económicos derivados de
esta Gran Depresión que llevamos sufriendo desde el año 2008. La gran mayoría
de los encuestados consideran que las políticas adoptadas, sobre todo en las
últimas dos décadas y media, se han tomado en favor de los más ricos y
poderosos del planeta, y esto ha tenido dos consecuencias básicas: los más pobres
han sido definitivamente olvidados y son cada vez más personas las que engloban
ese grupo. Además, las desigualdades entre ricos y pobres – decía Obama al
principio de la crisis que ya no hay ricos y pobres, ni clases sociales, y yo
me cagué en sus muertos–, tanto en cada país como de forma global, se han visto
incrementadas. Es decir, tenemos unas sociedades cada vez peores desde un punto
de vista económico, y esto se ha producido e incrementado cuando las tesis
neoliberales se han aplicado en su máximo rigor, con desregulación de mercados,
globalización de capitales, beneficios fiscales y ese largo etcétera que
propugnan quienes, por otro lado, nos trajeron esta situación tan desastrosa.
Así que, ¿qué
sucederá cuando lleguen las elecciones? Las europeas son el 25 de Mayo, y para entrar
en municipales y nacionales queda poco más de un año. ¿En qué quedarán los
datos que nos ofrecen este tipo de organizaciones?
Está claro
que habrá, como siempre ha habido, suficientes excusas para votar lo que
siempre se ha votado, independientemente de esa sensación fría y húmeda, como
la mano de un muerto por la espalda, de que nos la están colando de continuo.
Además, es ahora cuando los gobiernos empiezan a hacer todo eso que
anteriormente “no podían hacer”, ciclo político ligado a las elecciones llamado
“ciclos presupuestarios políticos”, o cómo los ciclos electorales afectan a los
presupuestos de los distintos gobiernos; es decir, a las decisiones de política
económica que adoptan los ejecutivos, guiados más por el rédito electoral que
por una planificación seria y rigurosa, tanto para el ciclo económico como de
manera estructural. Vamos, reconozco sin pudor que estoy esperando a que salgan
las hienas con sus colmillos retorcidos de campaña electoral para ver cómo vuelven
a salirse por peteneras, intentando engañar, y consiguiéndolo en muchos casos,
a ese electorado cateto y cerril que se empeña en encontrar soluciones entre
quienes idearon los problemas.
Responsabilidad
individual para construir una colectividad mejor que la que tenemos hoy en día.
Puede que no haya un concepto más elegante dentro de mis textos, ni tampoco más
utópico. Liberarnos de una vez por todas de un par de lastres que llevamos
dentro de nuestra humana, ibérica y porcina cabeza: aquello de quién es el más
listo y brega más aprovechándose del resto y aquello de no perder la razón
aunque se saquen los rifles. Hablo del voto responsable –no aquella mierda del
voto útil–, del consumo responsable, del comportamiento económico en términos
de ahorro-consumo responsable –aunque hoy resulte imposible ahorrar. Conozco
personas, pocas, que siguen a su propia conciencia y no compran productos de
empresas indignas, según su criterio; otros que no compran si no lo necesitan y
sólo se permiten alguna liberalidad casual; otros que no votan a quienes les
defraudan sin caer en el péndulo partidista. Se puede hacer –quizá no al 100%,
pero sí en una cierta medida, que ya es más de lo habitual–, lo he visto, y lo
demás son escusas
Habrá quien
diga que estas palabras evidencian corta experiencia, poco bagaje y desconocimiento
de la realidad tal cual es. Demasiado utópico, dirían. Yo respondo con
sencillez: no me preocupo de lo que hacen los demás, más allá de las necesarias
crítica y denuncia ante la injusticia social y la pobreza; al mismo tiempo, no
dejo que el cinismo gobierne mis tripas en esa actitud cobarde de quien se sabe
con un colmillo retorcido que sirve de escusa para olvidarse del prójimo. Sólo
doy mi opinión e intento hacer lo que predico en estos párrafos lo mejor que
puedo, sin caer en el sentimiento pernicioso de la culpa, pero sin dejar que el
desánimo sepulte mi voluntad. No me dedico a ver qué es lo que hacen las
personas que me rodean, si no que pretendo, con absoluta humildad –creedme que
es con absoluta humildad, sin pretender ser mejor que nadie, o mejor no creáis
nada–, llegar a esos reductos que sólo se saben imposibles cuando no se
intentan. Y para cuando llega el desánimo, trato de entender que las cosas
importantes de la vida jamás se concluyen; que la bondad o la compasión, la
humanidad y la empatía, no son un destino al que se llega, sino un camino del
que hay que intentar no salirse nunca, y volver a él cuando te despistas.
Alberto Martínez Urueña
18-03-2014
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