Pues no, no me había olvidado de mi columna, ni nada parecido. Primero, que he estado liado, actualizando contactos y grupos del correo, así que no eres de los afortunados a los que he olvidado meter en la lista. Quizá eres alguien que no sabías de mí desde hace años, o incluso puedes estar preguntándote por qué te llega este texto. Sólo recordaré la siempre presente opción de borrar el correo y añadir mi dirección a la lista de no deseados. O incluso mandarme una respuesta indicándome que no tienes el más mínimo interés en recibir mis reflexiones. La libertad es un valor escaso, pero en lo que se concierne a mí, imprescindible.
En segundo lugar, porque la actualidad me lo pone muy complicado, y no por defecto de motivos, si no por sobresaturación de ellos. Aquellos que expresan su opinión a diario en columnas de todo tipo tienen barra libre donde elegir, pero los que dejamos pasar una o dos semanas entre comentarios, y no nos fijamos específicamente en cada una de las noticias, la situación que vivimos hace que los análisis se parezcan demasiado unos a otros. Te mueves entre la indignación por el latrocinio de derechos, el cabreo por las estafas monetarias y financieras, y la incredulidad ante las explicaciones públicas que rozan unas veces la desvergüenza y otras directamente la mentira. Visto desde una cierta distancia, compruebas como nuestros dirigentes han pasado de actuar pensando que la gente no se entera –o no se quiere enterar– a directamente emitir discursos carentes de toda lógica y veracidad. Es decir, han pasado de tomarnos por tontos a mentirnos en la cara como si no nos diéramos cuenta.
Con el tiempo y desde esa distancia de la que hablo, me he dado cuenta de que las dos corrientes políticas mayoritarias se diferencian en un punto fundamental, que por otro lado les hace parecer iguales: la parte de la vida conciudadana que pretenden regular. Los llamados conservadores prefieren actuar sobre cuestiones sociales que tienen que ver con la moralidad y la conciencia; al mismo tiempo, ofrecen libertad en el campo de la economía y el dinero, considerando que los mercados se autorregulan por sí mismos. Los considerados progresistas pretenden regular estos últimos, coartando la actuación de los agentes económicos en los mercados de capitales; mientras, abogan por la liberalización del mercado del hacer humano, apelando a la conciencia individual como único mediador entre las personas y sus actos. No es todo tan claro, pero como aproximación al problema, creo que sintetiza bastante bien la cuestión. Ni que decir tiene en dónde se posiciona éste que os escribe: en el punto medio entre ambas partes, pero con unas consideraciones previas.
En primer lugar, creo que la cúspide de cualquier escala de valores debe estar ocupada por el ser humano y aquellos aspectos que van intrínsecos a su persona. Me refiero a la dignidad de ésta por el hecho de existir, a su valor global más allá de la valoración económica –y por tanto, reduccionista– del producto de su trabajo; al derecho a regir su vida de acuerdo a sus propias convicciones siempre que no se altere la primera de estas consideraciones; a no ser voluntariamente manipulado para que confunda lo que es con lo que no es.
La historia del hombre está preñada de ideologías desde que pretendimos organizarnos en sociedades más o menos complejas. Grandes pensadores –que a veces eran grandes hipócritas– elaboraban sesudas composiciones dialécticas para llegar a conclusiones que ratificasen sus creencias, y de esta manera, ordenar la sociedad a imagen y semejanza del ideal que contuviera sus emociones. Cualquiera de ellas vale, en todo caso, para estudiar cómo se realiza un análisis dialéctico y se ordena una composición filosófica compleja; sin embargo, en la mayoría de los casos, no terminan por elevar al ser humano a la categoría máxima, antes bien le someten a una categoría única, cuando la diversidad es su principal característica.
El discurso político está lleno de grandes ideas, pero todas ellas maximalistas que venden sin solución de continuidad en una cuestión bélica de bandos contrapuestos y únicos. En lugar de establecer cuáles son los nexos de unión, se empeñan en explicitar reiteradamente sus diferencias. Y el problema es que les sale rentable gracias a los que creen escuchar y cribar, y sólo corean proclamas.
Me he movido durante mucho tiempo en el detalle del discurso; sin pretender rehuirlo, me doy cuenta de que la realidad ha de observarse también desde la globalidad de la distancia. Constreñidos en el mensaje fácil y reduccionista del corto plazo, junto con aquello de “si no estás conmigo, estás contra mí”,nos movemos en un plano bidimensional que no permite ver la altura de horizontes que deberíamos pretender alcanzar. Hemos de escapar de la visión diminuta y cortoplacista en la que nos han introducido, pretendiendo acaparar nuestra atención, para contemplar una realidad que es mucho más amplia que la belicista en la que vivimos permanentemente agresivos.
Alberto Martínez Urueña 29-01-2014
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