domingo, 24 de noviembre de 2013

El corto plazo de las tripas


            Uno de mis momentos de mayor gusto y sosiego a lo largo del día suele ser, independientemente de la hora, escuchar tranquilamente las noticias, sobre todo cuando estoy en la cocina, entretenido con sartenes y cazuelas. Una de las últimas se refería al alcalde de Badalona, cuyo nombre no me sé ni me da la gana buscarlo en Google, y su entrada en los juzgados debido a la genial idea que tuvo en campaña electoral de lanzar panfletos en los que invitaba al pueblo, y también al populacho, a verter todo su odio contra la población de rumanos de su localidad. La entrada del susodicho, al parecer, se convirtió en la llegada victoriosa de Julio César después de reventar a los pueblos bárbaros con sus legiones debido a la algazara con que una masa disforme le recibía y alentaba en su lucha contra la Justicia.
            Vale, ya sé lo que van a argumentar algunos de los que lean el texto, y es que los rumanos a su país. Y cuando les recuerde la chavalería española que se larga a otros países con el tema de la crisis, dirán que estos van con contrato de trabajo. Por último, cuando recuerde que muchos de ellos van a la aventura, se defenderá que ellos saben comportarse, no como ese raro espécimen que campa cada fin de semana por las calles de nuestras ciudades montando gresca. Evidentemente, como sociedad tenemos que encontrar los medios para proteger a cada uno de los individuos que la conforman, pero el paso a la demagogia y después al racismo y a la xenofobia es tan fino que conviene tener claros ciertos extremos.
            Pero la reflexión era más sobre la estampa ofrecida que sobre el fondo del asunto. Al escuchar la noticia y recapacitar sobre ella me di cuenta de que en esa imagen sonora que me describían, plasmaban perfectamente el retrato de lo que sucede en este país que no se deja salvar por nadie. Por un lado, los líderes con capacidad de poder, siempre dispuestos a sacar a pasear el argumento más ladino, y por otro lado, la masa inculta y grosera, siempre dispuesta a tragar cualquier silogismo barato que le sirva de escusa para sacar el psicópata carnicero que lleva en las tripas.
            La responsabilidad de las personalidades con una visibilidad pública es más que evidente. No hay más que observar como los niños y adolescentes, ávidos de ejemplos a los que seguir, imitan en todo tipo de detalles a aquellos que tienen suficiente capacidad mediática. Se reclama, por ejemplo, en deportes de masas o en programas televisivos una ejemplaridad para evitar extender comportamientos incívicos: no hace tanto tiempo, en estadios de fútbol podíamos ver cómo energúmenos con la cara tapada y protegidos detrás de banderas de dudosa procedencia se dedicaban a linchar verbalmente a quien se pusiera a tiro. No hace demasiado tiempo, digo, en esta sociedad tan avanzada.
            Y luego está la contraparte. Esa colectividad que formamos entre todos nosotros, orgullosa de su incultura y de su cainismo más descarnado, siempre dispuesta a exponer suficientes razones para justificar el linchamiento en plaza pública. O lo que es lo mismo, a defender al personaje independientemente de sus actos; es decir, a justificar las mayores (o menores) tropelías en base a las simpatías que despierte el sujeto. No es de extrañar que éstos se esfuercen con tesón en practicar todas las artes necesarias del engaño y la tergiversación, convirtiendo el ejercicio de una actividad como la política en un simple mercantilismo de imagen, cuando deberían esforzarse en llevarlo al altar de la dialéctica y la contraposición de ideas, plaza que le corresponde. Añadido a esto, el pueblo inculto, siempre dispuesto a caer en el adocenamiento y en la incultura de masas que nos ofrecen envasada en guiones perfectamente estudiados y procesados, no está dispuesto a perder el tiempo usando la herramienta de la razón que la naturaleza le otorgó en aras de evitar que le tomen por estúpido. Caemos continuamente en clichés como el que afirma inservible informarse debidamente y formar un criterio propio sólido, aunque siempre flexible y preparado para corregir los errores que contenga.
            Pero lo peor de todo es que siempre estamos dispuestos a buscar o aceptar la excusa para que, con burdas engañifas, nos entresaquen (y nos dejemos entresacar) el carácter latino que tenemos y que nos lleva una y otra vez a la explosión emocional y a la búsqueda de soluciones a cortísimo plazo en lugar de tratar de sobreponernos al mensaje fácil y vacío que nos manipula y nos lleva de la mano al ocio fraternal y la guerrilla de portal y descansillo. En lugar de huir de los mensajes de mitin y cuña publicitaria en las noticias, dejamos que nos toquen el botón de la adrenalina y saltamos furiosos unos contra otros como monos de circo mientras ellos se reparten en pastel, al tiempo que se descojonan de la risa ante el espectáculo de toda una masa estúpida incapaz de ver escuchar las carcajadas por encima de sus propios insultos.
            La noticia me tocó la fibra, os lo aseguro, pero sobre todo por ver que la sociedad evolucionada y primermundista, avanzada y con cultura que dicen que somos acaba convertida en un eslogan y que, a las primeras de cambio, tenemos una gran masa crítica dispuesta a volver a las cavernas intelectuales y convertirse en seres irracionales de los que cualquiera con unos mínimos medios puede aprovecharse. No es que nos hagan, que también: es que nos dejamos.


Alberto Martínez Urueña 24-11-2013

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