Uno de mis
momentos de mayor gusto y sosiego a lo largo del día suele ser,
independientemente de la hora, escuchar tranquilamente las noticias, sobre todo
cuando estoy en la cocina, entretenido con sartenes y cazuelas. Una de las últimas
se refería al alcalde de Badalona, cuyo nombre no me sé ni me da la gana
buscarlo en Google, y su entrada en los juzgados debido a la genial idea que
tuvo en campaña electoral de lanzar panfletos en los que invitaba al pueblo, y
también al populacho, a verter todo su odio contra la población de rumanos de
su localidad. La entrada del susodicho, al parecer, se convirtió en la llegada
victoriosa de Julio César después de reventar a los pueblos bárbaros con sus
legiones debido a la algazara con que una masa disforme le recibía y alentaba
en su lucha contra la Justicia.
Vale, ya sé
lo que van a argumentar algunos de los que lean el texto, y es que los rumanos
a su país. Y cuando les recuerde la chavalería española que se larga a otros
países con el tema de la crisis, dirán que estos van con contrato de trabajo.
Por último, cuando recuerde que muchos de ellos van a la aventura, se defenderá
que ellos saben comportarse, no como ese raro espécimen que campa cada fin de
semana por las calles de nuestras ciudades montando gresca. Evidentemente, como
sociedad tenemos que encontrar los medios para proteger a cada uno de los
individuos que la conforman, pero el paso a la demagogia y después al racismo y
a la xenofobia es tan fino que conviene tener claros ciertos extremos.
Pero la
reflexión era más sobre la estampa ofrecida que sobre el fondo del asunto. Al
escuchar la noticia y recapacitar sobre ella me di cuenta de que en esa imagen
sonora que me describían, plasmaban perfectamente el retrato de lo que sucede
en este país que no se deja salvar por nadie. Por un lado, los líderes con
capacidad de poder, siempre dispuestos a sacar a pasear el argumento más
ladino, y por otro lado, la masa inculta y grosera, siempre dispuesta a tragar
cualquier silogismo barato que le sirva de escusa para sacar el psicópata
carnicero que lleva en las tripas.
La
responsabilidad de las personalidades con una visibilidad pública es más que
evidente. No hay más que observar como los niños y adolescentes, ávidos de
ejemplos a los que seguir, imitan en todo tipo de detalles a aquellos que
tienen suficiente capacidad mediática. Se reclama, por ejemplo, en deportes de
masas o en programas televisivos una ejemplaridad para evitar extender
comportamientos incívicos: no hace tanto tiempo, en estadios de fútbol podíamos
ver cómo energúmenos con la cara tapada y protegidos detrás de banderas de
dudosa procedencia se dedicaban a linchar verbalmente a quien se pusiera a
tiro. No hace demasiado tiempo, digo, en esta sociedad tan avanzada.
Y luego está
la contraparte. Esa colectividad que formamos entre todos nosotros, orgullosa
de su incultura y de su cainismo más descarnado, siempre dispuesta a exponer
suficientes razones para justificar el linchamiento en plaza pública. O lo que
es lo mismo, a defender al personaje independientemente de sus actos; es decir,
a justificar las mayores (o menores) tropelías en base a las simpatías que
despierte el sujeto. No es de extrañar que éstos se esfuercen con tesón en
practicar todas las artes necesarias del engaño y la tergiversación,
convirtiendo el ejercicio de una actividad como la política en un simple
mercantilismo de imagen, cuando deberían esforzarse en llevarlo al altar de la
dialéctica y la contraposición de ideas, plaza que le corresponde. Añadido a
esto, el pueblo inculto, siempre dispuesto a caer en el adocenamiento y en la
incultura de masas que nos ofrecen envasada en guiones perfectamente estudiados
y procesados, no está dispuesto a perder el tiempo usando la herramienta de la
razón que la naturaleza le otorgó en aras de evitar que le tomen por estúpido.
Caemos continuamente en clichés como el que afirma inservible informarse
debidamente y formar un criterio propio sólido, aunque siempre flexible y
preparado para corregir los errores que contenga.
Pero lo peor
de todo es que siempre estamos dispuestos a buscar o aceptar la excusa para
que, con burdas engañifas, nos entresaquen (y nos dejemos entresacar) el
carácter latino que tenemos y que nos lleva una y otra vez a la explosión
emocional y a la búsqueda de soluciones a cortísimo plazo en lugar de tratar de
sobreponernos al mensaje fácil y vacío que nos manipula y nos lleva de la mano
al ocio fraternal y la guerrilla de portal y descansillo. En lugar de huir de
los mensajes de mitin y cuña publicitaria en las noticias, dejamos que nos
toquen el botón de la adrenalina y saltamos furiosos unos contra otros como
monos de circo mientras ellos se reparten en pastel, al tiempo que se
descojonan de la risa ante el espectáculo de toda una masa estúpida incapaz de
ver escuchar las carcajadas por encima de sus propios insultos.
La noticia me
tocó la fibra, os lo aseguro, pero sobre todo por ver que la sociedad
evolucionada y primermundista, avanzada y con cultura que dicen que somos acaba
convertida en un eslogan y que, a las primeras de cambio, tenemos una gran masa
crítica dispuesta a volver a las cavernas intelectuales y convertirse en seres irracionales
de los que cualquiera con unos mínimos medios puede aprovecharse. No es que nos
hagan, que también: es que nos dejamos.
Alberto Martínez Urueña
24-11-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario