martes, 30 de abril de 2013

Un día de mierda en Iberia


            Os juro por la gloria de madre que normalmente estoy muy tranquilo. Soy una persona que lucho, como algunos sabéis, porque mi equilibrio mental se mantenga dentro parámetros relativamente normales. Siempre tengo presente a hombres, o más que a éstos, a sus palabras y enseñanzas, para inspirarme en el quehacer diario y alcanzar la proximidad a una utopía personal que a veces propugno en estos textos. Sin embargo, hay días, y éste es uno de ellos, en que el ritmo cardiaco se convierte en una samba brasileña y tengo sueños en los que enloquezco y alcanzo un placer cuasiorgásmico causando el mal a personas humanas. A determinadas. Os explico.
            Todo empezó más o menos normal a eso de las ocho de la mañana, recogiendo un poco la casa, desayunando tranquilamente unos copos de avena con leche de trigo y escuchando las noticias en el medio de comunicación por excelencia: la radio. Fue más o menos a eso de las ocho y veinte, imprimiendo unos papeles en casa (burocracia doméstica), en que al lobo estepario que llevo dentro se le escapó un colmillo por fuera de los labios y brilló en la oscuridad de mi mente. Hoy era el día en que a cierto torero se le iban a leer los cargos y la sentencia. Antes de proseguir, me remito a textos pretéritos en los que expreso con suma precisión los desajustes orgánicos que me produce la gente de la farándula española.
            Salí de casa, enganchados los cascos al móvil mientras escuchaba a Pepa Bueno contarnos una nueva confirmación de las premoniciones de más de cuarenta millones de españoles: donde el Gobierno dijo “no habrá más recortes, ni tocaremos los impuestos”, ahora retorcían la dialéctica del mensaje y lo trastocaban a “no queremos, pero el futuro…”. Ya lo decían los griegos, que las lecturas de los oráculos no siempre eran precisas, y dependían de múltiples factores; el problema es cuando los políticos empiezan a comportarse como seres mitológicos y a fiar sus previsiones en los hados: mis tripas empiezan a querer salírseme por el ombligo. Hoy no ha sido menos, claro.
            En estas estaba yo, dándole al coco para aceptar la variabilidad del sino, cuando la perra del saber estar cristiano y defensor de la fe verdadera en España nos hacía saber, el muy hijo de puta, haciéndonos un favor, a nosotros, la miserable plebe, que la ley del aborto que tiene en mente sería más restrictiva incluso que la que adoptaron los sociatas de mierda en el año ochenta y cuatro (no iba a ser él menos). Que los plazos esos que aceptan los infieles europeos no tienen cabida en un código legislativo que defienda la pureza doctrinaria de la Biblia y que de los supuestos para abortar, fuera los problemas físicos y las malformaciones del feto. Sólo faltaba. Reconozco, a fe mía, que ese fue el momento en que la digestión se me cortó y estuve a punto de vomitarme por encima.
            Pero no contentos con joderme la mañana, escucho al títere del Opus Dei aseverar que, para defender la dignidad y prosapia del castellano (como si hiciera falta, con más de quinientos millones de jumentos hablándolo), lo correcto sería inyectar dinero público en colegios privados de Cataluña que lo garanticen. Más dinero para sus amiguetes, más chorreo y baba bendita para los sacrílegos del Catecismo que dicen defenderlo. Y para los que son capaces de vender a su madre por cuatro perras.
            Andaba yo arrastrado (mi hermana de testigo), pensando en la de sorpresas que nos van a dar en los próximos Consejo de Ministros que, dentro de poco, conseguirán desbancar al fútbol en las parrillas de audiencia. El siguiente paso debería ser conseguir que la adrenalina cotizase en bolsa, y os aseguro que con tres o cuatro viernes de los que nos tiene acostumbrados nuestra vice sacaríamos al país de la ruina y nos acercaríamos en riqueza per cápita a cualquiera de los paraísos árabes donde las mujeres llevan joyas bajo los turbantes y, de los nacionales, sólo curra el tonto de la familia. Ya veo venir las próximas semanas en donde todo lo dicho hasta ese momento quedará devaluado por los acontecimientos y empezará a llovernos sal sobre las heridas… Los saltos van a ser apoteósicos, y el ingenio ibérico con respecto a nuestra bien servida mesa de insultos, quedará más que contrastado.
            Eso sí, la fiscalía, el brazo judicial del Gobierno, ha comunicado a todos los medios, tachán, tachán… ¡Qué no está de acuerdo con la sentencia a la Pantoja! En ese momento, la risa histérica me convirtió en el Joker y casi me estampó contra un gilipollas que no señalizó correctamente un giro a la izquierda en la salida de una rotonda.
            Maravilla española, gloria de la Historia europea, el Imperio donde no se ponía el sol… Hoy en día no sale, y de ello se encargan a conciencia todos aquellos que tengan un mínimo de treinta segundos en cualquier espacio televisivo, dejando el orgullo patrio tan arrastrado que de un tiempo a esta parte no lo reconoce ni su madre. Sin embargo, parece que siempre ha sido así. Leyendo El Quijote te sorprendes escuchándole como cuenta a Sancho todas las triquiñuelas de cada comendador, cacique o terrateniente, y de cómo el pueblo, oprimido, permanece sumido en la incultura más cerril y, por desgracia, más querida. Hoy, os lo aseguro, es un día de mierda en Iberia.

Alberto Martínez Urueña 30-04-2013

viernes, 19 de abril de 2013

Dignidad


            Es más fácil meterse con quien está en el Gobierno, eso está más claro que el agua. Sobre todo cuando queda tan patente que es un Gobierno clasista que lleva en su ideología el diferente rasero con que se ha de medir a unas personas y a otras, extremo demostrado por reiteración después de menos de dos años de Legislatura en donde se ha dedicado a sangrar a las clases media y baja para evitarle disgustos a la alta, que es donde están aquéllos a los que quieren pegarles un buen lametazo entre pierna y pierna.
            No es menos sencillo, por desgracia, entrarle al grupo mayoritario en la oposición, porque su inoperancia de no hacer nada en el Congreso, únicamente mirar los periódicos y sumarse a las iniciativas ciudadanas con más tirón mediático en un intento de hacer eso que han bautizado con “conectar con la calle” es bochornoso. Esto, unido a la incompresible decisión de no dar la patada al señor de barbas presente en el Gobierno que mareó la perdiz durante tres años de crisis, convierte todo en plasta alimentaria de digestión. Sobre todo porque durante los tres años de crisis que le pilló en el Ministerio de Interior, tuvimos más ración de esa “nada de nada”. Nada de nada de la reforma fiscal de la que ahora se llenan la boca, ni de organismos independientes de fiscalización de la gestión pública, ni de auténticos esfuerzos para meterle mano a la tómbola inmobiliaria… Yo no voy a hacer ese juego mugriento de la derecha española de apelar a la herencia recibida (malditas frases hechas), pero me cuesta mucho creer que, de llegar a los puestos de responsabilidad a los que tanto les gusta amorrarse, fueran a hacer algo para lo que harían falta, sobre todo, un par de cojones bien puestos.
            Por eso, y a pesar de que el fascio español, camuflado en la presunta derecha centrista, se pasa las horas muertas buscando la manera de desprestigiarles, tienen tanto mérito todas esas personas que se han comprometido de manera activa con sus semejantes. Estoy hablando de varias asociaciones que, de una forma u otra, están luchando por conseguir que esta sociedad sea más humana, enfrentándose contra los enemigos evidentes que son los políticos de mierda que tenemos en las cúpulas de sus partidos, esa especie nueva que no tardará en ser catalogada dentro de la rama de los réptiles cuya forma de subsistencia consiste en joder al prójimo maximizando una función que incluye su sufrimiento y su pérdida de dignidad.
            Pueden llamarlo de cualquier manera, porque al final, a cualquier persona con un mínimo de sensatez, y sobre todo, de empatía, no le pueden colar el gol que pretenden. Aseverar con el gesto serio y una media sonrisa de prepotencia que estas organizaciones son proetarras, filonazis y otras lindezas que se están llevando sólo pueden ser proferidas por personas sin ningún tipo de inteligencia, memoria histórica o vergüenza torera, al margen de que defienden la afirmación que he realizado en el tercer párrafo acerca de a quiénes tienen en sus filas. España, como nación, tiene muchas heridas abiertas, y entre ellas, una de las más importantes es que no hemos conseguido librarnos de esa casta sucia y rastrera que gasta su tiempo en intentar imponer su doctrina a sangre y fuego, mientras nos roban la semanada condenándonos a la subsistencia y a vivir de su limosna. Mientras que en el resto del mundo los países guillotinaban a sus reyes y demás sanguijuelas, impuestas por la mano divina, separando de una vez por todas del poder civil a esa casta sacerdotal con las manos manchadas de sangre inocente, nuestro país era el reducto de los Borbones y del clero, y de una nobleza empecinada en que nadie se les subiera a las barbas, más allá de cualquier otro razonamiento, aunque este fuera la auténtica gloria y progreso de esta nación.
            Así que, dejando a un lado el repaso histórico que esos bastardos amanerados se merecen (todos ellos, desde los que llevaban peluca hasta los que iban en faldas), me alegro de que haya ciudadanos que se atrevan a agruparse y asociarse y les toquen bien los cojones, con todo merecimiento. Todo ello a pesar de que, con esa miserable labia que gastan, se atrevan a atrincherarse en el Congreso, en edificios oficiales o en su casa, y cambien el espíritu, o directamente el texto, de cuantas leyes hagan falta para seguir teniendo al “Estado de Derecho” de su parte. Y antes de que nadie diga eso de que “las razones son evidentemente justas, pero las formas no”, yo afirmo que el problema es que los hijos de puta de la cúpula ya se lo han montado suficientemente bien para que sea la única solución auténticamente viable que les dejan a los más débiles y desprotegidos (esos por los que tenían que estar luchando a brazo partido) puedan hacer oír su voz.
            Este texto quiere ser un homenaje a todas esas personas, la mayoría anónimas, que han decidido luchar por… No usaré la palabra derechos o algo parecido, todo ello tan manido que ya carece de contenido claro. Esto es un homenaje por aquellos que saben que les están robando y están haciendo todo lo posible para que esta sea una sociedad donde cada persona, y no sólo únicamente ellos, también cada uno de nosotros, pueda ir con la cabeza merecidamente alta.

19-04-2013 Alberto Martínez Urueña

miércoles, 10 de abril de 2013

La auténtica noticia (y el verdadero espejo)


            Hay veces en que me quiero desquitar un poquito y soltar a los perros en esta crisis que tenemos, es cierto. Además, tengo la insana costumbre de creer que la ideología (ojo, ideología, no los partidos que la representan en este país, en particular uno que ha tenido responsabilidad de Gobierno hace no mucho) en esta sociedad en la que vivimos cuenta, y mucho, y que no es lo mismo ser de derechas que ser de izquierdas. Digo esto, porque hoy me encantaría revolcarme en el lodo como un gorrino castellano y soltar improperios a costa de la decisión de nuestro querido alcalde vallisoletano de inyectar ciento cincuenta mil euros del ala a nuestro querido equipo de baloncesto al tiempo que dejaba de pagar diez mil euros a una asociación vecinal dedicada a ayudar a gente que no tiene ni para comer tres veces al día. Cuando haya quien me diga que ahora la ciudad está mejor, más bonita y cuidada, gracias a la gestión de nuestro león particular, le recordaré esta noticia y añadiré que, del mismo modo que en las personas, la estética puede que sea lo primero que llega a la vista, pero las acciones más o menos humanas son las importantes, y las que llegan al corazón.
            Una vez que ya he dejado mi tarascada particular, la cual me guardo en el tintero para cuando lleguen elecciones y haya quien opine que votar al tocaconchas de siempre es lo más inteligente, regreso con las orejas gachas a mi covacha mental de estar hasta la flauta de Amelín de hablar de tragedias económicas y lindezas de la actualidad. Hoy quiero reivindicar una cuestión fundamental que me parece que son las noticias que tendrían que estar saliendo en la televisión, y no esas que nos envenenan en las que salen los puercos gubernamentales chupando cámara en un intento de convencernos de que lo que están haciendo es por nuestro bien y no por su particular servilismo con los verdaderamente poderosos del mundo que no quieren pagar un mísero céntimo de impuestos (auténtico sentido de las SICAV).
            La noticia importante, la que teníamos que tener todos en mente, y que no quieren que tenga relevancia por si acaso se nos ocurre tomar ejemplo y se generaliza, es la que hace referencia a la ingente cantidad de personas anónimas que se han levantado del sofá donde tenían el culo marcado y han empezado a plantearse el colaborar en esta sociedad que parece cada día más asquerosa. Por un lado tenemos a nuestros “representantes” empeñados en vendernos una mentira emperifollada con galas verbales (ya sabéis, lo de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, lo del esfuerzo de currar más y cobrar menos, las que suelta de vez en cuando el señor Rosell, amiguete de juergas dialécticas de la Merkel, y otra sarta de incongruencias), cuando lo que piensan está más acercado a aquella gran frase de Margaret, de que un joven de veintiséis años que todavía va en autobús es un fracasado.
            Sin embargo, por otro lado, tenemos una masa cada vez más crítica de personas que han comprendido que el mar está compuesto de pequeñas gotas de agua, todas ellas igual de importantes para componer un todo relevante. Así, la contribución de todas esas pequeñas personas cada vez más numerosas está consiguiendo hitos importantes que, aunque pocas veces salgan en los medios de comunicación y solo después de tocar mucho los machos, están ayudando a muchas personas a soportar y en algunos casos aplacar con hechos concretos el sufrimiento que los desalmados les sirven cada día.
            Sé que hay quien piensa que el fruto de su trabajo es sólo suyo, que está en su derecho de ganar cuanto más dinero mejor y que la propiedad privada es inviolable en cualquier situación y bajo cualquier supuesto, en pro de una seguridad jurídica que da tranquilidad a cada uno de nosotros.      Sin embargo, hay personas ahí fuera que su dinero lo está aportando a los bancos de alimentos y a las ONG’s, tanto de manera pecuniaria como en alimentos y productos necesarios. Incluso hay quien considera que su tiempo tiene valor, pero no precio, y colaboran de manera desinteresada en esas organizaciones, desde gente joven y de una riqueza de corazón espléndida (me viene a la cabeza Calor y café de la red Íncola) hasta jubilados que, en lugar de estar gastando su bien merecido tiempo de descanso, lo utilizan en el Banco de Alimentos. Y todo de manera anónima, desinteresada, sin más que una sonrisa y desde luego, sin ninguna búsqueda de fama.
            Cuando escucho la frase de que la sociedad es una mierda, tengo la tentación de secundarla dando saltos como un orangután descerebrado; sin embargo, después pienso en todas esas personas que consiguen dar un bocadillo a un sin-techo en mitad de una noche de invierno castellana, que visitan a ancianos y a moribundos en sus casas para que se sientan queridos, o simplemente en los que gastan su tiempo delante de una mesa ordenando papeleo necesario sin cobrar ni un céntimo como el que el egoísta no quiere dar vía impuestos. Pienso en ellos y entonces creo que hay algo verdadero y que es mucho más grande que las cifras macroeconómicas. Ésas son las auténticas noticias que tendríamos que estar escuchando todos los días, olvidándonos de los pocos hijos de puta que controlan la economía y la deshumanizan, y quizá así la perspectiva cambiara; quizá, viendo una y otra vez el maravilloso ejemplo que nos dan estas personas, y no tanta miseria humana, viéramos que no es tanta la mierda como parece y que depende directamente de cada uno de nosotros que así sea.

Alberto Martínez Urueña 10-04-2013

viernes, 5 de abril de 2013

Tecnología y nostalgia


            Existe cada vez con más frecuencia, y supongo que tendrá sus motivos, una corriente de sentimientos nostálgicos acerca de cómo era la vida hace treinta o cincuenta años. Nos llegan correos, imagino que a todos, o casi, hablando de cómo pasábamos la infancia llenándonos de mierda hasta las orejas mientras jugábamos en calles llenas de barro, mugre y elementos de alta toxicidad para nuestro organismo. Resulta que la sociedad ha evolucionado hacia un mundo de comodidades que por otro lado no satisface a nadie, o más bien, en el que las supuestas bondades de una tecnología nos han acabado esclavizando y alienando de nuestro propio sentido como seres humanos. Porque va un poco de eso cuando se dice que si los niños crecen enchufados a la consola y al móvil, aislados en su cuarto delante de una pantalla sin salir a jugar al fútbol, o a lo que sea, con sus amigos, y el único contacto que acaban teniendo son partidas interminables de juegos de ordenador conectados por Internet. Incluso, cuando esto no estaba tan en boga (hace cosa de diez años), para poder jugar en red con tus amigos, tenías que irte a una sala de ordenadores donde tuvieras esa posibilidad. Hoy en día con la fibra óptica, la banda ancha, los procesadores de cuatro núcleos y las tarjetas gráficas de varios gigahercios no necesitamos salir a la calle a coger frío, y el fútbol lo jugamos en un campo de hierba electrónica con miles de aficionados coreando nuestro nombre.
            ¿Qué se pensaba la gente qué ocurriría si lo único que ha preocupado al ser humano en los últimos sesenta o setenta años ha sido encontrar una comodidad material cada vez más elevada basada en un consumo totalmente irracional y compulsivo? ¿Acaso imaginaban que mientras los padres se compraban la televisión último modelo, el video VHS (o Beta), el sofá ergonómico con masaje culero, el coche más potente o la casa con mejor calefacción, los hijos se iban a quedar al margen e iban a seguir jugando a las chapas y a las canicas, cogiendo frío en la calle y haciendo cola en los cines para ver las películas cuando las iban a tener a los tres meses en videoclubes, o en el eMule? ¿Qué razonamiento sujeta semejante despropósito, cuando siempre se ha sabido que el ejemplo es la mejor educación que existe? La única diferencia es que la tecnología ha cambiado, y ahora los que se quejan de que los niños tienen la cara cuadrada de pasarse las horas con el mando de la consola, son los que se pasan las horas sentados delante de la televisión viendo series, programas de telebasura y deportes (en lugar de hacer su propio guión vital en los bares del barrio, cotillear en los rellanos y llenar los estadios, comiendo el bocata de tortilla e inventando insultos para el cabrón de negro).
            ¿Acaso la tecnología es mala? El mejor ejemplo para esto es la energía nuclear, que puede ser usada como bomba con la que arrasar ciudades enteras o en aparatos médicos superavanzados para detectar tumores de pocos milímetros en reductos escondidos del organismo. Los carcas se quejan de que los infantes no hacen más que perder el tiempo en lugar de relacionarse, pero eso lo hacen desde la comodidad de su sofá de cuero sintético mientras hacen zapping a través de trescientos canales de los cuales acaban viendo cinco o seis, consultando la ficha de las posibles películas a visionar en su teléfono móvil de última generación y perdiendo un tiempo que nunca regresa.
            La vida nos ha traído un cambio de paradigma en nuestras relaciones, a todos los niveles, y todavía estamos a verlas venir en muchos aspectos. Hoy en día, la tecnología consiste en la creación de productos a cual más novedoso, ver la viabilidad económica mediante un análisis de costes unitarios de fabricación y en la generación de una necesidad en el consumidor que absorba esa producción. Normalmente, productos que nos faciliten la vida, lo cual es lo mismo que decir que nos permitan hacer cada vez más cosas sin necesidad de mover un dedo, con la ley del mínimo esfuerzo.
            Sin embargo, yo tengo mi utopía tecnológica, en la que los nuevos avances sirvieran para unificar varios aspectos de la vida humana que parecen estar reñidos, como son el consumo y eficiencia energéticos, la organización social de nuestras ciudades, los medios de transporte o las relaciones interpersonales a distancia. Hace no muchos días escuchaba en esa maravilla de medio de comunicación que es la radio (ni punto de comparación con la televisión) un coloquio sobre las ciudades inteligentes y me puse a imaginar, también como proyecto para mi libro, cómo podría ser una ciudad inteligente. Haced el esfuerzo y veréis como os vienen rápidamente ideas de cuál sería vuestra urbe.
            Podríamos hablar al respecto horas enteras, pero lo que todos pediríamos sería que esa tecnología que parece denostada pero a la que nadie renuncia nos ayudase a volver a ser los dueños de unas calles fusionadas con la naturaleza, donde respirar no fuera un deporte de riesgo y que nos devolviese un entorno que no nos pareciera tan deshumanizado y tan hostil. En resumen, que nos devolviera lo que siempre hemos sido con lo que hemos llegado a ser.

Alberto Martínez Urueña 5-04-2013