viernes, 5 de abril de 2013

Tecnología y nostalgia


            Existe cada vez con más frecuencia, y supongo que tendrá sus motivos, una corriente de sentimientos nostálgicos acerca de cómo era la vida hace treinta o cincuenta años. Nos llegan correos, imagino que a todos, o casi, hablando de cómo pasábamos la infancia llenándonos de mierda hasta las orejas mientras jugábamos en calles llenas de barro, mugre y elementos de alta toxicidad para nuestro organismo. Resulta que la sociedad ha evolucionado hacia un mundo de comodidades que por otro lado no satisface a nadie, o más bien, en el que las supuestas bondades de una tecnología nos han acabado esclavizando y alienando de nuestro propio sentido como seres humanos. Porque va un poco de eso cuando se dice que si los niños crecen enchufados a la consola y al móvil, aislados en su cuarto delante de una pantalla sin salir a jugar al fútbol, o a lo que sea, con sus amigos, y el único contacto que acaban teniendo son partidas interminables de juegos de ordenador conectados por Internet. Incluso, cuando esto no estaba tan en boga (hace cosa de diez años), para poder jugar en red con tus amigos, tenías que irte a una sala de ordenadores donde tuvieras esa posibilidad. Hoy en día con la fibra óptica, la banda ancha, los procesadores de cuatro núcleos y las tarjetas gráficas de varios gigahercios no necesitamos salir a la calle a coger frío, y el fútbol lo jugamos en un campo de hierba electrónica con miles de aficionados coreando nuestro nombre.
            ¿Qué se pensaba la gente qué ocurriría si lo único que ha preocupado al ser humano en los últimos sesenta o setenta años ha sido encontrar una comodidad material cada vez más elevada basada en un consumo totalmente irracional y compulsivo? ¿Acaso imaginaban que mientras los padres se compraban la televisión último modelo, el video VHS (o Beta), el sofá ergonómico con masaje culero, el coche más potente o la casa con mejor calefacción, los hijos se iban a quedar al margen e iban a seguir jugando a las chapas y a las canicas, cogiendo frío en la calle y haciendo cola en los cines para ver las películas cuando las iban a tener a los tres meses en videoclubes, o en el eMule? ¿Qué razonamiento sujeta semejante despropósito, cuando siempre se ha sabido que el ejemplo es la mejor educación que existe? La única diferencia es que la tecnología ha cambiado, y ahora los que se quejan de que los niños tienen la cara cuadrada de pasarse las horas con el mando de la consola, son los que se pasan las horas sentados delante de la televisión viendo series, programas de telebasura y deportes (en lugar de hacer su propio guión vital en los bares del barrio, cotillear en los rellanos y llenar los estadios, comiendo el bocata de tortilla e inventando insultos para el cabrón de negro).
            ¿Acaso la tecnología es mala? El mejor ejemplo para esto es la energía nuclear, que puede ser usada como bomba con la que arrasar ciudades enteras o en aparatos médicos superavanzados para detectar tumores de pocos milímetros en reductos escondidos del organismo. Los carcas se quejan de que los infantes no hacen más que perder el tiempo en lugar de relacionarse, pero eso lo hacen desde la comodidad de su sofá de cuero sintético mientras hacen zapping a través de trescientos canales de los cuales acaban viendo cinco o seis, consultando la ficha de las posibles películas a visionar en su teléfono móvil de última generación y perdiendo un tiempo que nunca regresa.
            La vida nos ha traído un cambio de paradigma en nuestras relaciones, a todos los niveles, y todavía estamos a verlas venir en muchos aspectos. Hoy en día, la tecnología consiste en la creación de productos a cual más novedoso, ver la viabilidad económica mediante un análisis de costes unitarios de fabricación y en la generación de una necesidad en el consumidor que absorba esa producción. Normalmente, productos que nos faciliten la vida, lo cual es lo mismo que decir que nos permitan hacer cada vez más cosas sin necesidad de mover un dedo, con la ley del mínimo esfuerzo.
            Sin embargo, yo tengo mi utopía tecnológica, en la que los nuevos avances sirvieran para unificar varios aspectos de la vida humana que parecen estar reñidos, como son el consumo y eficiencia energéticos, la organización social de nuestras ciudades, los medios de transporte o las relaciones interpersonales a distancia. Hace no muchos días escuchaba en esa maravilla de medio de comunicación que es la radio (ni punto de comparación con la televisión) un coloquio sobre las ciudades inteligentes y me puse a imaginar, también como proyecto para mi libro, cómo podría ser una ciudad inteligente. Haced el esfuerzo y veréis como os vienen rápidamente ideas de cuál sería vuestra urbe.
            Podríamos hablar al respecto horas enteras, pero lo que todos pediríamos sería que esa tecnología que parece denostada pero a la que nadie renuncia nos ayudase a volver a ser los dueños de unas calles fusionadas con la naturaleza, donde respirar no fuera un deporte de riesgo y que nos devolviese un entorno que no nos pareciera tan deshumanizado y tan hostil. En resumen, que nos devolviera lo que siempre hemos sido con lo que hemos llegado a ser.

Alberto Martínez Urueña 5-04-2013

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