martes, 18 de diciembre de 2012

Posibilidades


            Cuando empecé la serie de textos que llevan por título La pregunta, pretendía insistir en varias ideas que venían motivadas por una cuestión primordial, y que cada día se repite de manera insistente: ¿qué es lo que podemos hacer, de manera individual, cada uno de nosotros en esta sociedad en la que vivimos?
            Son varias las conversaciones que he podido tener a este respecto en los últimos meses, y entre todas ellas, pude sacar varias conclusiones que me llevaron a considerar un patrón más o menos fijo: todos y cada uno de nosotros mezclamos en las posibles soluciones más o menos utópicas una idea de venganza contra aquellos que consideramos responsables, no ya de la crisis económica que ahora nos ahoga, sino contra los que convierten esta sociedad en un lugar donde prima la dirección de unos pocos movidos por sus intereses egoístas; intereses que, generalmente, suponen que ellos ganen para que nosotros perdamos, ya sea en aspectos monetarios o en otros como puedan ser los derechos sociales.
            Sinceramente, creo que la solución que pretendamos aportar debería estar limpia de valoraciones negativas. No hablo de dejar impunes las injusticias que puedan suceder, pero el sistema actual de condenas y sanciones no está estructurado para que la defensa de la propiedad privada, ya sea un simple piso de cincuenta metros cuadrados y una cuenta corriente exangüe o un palacio de mil quinientos con inversiones financieras de varios millones, sea vulnerada por valoraciones de justicia equitativa que lleve al expolio de los más ricos. Al margen de que el hecho de ser rico no es lo mismo que ser indecentemente rico, y es algo que está sujeto a demasiadas valoraciones.
            Además, el análisis de la Historia nos lleva a darnos cuenta del descrédito que tienen tanto los liderazgos como las revoluciones más o menos violentas. No porque tanto con los primeros como con las segundas no se haya llegado a mejoras sustanciales: no caeré yo en la hipocresía de argumentar que las distintas revoluciones no consiguieron la abolición de la esclavitud, el sufragio universal o el derecho a la libertad de expresión. Tendemos a minusvalorar avances pretéritos porque no nos tocó vivir lo que suponían los estados anteriores, y porque nos dejaron a nosotros papeletas sin vender de esta fiesta; sin embargo, no podemos entender lo que sucedió entonces, sólo disfrutar lo que de ello devino.
            La pretensión del hombre, desde hace mucho tiempo, ha sido transformar el mundo para intentar hacerlo más amable, más humano; sin embargo, da la sensación de que siempre ha habido alguien intentando que esto no sucediera. Una y otra vez nos hemos topado con una muralla de intereses de unos pocos con capacidad para imponerse al resto; unos pocos que, además, han considerado justo la diferente condición que puede suponer su existencia comparada con la de padres en el paro y niños con hambre en casa. Ni que decir también de las circunstancias que se pueden dar en África, a pesar de que para esa clase de personas suponga igual de justo lo anterior.
            Es complicado no querer vengarse de aquellos que limitan nuestro potencial como sociedad para poder alcanzar cotas de bienestar que alcancen a la totalidad de sus miembros. No entro ya en la opresión que puede sufrir un oficinista que tiene a su jefe subido a la espalda, el cual considera que es más justo (y además es su función, y para eso le pagan) llevar al subordinado a límites que rayan el deterioro físico y psíquico en un afán de aumentar la productividad. Hablamos de opresión, en genérico, y después que cada uno se ponga su ejemplo. Es complicado no querer destruir las bases de un sistema económico que no admite que quieras tener un puesto de trabajo más o menos tranquilo, sin grandes aspiraciones laborales, y que cuando no entras por ese estrecho aro, te pone calificativos de vago cuando menos. En fin, es complicado no querer vengarse de quien quiere arrebatarle a nuestro entorno la humanidad que todos necesitamos, cubriéndola con y anteponiendo criterios de economía y eficiencia, cuando todos ellos deberían ser subordinados al primero, al primordial.
            Como siempre, cuando se habla en estos términos, queriendo transformar la realidad hacia una utópica visión que, de alguna manera, todos tenemos, vemos lo inalcanzable del intento. Así pues, la propuesta acaba siendo siempre la misma: intentar mejorar el pequeño entorno en el que te muevas, intentando hacerlo cada vez más habitable y, quizá, indicando con tu ejemplo simplemente la posibilidad de llevarlo a la práctica. La cuestión es que el “hecho inexorable” de que con esto no cambiaremos la gran realidad se impone y nos derriba una y otra vez. Quizá, y digo sólo quizá, deberíamos dejar de intentar cambiar el mundo, y simplemente intentar hacer que nuestro pequeño entorno, hasta donde llegue en cada uno de nosotros, hacerlo un poco más habitable. Quizá, y digo sólo quizá, la solución para este mundo que parece cada vez más corrompido sean los pequeños gestos que tampoco cuesta tanto hacer, como puede ser ceder el paso a una persona mayor, regalar una sonrisa a quien te cede el paso. Y cuando nos topemos con aquel que no corresponde, si no somos capaces de sonreírle igualmente, al menos no revolcar a sus muertos en una montaña de estiércol.

Alberto Martínez Urueña 18-12-2012

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