En el texto
pasado planteaba dos cuestiones fundamentales: la primera de ellas era la
problemática no de responder de manera correcta a las preguntas, normalmente
ajenas, sino la importancia de que cada uno de nosotros encontrase las preguntas
adecuadas propias; y la segunda, una escueta reflexión sobre el éxito, tanto en
el plano individual como colectivo. El mundo y la actualidad que nos ha tocado
vivir está destruyendo las antiguas creencias, estructuras doctrinales y formas
de organización que sustentaban la sociedad en la que bregamos como podemos o
nos dejan. Un ejemplo paradigmático de este proceso es lo que un buen amigo mío
ha dado por llamar la caída de los
liderazgos. Si observamos por un momento, y esto lo explicaría mejor esta persona,
la realidad que se nos ha impuesto con líderes totalmente alejados de nosotros
y además con unos comportamientos cuando menos censurables desde un punto de
vista ético, sobre todo, en el plano político y económico, nos ha llevado a la
desconfianza de cualquier propuesta programática o incluso de cualquier
iniciativa, y corremos un riesgo terrible de seguir cavando en esa dirección,
yendo de manera irremisible a la desesperanza y al cinismo descreído.
No voy a
hacer ahora un alegato a favor del surgimiento de nuevas ideas en el seno de
estas organizaciones, ni tampoco a la movilización grupal ciudadana. No porque
esté a favor o en contra de ninguna de ellas. Estas opciones ya están sobre el
tapete y no pretendo ocupar su espacio, al margen de que muchas de ellas están
sujetas a la interpretación que cada cual quiera darle.
¿Qué tiene
que ver todo esto con el éxito? Muy sencillo: el éxito marcado y perseguido a
lo largo de los tiempos ha sido arrebatar el poder a las pocas manos que hoy en
día lo tienen. De hecho, a través de construcciones matemáticas creíbles e
investigaciones exhaustivas, hay conclusiones que llevan a decir que la inmensa
cantidad de riqueza mundial (se calcula en cincuenta billones europeos de
dólares) está controlada por menos de cincuenta corporaciones internacionales.
Al frente de ellas, por supuesto, habrá personas. Todos los movimientos
sociales y revolucionarios que ha habido a lo largo de la historia han
intentado trastocar estas condiciones; sin embargo, los procesos globalizadores
de las economías han llevado a concentrar aún más este poder. Ojo, no pretendo
restar importancia a las movilizaciones sociales que, en toda esta miríada de
años, han ido consiguiendo derechos básicos como el simple derecho a la vida,
aboliendo la esclavitud de los códigos legislativos.
Sin embargo,
nos hemos estrellado contra un poder económico en el que, cuando menos, como
decía antes, desconfiamos. La economía, no obstante, entendida como gestión de
recursos escasos en infinitos posibles usos es un sistema cada vez más
implantado, sobre todo, después de colapsos de otros sistemas alternativos como
fue el comunismo. ¿Qué es lo que nos queda? Modificar de alguna manera nuestro
concepto de éxito. Y me explico.
Pensad en
unas elecciones generales, o también en las elecciones de consumo, en la
elección de ropa, de pareja, de modo de vida, de casa, de trabajo… Como veréis,
toda nuestra vida está repleta de elecciones, y la mayoría de las veces las
realizamos de manera inconsciente, o si se prefiere programada. Todos los sistemas más o menos amplios, más o menos
estructurados, se basan inexorablemente en cada una de las elecciones que
realiza cada uno de sus miembros, los cuales determinan a su vez la estructura
en la que se mueven. El problema que hallamos en este contexto, con la idea de éxito
social que tenemos imbuida y que han conseguido establecernos, es que si no vas
a conseguir cambiar nada con tu acto individual porque es imposible ir
contracorriente, y además muy duro, es absurdo realizarlo y es mejor dejarse
llevar. Con este silogismo tan sencillo, luego nos envenenaron, o lo
pretendieron, con modos de vida consumistas, con elecciones generales en las
que se proclamaba el voto útil, con tener que ser de tal o cual fuerza
política, o de tal o cual equipo de fútbol, introduciendo un dualismo muy
peligroso. Y esto por la necesidad de éxito (contrapuesto con la idea de
fracaso) y relevancia que todos nosotros tenemos.
Por eso,
quiero hacer aquí un llamamiento, pequeño porque llego con estos textos a muy
poca gente, a favor de una nueva
conciencia. Una nueva conciencia muy sencilla en la que cada uno de
nosotros nos guiemos, no por lo que pretendamos conseguir a gran escala, y nos
frustremos al no conseguirlo, sino por un criterio propio, quizá distinto del
de la mayoría, pero mucho más satisfactorio para su persona. Únicamente
necesitamos hacer un pequeño cambio en nuestra manera de entendernos a nosotros
y a la relación con nuestro entorno. Únicamente haciendo un pequeño cambio en
la forma de entender el éxito, viendo que éste consiste en hacerte las
preguntas adecuadas y actuar con una responsabilidad
individual, y de esta manera, conseguir ser honestos con nosotros mismos.
Alberto Martínez Urueña 6-12-2012
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