Un asturiano se parece a un andaluz lo mismo que un noruego a un guineano, salvando el idioma que oficialmente practican, aunque a veces entender a un gaditano sea una aventura inenarrable. Sin embargo, no hay nada más igualador que un rasero a modo de elecciones. Éstas, además, nos enseñan una lección difícilmente olvidable y que comentaba por entonces en una red social: resulta curioso ver como los dos partidos dicen lo mismo (se sienten ganadores), mientras que los medios sociales, según sea su orientación ideológica, ofrecen la noticia con titulares completamente distintos. Es como si hubieran ocurrido dos cosas completamente inconexas.
A este respecto, también me hice una pregunta que dejé colgada en la red, sobre la diferencia entre manipulación y razonamiento. Me explico: ¿cuál es la diferencia entre la manipulación dialéctica, ya sea en un medio de comunicación o en una conversación de garito, y un razonamiento lógico que te lleva a aceptar una opción u otra de las que se puedan plantear en la vida? No es una pregunta malintencionada, ni tampoco tendenciosa. Es una cuestión que me interesa, al margen de por mi columna semanal, también por el interés que estos temas me suscitan y en los que no me gusta la discusión irracional y agresiva, teñida normalmente de insultos gratuitos. Es una cuestión sumamente interesante porque de razonamientos se pueden alcanzar pactos y acuerdos, consensos necesarios en la convivencia; las manipulaciones sirven para engañar a la gente, pero mucho más que eso, para exaltarla y crear una actitud agresiva.
Hay una cuestión fundamental a tener en cuenta en esta tesitura, cuando pretendáis fijaros en lo que defiende vuestro interlocutor. O mucho más interesante, aunque menos practicado: cuando pretendáis fijaros en lo que defendéis vosotros mismos, que no deja de ser la tan platicada y poco practicada autocrítica, reseñada en libros de toda clase y condición, como la biblia o cualquier otro bestseller. La cuestión al respecto hace referencia a otro refranillo castellano y castizo, cierto como la vida misma: “vestir al santo”; básicamente, querer demostrar la (nuestra) conclusión antes de saber si es cierta, y de esta manera, encontrar los razonamientos más variopintos para poder tener la razón sí o sí. Y del auténtico arte de la dialéctica, (partir de supuestos, bases y premisas para después ir sacando conclusiones) ni un solo intento.
Dicen ciertos estudios recientes que las supuestas decisiones que tomamos se adoptan en nuestra mente incluso antes de que las hayamos pensado con el cerebro, y que lo único que hacemos después es justificarnos. Cada vez estoy más de acuerdo con esto, por un simple motivo, y es que nadie se ha preocupado de esta inquietante verdad, sino que, como en muchos aspectos de la vida, actuamos con el piloto automático sin preguntarnos el porqué de nuestros actos automáticos, de nuestros automatismos inconscientemente aprendidos. Es decir, las decisiones que tomamos tienen mucho más de visceral de lo que presuponemos íntimamente y, por supuesto, más aún de lo de lo que estamos dispuestos a reconocer, por miedo a que alguien con un razonamiento lógico nos pueda desmontar nuestras creencias.
Las manipulaciones mediáticas se aprovechan de este mecanismo tan simple como viejo de averiguar qué es lo que las vísceras les están diciendo a los destinatarios de su mensaje para envolverlo con el papel de celofán de las justificaciones pomposas. Si unimos esto a una sociedad cada vez más miedosa, encontramos el porqué de que cada vez hay más buenos y malos, blanco y negro, Madrid y Barça, PP y PSOE, laicismo o religión… No sólo eso: incluso ha llegado un punto en mucha gente en que ya no importa ni el contenido del discurso (se intuye desde el principio que se desmorona como las murallas de Jericó, a toque de música), sino quién lo pronuncia. Casi ni eso: basta con que pertenezca al grupo que, supuestamente, defiende la visceralidad a la que se adhieren las entrañas.
Así, de esta manera, vemos que cada vez nos encontraos con más intentos (y por desgracia, en muchos casos, éxitos) de manipulación, y no sólo en los medios oficiales de comunicación, sino en los grupos de amigos, en las familias, en las parroquias… En el discurso inflamado de un líder marcado por el fervor de quien se le junta, con la amenaza velada de la marginalidad de quien se despega, en un absurdo “Estás conmigo o contra mí”. La única defensa que tenemos está en nosotros mismos, y en nuestra mano está aplicarla. O en alguna otra zona de nuestro cuerpo. De nuestra sagrada individualidad.
Alberto Martínez Urueña 9-04-2012
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