lunes, 16 de enero de 2012

La ración justa

Es bien sabido por todos, y yo conozco más de un caso cercano, ese dicho de que casi sería mejor emigrar a otro país, tal y como tenemos el nuestro. Hay personas que lo hacen, emigrantes españoles que se largan a países europeos, a compartir con ellos nuestra alegría de vivir, patente en las ganas de jarana que llevamos allí por donde vamos, por mucho que quizá a ellos no les cuadre demasiado nuestro jolgorio patrio repartido por sus calles. No sé si estarán tan de acuerdo con nuestra inmigración como nosotros nos pensamos…
Pero bueno, no iba de esto, ya dejaremos ese tema para otro momento, aunque sea una buena imagen sintética del país en el que vivimos. De lo que quiero hablar es de por qué hay tanta gente queriendo bajarse del barco; es decir, porque nos da la sensación de que éste se hunde y entonamos un “sálvese quien pueda”.
Los ciudadanos miran a su alrededor y, claro, la indigestión de bilis resulta francamente peligrosa, digna de ingreso hospitalario. Ya desde el principio te tocan donde no se debe, pues si te ingresan, te recuerdan que tu enfermedad le cuesta al erario público unos cuartos inasumibles y te criminalizan. Escuchas con pavor entreverado con los síntomas propios de tu dolencia como te meten en el mismo saco con algún que otro jeta que se aprovecha de la gratuidad del sistema sanitario público; poco a poco, como en una película de miedo, tumbado en tu cama de hospital, ves como se va abriendo la caja de Pandora del copago sanitario (bonito palabro que no entiendes, porque ya la pagas con tus impuestos). Sales del hospital más enfermo de lo que entraste sólo de la mala baba que te dejan, directo a tu mal pagado curro por cuenta ajena.
Allí tienes que soportar a tu jefe que a su vez soporta a otro jefe y así sucesivamente hasta que llegas a un ente llamado capital al que no puedes dar de hostias porque no le has visto la cara en tu vida, esa vida que se te está llevando de la mano al cementerio gracias a conceptos abstractos llamados productividad, competitividad y rendimientos. Son cosas creadas al margen de lo humano, como seres divinos que dominan tus designios; o más bien, como ángeles caídos que vencieron en su lucha celestial contra dios, y ahora se alimentan de las entrañas de los hombres. O ves como el empresario se queja de que no llega a fin de mes y te racanea la nómina, con su declaración de la renta inferior a quince mil euros y su Q7 mal aparcado sobre la acera, con el que va a recoger a los niños al colegio privado, católico y bilingüe (como las víboras); mientras, te las ves y te las deseas para pagar la hipoteca mientras haces equilibrios para llegar a fin de mes, esquivando con piruetas circenses la espada de Damocles del paro que se balancea por encima de tu cabeza como un grajo.
Para intentar desconectar, pones la televisión, y por desgracia, eran las nueve y cinco de la noche y emiten las noticias, en concreto, la crónica política. Ves a señores trajeados con un sueldo estratosférico más dietas y cara compungida decir que el legado que les ha dejado el anterior grupo de sátrapas les obliga a agarrarte de los tobillos y sacudirte boca abajo un poco a ver qué cae y, una vez finalizado, arrancarte los pantalones y sodomizarte con violencia mientras te dicen que éste es el comienzo de los buenos tiempos.
Patidifuso ante la desvergüenza reinante, haces zapping y te encuentras en Cuatro un partido de Copa donde un periodista analfabeto le pega seis palos al diccionario al mismo tiempo que un destripaterrones gana seis mil euros por minuto por una labor social encomiable, a veces al trote cochinero. Notas un espasmo estomacal involuntario cuando enfocan al palco y te encuentras con el rostro redondo y sonriente de dos presidentes con cara de Corleones expertos en sisarle los impuestos a Hacienda, provocando la subida del IVA y del IRPF, e incrementan en igual medida tus ganas de echarte al monte armado con una escopeta de postas.
Horrorizado, y con la úlcera sangrante bailándote una alegre sevillana en lo que se ha llamado de toda la vida boca del estómago, cambias de canal y descubres, oh sorpresa, que Telecinco emite un programa especial de Salvame Deluxe, y que la Esteban, adalid de la cultura hispánica e ibérica, da voces con voz garrula defendiéndose de los feroces ataques que le dirigen Kiko Matamoros y Karmele porque la acusan de aprovechar el tirón de lo de “¡Andreita, cómete el pollo!”. Sé de buena tinta que hay para conciudadanos que éste es el momento en que amartillan el revólver y se acomodan el cañón sobre la oreja derecha, con risotadas histéricas, y lo único que le salva es poder hacer cortes de manga al realizador hijo de puta que le hace un primer plano a JJ Vázquez mientras hace gestos de locaza en la pantalla.
Para rematar la jugada, ya desquiciado por completo, sale un tertuliano engolado al que la falange le queda muy a la izquierda y que gana un sueldo de seis cifras diciéndote que has estado viviendo por encima de tus posibilidades y eres responsable de la crisis económica.
Todo esto, además, aderezado por una masa que jamás se cansa de entrar por un aro que cada vez es más estrecho, y hacerles la ola a todos esos pedazo de cabrones, masa social que traga lo que no está escrito y sigue votando, sobre todo la derecha inmovilista, a los mismos personajes de siempre. ¿De qué os extrañáis entonces? Sólo tenemos la ración justa de lo que nos merecemos.


Alberto Martínez Urueña 16-01-2012

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