¿Quién no se ha sentido alguna vez como atrapado? ¿Quién no ha tenido alguna vez la sensación de que las cosas no van como deberían? ¿No se os ha pasado alguna vez por la cabeza que el tiempo se escapa malgastado y no debería?
Hablamos muchas veces de lo mal que gira el mundo, de que el rumbo que lleva esta sociedad sólo nos conduce directamente hacia el iceberg de la desgracia. ¿Quién se sabe a salvo de esos días que acabas reventado, pero te da la sensación de que no has hecho realmente nada?
Tanto la insatisfacción personal como la insatisfacción social parecen estar alcanzando día tras día un punto crítico en el que parece que se va tocando fondo. ¿O acaso nadie ha escuchado esos conceptos como los de crisis de valores, sociedad de consumo que no satisface u otras ideas paralelas con las que, de alguna forma, antes o después nos identificamos? ¿Quién no se ha reído en círculos sociales y con cierta ironía, cuando no cinismo, del vacío existencial de nuestra sociedad, y sin embargo, en la soledad del estar-consigo-mismo, se siente completamente aniquilado por esa sensación? Probar, si no me creéis, a estar simplemente con vosotros mismos, sin hacer nada. Es decir, aplicad por unos momentos esa frase que de vez en cuando decimos, como por ejemplo en los funerales, de qué lástima que no nos demos cuenta de lo que es importante y lo que no. ¿Qué es lo que nos impide hacer lo que sabemos que es importante? ¿Qué es lo que nos aleja de eso que, internamente, deseamos? El que no sepa de lo que hablo, que deje de leer: este texto no es para él.
Resulta curioso ver cómo este tipo de testimonios se repiten en tanta gente cuando, en ciertas situaciones, alguien se sincera, por los motivos que sean. Yo no soy psicólogo, no tengo un lugar donde acuden personas en situaciones críticas de su vida, o simplemente buscando un consejo de alguien con una experiencia más amplia. Merecen mi respeto tanto las personas que tratan a los pacientes que acuden a sus consultas, como también, en no menor medida, el otro grupo que se atreve a reconocer la necesidad de ayuda. Una ayuda que, como digo, quizá sea puntual, o quizá debido a algún caso clínico.
No es mi caso, pero a veces alguien saca un tema de conversación y tiene que ver directa o indirectamente con esto que os comento.
A veces pienso que las sociedades siguen un camino prefijado, como si lo que está sucediendo fuese inevitable. ¿Por qué digo esto? La crítica perpetua a nuestra sociedad de consumo, en muchas ocasiones vertida en vaso grande por éste que os escribe en su columna, puede dibujar un panorama desangelado para el porvenir de la humanidad. Un camino de vacío en el que nos convirtamos en fantasmas que caminen por aceras solitarias en mitad de la multitud; o peor, aislados en sistemas de redes cibernéticas donde las relaciones humanas se limiten a contactos eléctricos entre personas convertidas en terminales de computación.
Hoy, sin embargo, quiero aportar una visión distinta. Imaginad por un momento que si hoy en día estamos como estamos, no es porque la sociedad vaya de mal en peor. Que no fuese porque exista una contraprestación por los avances materiales que hemos alcanzado. En la actualidad, es obvio que vivimos mucho mejor que hace cien años en los aspectos más básicos como pueda ser la alimentación, la seguridad personal y ciudadana, las habituales comodidades y medios de comunicación… Me niego a pensar que estos avances convierten al hombre en un autómata.
Lo que sí que veo es que tener todos esos problemas resueltos ha supuesto una auténtica revolución en Occidente. Por primera vez, la sociedad mayoritaria (dejo al margen el problema real y trágico de la exclusión social de muchas minorías) tiene las necesidades básicas cubiertas y por lo tanto su atención ya no tiene que estar permanentemente dirigida hacia esas cuestiones. Esto ha dejado a mucha gente desconcertada, perpleja, sin saber hacia dónde dirigir sus esfuerzos, y la sociedad y la cultura no ha sabido ofrecer, de momento, una solución práctica a estas cuestiones.
Pero, si el hombre supo resolver, a lo largo de muchos siglos, el problema de subsistencia de la población mayoritaria, ¿por qué no va a ser capaz de resolver el problema de la subsistencia existencial? Es más, una vez resuelto el problema de la subsistencia existencial de la que hablo, ¿por qué no va a continuar en ese camino en una evolución humana como nunca se haya visto? Y me permito añadir, sin atisbo de ser utópico, que esto ya está sucediendo.
El único enemigo del hombre es su propio miedo.
Alberto Martínez Urueña 28-11-2011
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