Pues se acabó la fiesta electoral. Si tuviera que hacer algún tipo de recomendación inicial, sería sobre todo, como indico siempre, que os leyerais al menos un par de columnas editoriales o tres, de distinta ideología, para poder contrastar ideas y no ceñirnos únicamente a las nuestras. Es un sano ejercicio de selección informativa y deviene en un no menos provechoso ejercicio de criba. No digo que cada uno tenga que formarse su propia idea, porque eso lo harán aquellos que estén interesados, y los que prefieran tragar sin digerir la opinión de otros no les hará cambiar en nada mi consejo. Lo que recomiendo, sobre todo, es ampliar un poco la mira, sólo por mera responsabilidad política, usando esta palabra en más helénico sentido, a pesar de que lo griego esté últimamente bastante depreciado.
Nos deja, como ya sabéis todos, un panorama cuanto menos, novedoso, dentro de lo que es la corrala de la carrera de San Jerónimo. No por el hecho de tener un partido nacional con una importante mayoría absoluta, sino por otros dos aspectos: la crónica de una muerte anunciada socialista, y la amplitud de partidos (hasta trece) que han obtenido representación parlamentaria. Esto último me llena de enorme satisfacción, sin que el hecho de que los partidos regionalistas (me niego a usar ese término autoacuñado de “nacionalistas”, porque no representan a ninguna nación, al menos reconocida) empañen lo más mínimo este sentimiento. Quizá una situación con una mayoría simple habría dado algo más de interés a los posibles pactos, viendo si los partidos nacionales se hubieran puesto de acuerdo de una vez por todas, o habrían seguido pactando como hicieron en el pasado con esos señores de CIU y del PNV (o incluso, imaginaos, AMAIUR). Pero habrá que apañarse con lo que tenemos.
El panorama que se presenta, a pesar de que no era el que evidentemente a mí me apetecería (ojo, tampoco me habría satisfecho un gobierno socialista tal y como estaba planteado), otorga no obstante muchas posibilidades reales, al menos desde el punto de vista práctico. Un gobierno nacional en mayoría absoluta permitirá, por un lado, un gobierno más estable, algo que en gran medida muchos espectros de la sociedad deseaba en su fuero interno; por otro lado, podrá dejar o no a las claras cuáles son las intenciones y rostros auténticos de una derecha supuestamente centrista en España, dicho esto sin el más leve atisbo de cinismo. El barbas siempre ha tratado de enviar un mensaje de seriedad y moderación, así como de gobierno de Estado para todos los ciudadanos, y todavía conservo la esperanza de que lo intente.
Por encima de todo, además, esta mayoría absoluta servirá para que el Partido Popular pueda afrontar, al margen de la crisis (espero que no se limiten exclusivamente a eso), todos esos problemas estructurales de los que llevo oyendo hablar desde hace mucho tiempo. Son esos problemas auténticos, desde mi punto de vista, de los que no se habla prácticamente nunca, y si acaso se hace en alguna campaña electoral, o en algún momento, así como de refilón, luego se condenan al olvido más bajuno. Son esos problemas que nos hacen estar muy por detrás de ese puesto que pretendemos tener entre los países avanzados y que ninguno de nuestros dirigentes han sabido resolver en ya demasiado años. A saber, grosso modo, y lo dejo para profundizar más en otros textos posteriores:
En primer lugar, el problema de la estructura administrativa del Estado; es decir, el problema nacionalista. Es sabido por todos que la incapacidad por parte, en primer lugar, del constituyente, y después de los que han estado chupando de lo constituido de cerrar de una vez por todas el modelo de Estado, es decir lo de las competencias de las autonomías. A ver qué hace esta mayoría absoluta con lo del tema del pacto fiscal, pero no sólo eso, sino también con las competencias en Sanidad y Educación.
En segundo lugar, la ya demasiado manida cuestión con respecto a la Ley Electoral General que hace que un partido con más de un millón de votos en el Estado Español, que es para lo que hemos votado, no tenga grupo parlamentario y un grupo regionalista sí lo tenga, con una cuarta parte de electores. Y no me vale de nada lo de las circunscripciones provinciales: si ese es el problema, se cambia y punto.
En tercer lugar, de lo que yo no me canso de hablar, que es el fraude fiscal. Quizá podamos discutir más o menos al respecto de la reducción del gasto público, pero es incuestionable que resulta igualmente insostenible un fraude fiscal de más del veintitrés por ciento en este país. Veremos si este gobierno, que presume de seriedad, intenta al menos solucionarlo. Espero que sí.
En cuarto lugar, la necesaria reconversión industrial que necesita desde hace muchos decenios este país, que dejó a medio hacer un señor bajito con bigote, porque excesivo bienestar hace que la gente tenga tiempo para formar sus propias ideas.
En quinto lugar, la necesaria y esperpénticamente manoseada reforma fiscal (distinto del tema del fraude, completamente distinto) de la que llevo oyendo hablar desde hace más de diez años.
Estos problemas, y otros que se podrían desglosar, y habría que hacerlo, tienen distintas soluciones quizá, en función de la ideología que pretenda ponerles coto, pero por encima de esto, son ejemplos de cuestiones irresolutas en los más de treinta años de democracia, y de predominantes gobiernos PPSOE, como ahora se llama a esta coalición de demagogos. No nos olvidemos que el problema acuciante es salir de la crisis y empezar a crear empleo, pero si se descuidan los fundamentos del sistema que se tambalean, es decir, esas cuestiones estructurales, nos volveremos a ver en situaciones parecidas de tragedias familiares por el paro cada vez que la economía nacional o mundial agarre el más mínimo resfriado. En todo caso, iremos viendo, dejemos pasar unos meses y que el tiempo, único juez para todo y para todos, nos vaya desvelando qué es lo que ocurre. Sólo me gustaría, en estos momentos, apelar a la memoria que deberemos conservar dentro de un tiempo, para ver si realmente se cumplen las verdaderas obligaciones acuciantes que demanda nuestro país. Y antes de que se me acuse de utópico diré dos últimas cosas: hay lugares que funcionan mejor que España; y si no exigimos a nuestros gobernantes, no esperemos que ocurran milagros.
Alberto Martínez Urueña 21-11-2011
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