Quizá me enfrento a uno de los textos más complicados de mi vida, pero lo afronto con toda humildad, os lo puedo asegurar. Podría coger las elecciones que van a celebrarse este mismo domingo y empezar a daros razones más que suficientes para no votar ni al PSOE ni mucho menos al PP; el primero, traidor de sus ideas y cobarde; el segundo, como meter a la zorra en el gallinero. Treinta años de democracia si descontamos aquel gobierno de Adolfo Suárez en los que ninguno de los dirigentes que han osado hacerse cargo del poder han cogido este toro ibérico resabiado y con el cuerno torcido. No le han cogido por los cuernos, como correspondería a un dirigente honesto, honrado y valiente, para aprovechar y potenciar las múltiples cualidades de un pueblo como el nuestro; no le han cogido tampoco para ir limando esas asperezas de pueblo picaresco y cainita, dispuesto a ramonear unos céntimos en beneficio personal que sumados uno a uno supone la ruina de toda una colectividad. Podría ponerme a soltar espumarajos que no descarto tirar por este desagüe en cualquier momento, desagüe que a veces es la red por la que mandamos ora nuestras ideas, ora nuestras miserias. A veces también simples chistes, ojo, muy necesarios…
Pero hay ocasiones, después de darle muchas vueltas a las bobadas que nos asaltan por la espalda, en que la vida llega, pega un puñetazo en la mesa (o incluso una bofetada a mano abierta) y deja las cosas claras, diciendo quién manda aquí. Hay revolcones auténticos, de los que dejan cicatrices que no se borran y que te indican por las bravas qué es lo que merece la pena ser meditado o incluso vivido y cuáles son esos otros asuntos que no visten nada. La lástima es que no nos demos cuenta más a menudo, que muchas veces sea necesario que nos caiga encima la tormenta perfecta y que no sea una de esas situaciones que interiorizas y lo aprendes para los restos, y así vivas teniendo presente qué es lo importante y qué lo superfluo.
Es una de esas situaciones que hemos vivido de cerca en algún momento de nuestra vida, en la que se dicen muchas frases hechas, todas ellas ciertas y algo deslucidas por el uso, pero por otro lado imprescindibles. Quizá sea imposible ponerse en la piel de quien está sufriendo en primera persona, pero ver a alguien a quien aprecias realmente sumido en la tristeza, y conmoverte por ello, es una manera muy noble de acompañarle.
Hablo de esas ocasiones en que tenemos tiempo de recapacitar y enfrentarnos con lo inevitable de nuestra existencia, esas situaciones en que nos sentimos terriblemente pequeños e indefensos y no podemos hacer nada para evitarlo. Ese tiempo en que nos sabemos como una simple hoja de árbol mecida en la brisa más suave o en el huracán más violento, sin poder controlar lo más mínimo las inclemencias. Luego, cuando pasan los días y los meses, esa sensación es aniquilada por nuestra prepotencia estúpida de creernos casi dioses y también sustituida por distracciones que nos hacen eludir el enfrentamiento y la humilde derrota con la realidad. Fiamos demasiado a espejismos excesivamente frívolos.
Ojo, tampoco hay que quedarse estancado y no superar las tragedias, ni mucho menos revolcarte por vocación propia entre el estiércol, que también les hay: eso es mucho peor, y estamos en esta vida para vivirla y aprovecharla; sin embargo, confundimos demasiadas veces aprovechar la vida con desperdiciarla en chorradas sin sentido. Pero bueno, como un solo momento intenso y verdadero ya le daría sentido a haber pasado por esta existencia, siempre nos queda hasta el último suspiro para poder aprovecharla.
Así que en mitad de elecciones y crisis, este escritor se pone trascendental, pero es que no me quedaba más remedio. Sólo para honrar la memoria de una persona que no conocí; sin embargo, tuve la suerte de conocer a su hija, una mujer estupenda y a la que además considero una buena amiga. No me voy a poner más sentimental de lo debido, porque los sentimientos tumultuosos les corresponden a los que están en el centro del vórtice. Sí he de decir que yo, y otros muchos a los que también tengo la suerte de conocer, igualmente nos entristecieron por nuestra amiga.
No quiero decir nada más al respecto, porque parecería que me aprovecho de la desgracia ajena para dar un discurso de los míos. No era la intención. Sólo que, en mitad de unas elecciones, cuando podría estar dándoos razones suficientes para no votar a quienes no han sabido gobernar estos últimos treinta años, he preferido hablaros de la vida auténtica, de una de sus facetas, porque los gobiernos vienen y van, pero la vida es más importante y hay quien no sabe qué hacer con ella. Con un texto como éste, que casi nadie va a leer, no voy a cambiar nada en este país, pero con un texto como éste, si acaso hiciera recapacitar a una sola persona, cambiaría todo un mundo.
Descanse en paz una mujer que se lo merece seguro y gracias a su hija por haberme dado una nueva clase de lo que es el humilde coraje.
Alberto Martínez Urueña 19-11-2011
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