Una de cal y otra de arena. Es el consejo que me ha dado mi madre para muchas cuestiones en la vida, y que después gente inteligente me ha repetido de formas distintas, con sus matices. El viernes pasado estuve con un amigo irlandés que, de manera similar a mí, necesitamos la escritura de una forma que queda más allá de la razón, aunque a veces intentemos darle un vestido de silogismos que explique no se sabe qué o de qué manera. Estuvimos hablando un poco de música, un poco de literatura, otro poco de política… Me ha comentado después que me tomo las cosas de una forma bastante pasional, y supongo que tiene razón, que a veces me dejo llevar por las emociones y hay algo que se encrespa en mi interior. Supongo que será un poco por la edad y otro poco por la forma de ser: a pesar de que los años y la experiencia me han hecho pausar un poco el comportamiento, todavía me otorgo la licencia de poder encenderme cuando el tema de conversación, el juego o la actividad pueden ofrecerme ese incendio que parece que sufro. Es un incendio controlado la mayoría de las veces, aunque he de reconocer que, como a todos, ha habido alguna vez que se me ha escapado de las manos.
Me recomendaba mi amigo que escribiese cuentos algo más realistas. Imaginaos la situación, porque supongo que a cada uno nos podría sugerir algo distinto: un bar de Valladolid, o de donde fuera, con un ambiente cálido, de luz algo más suave de lo normal, el local con un piano bajo las escaleras que descienden desde la calle, un contrabajo en la pared, la barra de madera y fotografías de gente antigua por los muros de colores turquesa. La música lo suficientemente suave como para permitir conversar, pero lo suficientemente elevada como para aceptar que se sentase a la mesa, los cuatro entorno a unas cañas (cuatro porque estaba también otra persona), con un ritmo de jazz o de blues (nunca he sabido ver la diferencia) haciendo ese particular runrún en los oídos. Algo realista y que sin embargo me sabía de una forma casi de ciencia ficción.
Me preguntaba por mi música de rap, los motivos, las maneras… La respuesta es tan sencilla como sencilla la forma en que empecé a hacerlo: simplemente porque es otra forma de dejar salir mi mundo interior que pugna por materializarse de alguna forma. Igual que estos textos que os mando, o los libros que intento llevar a cabo. Claro que me enciendo al hablar de eso, o de política, o de literatura, porque la pasión se desborda. Dice que he de cuidar las conversaciones de mis escritos, y una persona como yo que, como sabéis los que me conocéis, soy capaz de estar hablando durante horas sin parar del tema que sea, sin embargo me resulta imposible contar en un papel un diálogo entre dos personajes que no me resulte demasiado artificial.
Es realismo en un texto, una conversación en un bar y, sin embargo, esos momentos tienen algo de magia, para mí es inevitable, y necesito mil metáforas para expresar el duende misterioso que había allí, flotando entre las palabras que reflejaban mi pasión. Mi amigo, he de decir, me escuchó con mucho interés, y he de agradecérselo, porque en ciertas ocasiones, me da la sensación de que hablo demasiado.
Misterio de las situaciones cotidianas. No puedo evitarlo, igual que en este momento en que estoy delante del teclado y estas frases van surgiendo. No sé si es que lo cotidiano para mí no existe y cada segundo que paso en esta vida es algo especial, y por eso me da la sensación de que algún brujo me otorgó el don y la maldición de verlo todo con un brillo maravilloso, incluso cuando llegan mal dadas.
Igual que al día siguiente, algo cotidiano, un viaje a tierras salmantinas, con mi mujer, la otra persona del día anterior en el bar. Allí nos esperaban tres amigos dispuestos a una buena tarde, comenzando por un buen restaurante con un chuletón de los que pueden hacer morir por el atracón, buenos ibéricos como corresponde a esa tierra, y mejores vinos. Algo cotidiano, o quizá no, pero desde luego, en cada momento me dio la sensación de ser el protagonista (o quizá un personaje secundario en la película de cada uno de los otros cuatro) en una película que habría de llevarse todos los Oscar. Más aún cuando en el bar al que entramos por la tarde a cepillarnos un par de pelotazos de gran factura, nos vimos en un apartado, a la luz tenue de una vela, donde parecíamos el cónclave druida de una época arcaica y misteriosa donde los hechizos eran posibles y las criaturas míticas campaban a sus anchas por la tierra.
¿Algo cotidiano? No sé si soy capaz de contar algo así sin envolverlo con mi particular visión del mundo en donde las cosas buenas están mezcladas con las malas y puedes elegir en cual fijarte. Incluso habiendo empezado la campaña electoral y pudiendo comenzar a hacer campaña anti barbas y otras comadrejas, hoy os escribo lo que he hecho este fin de semana, como algo experimental, y también porque podría haber sido de otra manera, pero fue como fue, y desde luego ha sido estupendo. Un nuevo alegato de que siempre hay una buena excusa para hacer de un par de situaciones cotidianas algo que realmente parezca sacado de una buena novela.
Alberto Martínez Urueña 6-11-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario