Hablo de las barbaridades de los últimos días, de Japón y de Libia, de los dos centros de atención mediática mundial que nos tienen a todos bastante inquietos. De los hechos ocurridos no diré nada. Lo único que necesitáis es entrar en algún periódico digital, o compraros alguno de los de kiosko y papel, y os ponéis al día en un momento. La cuestión que me preocupa en este caso es qué quedará de todo esto. Qué recordaremos de Libia cuando la guerra acabe, Gadaffi se largue (pienso que acabará así, o al menos lo espero) y el país tenga que seguir adelante y en qué condiciones. Los demócratas se darán palmaditas en la espalda felicitándose por el éxito de la misión, por haber conseguido otro baluarte de democracia con el que hacer demagogia en sus respectivos foros y cacarear lo luchadores por la libertad que son. Eso sí, de todas las víctimas previas a su intervención no quedará nada (daños colaterales les llamarán), esas víctimas que asistían atónitas a las discusiones fatuas del Consejo de Seguridad, a las reuniones bis a bis de los países europeos (para no ser el que más pierda), antes de caer ante las bombas de uno de tantos dictadores africanos. Porque dictadores gobernando en África hay casi uno por país, peores que este último, y muchos más esperando a ver si pueden pillar algo; pero esos no importan porque están lejos, son negros, pobres y no tienen capacidad de llamar la atención.
Pero esto iba de Libia y de qué ocurrirá cuando la peña occidental se largue, con el milagro de la democracia impuesto por las armas que ellos mismos vendieron, y sólo queden madres llorando los cadáveres de sus hijos. La comunidad internacional ha demostrado una vez más que lo suyo son los discursos, como cuando Solana salía en la tele durante la guerra de Yugoslavia diciéndoles a gente como Milosevic o Karadzic que se portasen bien mientras aquellos se pasaban por la piedra a todos los que no les gustaba su forma de respirar. Al final intervinieron, pero el daño estaba hecho, y era irreparable.
En Japón no ha sido un tío como Gadaffi, ha sido un terremoto y una secuencia de olas de lo más inoportunas, de las que no monta ni el mejor surfero del mundo. Aquí no puedo echarle la culpa a nadie, pero ha dejado patente el riesgo del tema nuclear. A mí, y supongo que a la mayoría, me da igual el aspecto técnico. Es más barata y económica, eso está claro. La cuestión es si queremos pagar el precio de correr el riesgo de que, por un casual, a la naturaleza le ocurra dar un bostezo y las barras de plutonio doscientos treinta y ocho, o de uranio doscientos treinta y cinco se queden al aire, cual nudista en la playa, y lancen toda su cochinadita a la atmósfera, al suelo, al agua y a la madre que parió el invento. Porque, mucho ojo, la naturaleza bosteza donde le da la gana, no sólo en Japón. Como referencia, si queréis, buscad en Internet los terremotos de Nueva Madrid de mil ochocientos once, en mitad de Estados Unidos, sin una sola falla próxima. ¿Cuál es el riesgo asumible? Esa es la pregunta, y el riesgo de una catástrofe nuclear ya quedó patente en el ochenta y seis en Ucrania, pero no ha sido el único.
¿Por qué de todo esto? Porque las “realidades” y creencias se caen a cachos en cuanto la auténtica realidad se pone a andar. Podemos elaborar ideas, teorías o lo que queráis, pero es la práctica lo que al final cuenta, y lo demás son pasatiempos. Machaca oír en los medios de comunicación conceptos como Comunidad Internacional, Consejo de Seguridad Nuclear u Organismo Internacional de Energía Atómica para que luego a la hora de la verdad se demuestre que no hacen nada más que defender lo suyo (lo suyo, que no es lo nuestro, ojito) o que son entelequias creadas en base a algo que no debería existir. Se caen los mitos, las verdades absolutas y se cuestiona la realidad impuesta, pero sólo durante unos días o semanas. Luego todo se queda en humo. Como con lo de la crisis y la reinvención de los mercados, la corruptela política o la crisis de ideas en el mundo jolivudiano: todo son palabras ampulosas cuando se cae la casa, pero cuando corre el tiempo y nos quedamos solos, hacemos como que no ha sucedido nada. ¿Qué eso no es cierto? Vale, dentro de poco hablaremos de las elecciones municipales. A ver cuánta gente de esa que se dice desengañada en tema político al final acude a votar a los mismos bastardos de siempre, argumentando aquella gilipollez del voto útil (para el bipartidismo y el nacionalismo barato, añadiría). Y es que la memoria es tan volátil…
Alberto Martínez Urueña 22-03-2011
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