Alberto Martínez Urueña 31-03-2011
miércoles, 6 de abril de 2011
Comparaciones 2011
Aquí estamos de nuevo, una semana más. La actualidad ha venido estos días realmente cargada de cuestiones de esas que me hacen recapacitar, y que no viene mal de vez en cuando sacar a colación. Estas semanas suelen ser raras, porque lo complicado no es encontrar un tema interesante, sino elegir cuál de ellos pasar por el editor de texto, y además hacerlo de una manera medianamente novedosa, de manera que aporte una visión diferente a la que se puede leer en otros medios. Podría ponerme a hablar nuevamente de Gadaffi y su patio de juegos, de la fiesta de luces y colores que tienen en Fukushima, del caso Faisán… Hay un poco de todo, pero lo más sangrante es lo de la liga esa de fútbol, que quieren quitar el partido en abierto para solucionar las deudas que llevan acumulando desde los años ochenta. Hace falta echarle valor para hacer argumentos de ese calibre moral, sólo al alcance de gentuza de la peor calaña; es decir, presidentes de fútbol, de grandes empresas y otras alimañas del desierto. Pero no van por ahí los tiros, no me da la gana entrar en el círculo mediático global. Hoy va de comparaciones. O más bien de no hacerlas. No voy a hacer comparaciones fáciles de esas de que en Occidente no tenemos problemas reales (porque les tenemos, muchos y que machacan a mucha gente), que los problemas reales son los millones de niños que desaparecen (uso esta palabra de manera literal, y no metafórica) en el tercer mundo por el hambre. La simplicidad es demasiado fácil, pero caer en el simplismo no me apetece lo más mínimo, y argumentarlo es demasiado cansado para el momento en el que estamos. Además, hay cosas que son incomparables, creo yo. Me viene la cuestión de la radio, esa maravilla olvidada y vilipendiada, marginada cual pobre en La moraleja, donde intervino ayer mismo un hombre contando las miserias que ocurren en África. Supongo que después de lo que explicó, al presentador se le hizo bastante complicado seguir con el programa por otros derroteros. Historias tales como la mortandad por inanición en Sierra Leona, los niños soldados de Uganda, el SIDA en Sudáfrica y otras más light como los bancos de pesca de sus costas esquilmadas por los europeos que previamente habían arrasado las suyas, con las consecuencias de dejar en el paro a tanta peña que aquí nos daría vértigo (y eso que tenemos un paro del veinte por ciento, que por otro lado, no se cree nadie). Pues eso, no hago comparaciones fáciles, porque son cosas que no se pueden comparar. Como si el señor Florentino y otros bucaneros no tuvieran problemas porque se ha destapado la tomadura de pelo a todos los españoles (incluidos los madridistas, a los que sólo me une una parada de metro por la que paso todos los días) de mantener una deuda con Hacienda que permitiría reducir ese déficit fiscal del que tanto cacarean en Europa. Cada uno tiene sus problemas a su escala, y dependiendo de la cifra que se utilice, pues son más o menos importantes. Si comparamos los millones de euros que dejan de ingresar los clubes de fútbol por el dichoso partido en abierto con el dinero que deja de cobrar un pescador de Namibia por la explotación pesquera de barcos del primer mundo, es obvio que por cuantía es mucho más importante lo del fútbol. Las comparaciones son odiosas, desde luego, y no quiero hacerlas. Además, si las hago, a ver cómo cargo luego con insultar a una madre que se deja pegar por su hijo de cuatro años; luego me tendría que comparar yo mismo con algún desalmado que insulta a las mujeres. Claro, es muy complicado criar a un niño en este mundo nuestro y no se me ocurriría hacer demagogia con lo complicado que tiene que ser en Sierra Leona. Allí las cosas son más simples, más simpáticas incluso, y mucho menos agobiantes. Allí las necesidades de los niños son claras: tienen que comer, y punto. Sin embargo, en España tenemos que comprarles la consola a los cinco, el ordenador a los ocho, el móvil a los diez, y a los catorce hacer caso omiso de lo que hacen para evitarles traumas de marginación por no dejarles hacer botellón con sus esbirros y dejar un parque como si hubieran pasado unos mercenarios libios. Además, ¿qué saben en esos lugares, o en otros como Asia, de lo complicada que es la vida política en Europa, sobre todo en este país de arcabuceros y corsarios dirigidos por expertos sátrapas (segunda acepción del diccionario)? Allí lo tienen mucho más fácil, saben que hay cosas que se hacen y otras que no se hacen, y nunca dudan a qué partido votar. Aquí lo tenemos complicado, entre la P de unos y la P de los otros, se nos confunden sus discursos (en el fondo, exactos entre sí), todos tienen historias dantescas y no son de fiar. Eso sí que es complicado, no lo de los norcoreanos, que no tienen ni que andar pensando a quién votar. Hoy sí, hoy me he vuelto loco. Hoy estaba cansado de recibir felicitaciones en plan de “¡qué bien les das caña, Alberto!” por cosas que realmente sólo valen para llenar telediarios. Esto va, porque si, por un casual se os ocurre hacer comparaciones, fijaos en los tiempos (medida objetiva) que dedicamos en prensa, noticiarios y otros medios de poder como las tertulias de los bares a unas cosas y a otras de las que os he hablado, y a ver qué os hace pensar. Sólo por si acaso se os ocurre confrontarlo.
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