martes, 22 de marzo de 2011

Volatilidad

No ha concluido todavía, pero da igual, y de hecho, así lo prefiero, porque hay sucesos que se juzgan por el final y esto una equivocación palmaria. Hay sucesos que se han de juzgar en caliente, porque luego en frío se te olvida lo que has sentido durante esos momentos, esos días o el tiempo que sea. No vale hacer valoraciones con cifras y a posteriori, hay que tener muy claro el miedo que supuso, el asco, el movimiento de entrañas que, al ritmo de La macarena, se sacudieron dentro del cuerpo, descontroladas. No hablo de que los afectados se venguen, hablo de que el olvido que conlleva el paso de tiempo es demasiado cruel como para obviarlo.
Hablo de las barbaridades de los últimos días, de Japón y de Libia, de los dos centros de atención mediática mundial que nos tienen a todos bastante inquietos. De los hechos ocurridos no diré nada. Lo único que necesitáis es entrar en algún periódico digital, o compraros alguno de los de kiosko y papel, y os ponéis al día en un momento. La cuestión que me preocupa en este caso es qué quedará de todo esto. Qué recordaremos de Libia cuando la guerra acabe, Gadaffi se largue (pienso que acabará así, o al menos lo espero) y el país tenga que seguir adelante y en qué condiciones. Los demócratas se darán palmaditas en la espalda felicitándose por el éxito de la misión, por haber conseguido otro baluarte de democracia con el que hacer demagogia en sus respectivos foros y cacarear lo luchadores por la libertad que son. Eso sí, de todas las víctimas previas a su intervención no quedará nada (daños colaterales les llamarán), esas víctimas que asistían atónitas a las discusiones fatuas del Consejo de Seguridad, a las reuniones bis a bis de los países europeos (para no ser el que más pierda), antes de caer ante las bombas de uno de tantos dictadores africanos. Porque dictadores gobernando en África hay casi uno por país, peores que este último, y muchos más esperando a ver si pueden pillar algo; pero esos no importan porque están lejos, son negros, pobres y no tienen capacidad de llamar la atención.
Pero esto iba de Libia y de qué ocurrirá cuando la peña occidental se largue, con el milagro de la democracia impuesto por las armas que ellos mismos vendieron, y sólo queden madres llorando los cadáveres de sus hijos. La comunidad internacional ha demostrado una vez más que lo suyo son los discursos, como cuando Solana salía en la tele durante la guerra de Yugoslavia diciéndoles a gente como Milosevic o Karadzic que se portasen bien mientras aquellos se pasaban por la piedra a todos los que no les gustaba su forma de respirar. Al final intervinieron, pero el daño estaba hecho, y era irreparable.
En Japón no ha sido un tío como Gadaffi, ha sido un terremoto y una secuencia de olas de lo más inoportunas, de las que no monta ni el mejor surfero del mundo. Aquí no puedo echarle la culpa a nadie, pero ha dejado patente el riesgo del tema nuclear. A mí, y supongo que a la mayoría, me da igual el aspecto técnico. Es más barata y económica, eso está claro. La cuestión es si queremos pagar el precio de correr el riesgo de que, por un casual, a la naturaleza le ocurra dar un bostezo y las barras de plutonio doscientos treinta y ocho, o de uranio doscientos treinta y cinco se queden al aire, cual nudista en la playa, y lancen toda su cochinadita a la atmósfera, al suelo, al agua y a la madre que parió el invento. Porque, mucho ojo, la naturaleza bosteza donde le da la gana, no sólo en Japón. Como referencia, si queréis, buscad en Internet los terremotos de Nueva Madrid de mil ochocientos once, en mitad de Estados Unidos, sin una sola falla próxima. ¿Cuál es el riesgo asumible? Esa es la pregunta, y el riesgo de una catástrofe nuclear ya quedó patente en el ochenta y seis en Ucrania, pero no ha sido el único.
¿Por qué de todo esto? Porque las “realidades” y creencias se caen a cachos en cuanto la auténtica realidad se pone a andar. Podemos elaborar ideas, teorías o lo que queráis, pero es la práctica lo que al final cuenta, y lo demás son pasatiempos. Machaca oír en los medios de comunicación conceptos como Comunidad Internacional, Consejo de Seguridad Nuclear u Organismo Internacional de Energía Atómica para que luego a la hora de la verdad se demuestre que no hacen nada más que defender lo suyo (lo suyo, que no es lo nuestro, ojito) o que son entelequias creadas en base a algo que no debería existir. Se caen los mitos, las verdades absolutas y se cuestiona la realidad impuesta, pero sólo durante unos días o semanas. Luego todo se queda en humo. Como con lo de la crisis y la reinvención de los mercados, la corruptela política o la crisis de ideas en el mundo jolivudiano: todo son palabras ampulosas cuando se cae la casa, pero cuando corre el tiempo y nos quedamos solos, hacemos como que no ha sucedido nada. ¿Qué eso no es cierto? Vale, dentro de poco hablaremos de las elecciones municipales. A ver cuánta gente de esa que se dice desengañada en tema político al final acude a votar a los mismos bastardos de siempre, argumentando aquella gilipollez del voto útil (para el bipartidismo y el nacionalismo barato, añadiría). Y es que la memoria es tan volátil…

Alberto Martínez Urueña 22-03-2011

jueves, 17 de marzo de 2011

Absolutismo II (puntualizaciones que creía innecesarias)

Lo primero de todo, es disculparme. Me veo en esta sagrada obligación de conciencia por escribir dos textos seguidos, lo que supondrá que mi primo David me llame pesado la próxima vez que nos veamos, y daros la coña con esta pertinaz insistencia. Sin más preámbulos, entro al tema, complicado por la necesidad de condensar en tan poco texto demasiadas ideas.
Creía que había quedado claro hacía ya mucho tiempo una máxima que rige mi vida y mis escritos: respeto al ser humano por encima de todo, a las personas como tales y a sus derechos. Lo mantendré siempre. Uno de esos derechos es a opinar, creer y decir lo que consideren oportuno. Por supuesto, dentro de esas creencias, está la fe católica, en la que participáis muchos de vosotros, a los que respeto y defiendo vuestro derecho de creer lo que os venga en gana. Otra cosa muy distinta es que yo crea lo mismo, pero del mismo modo que defiendo vuestro derecho a una creencia, exijo el mío a no creerla. Y del mismo modo que podéis exponer vuestras razones, yo expongo las mías. Esto vale tanto para la religiosidad como para la orientación política, sexual o la que queráis poner en este posible largo etcétera.
Sin embargo, el hecho de que respete a las personas, no implica la imposibilidad de hacer una crítica a sus ideas y desde luego a sus actos, y del mismo modo que puedo criticar el nazismo, lo hago con la doctrina que toqué ayer. Y si la iglesia católica, como organización, me parece censurable, la censuro. De hecho, por estar en el campo de las creencias más profundas no admito la excusa de estar compuesta por hombres, cuando esos hombres han cometido las tropelías que ha cometido esta agrupación, extraordinarias en muchos casos. Pero no voy a entrar en esos temas, ni a desmontar su doctrina: cada cual puede documentarse lo que quiera, o no documentarse y aceptar lo que otros han establecido previamente, en uso a los derechos a los que antes he hecho referencia y con todo mi irrenunciable respeto.
¿Por qué contra la iglesia? Porque choca frontalmente con la máxima de la que he hablado al principio: respeto al ser humano por encima de todo. Para la iglesia lo más importante es su doctrina en base a la creencia de que es la palabra de Dios viva; sin embargo, si eliminamos esa premisa, en uso de nuestro derecho a creer lo que nos plazca, ¿qué nos queda? Nada. Y por lo tanto nada que justifique los siguientes hechos fehacientemente comprobados, de menor a mayor deliberadamente colocados: monopolio de lo divino, ninguneo, desprecio, marginación, manipulación, represión injustificada, monopolio de la verdad, tortura, pederastia, asesinato. Seguro que me olvido de muchas cosas, y me disculpo ante aquellos que las hayan sufrido por no hacerlas patentes.
¿Las bondades de la iglesia? No pueden justificar lo anterior, porque las bondades realizadas por la iglesia son las bondades del hombre, comunes a todas las religiones y culturas, anteriores a la propia religión y de las que TODAS las religiones pretenden apropiarse y excluir al resto.
Y además, ¿qué es eso de que está de moda meterse con la iglesia? Lo único que sucede es que durante casi dos mil años no se ha podido decir nada en voz alta, y hay demasiada gente poco acostumbrada a escuchar una crítica. Por cierto, que ayer utilicé la palabra secta. Sólo la tercera acepción de la RAE tiene tintes peyorativos, las dos primeras dicen, y cito textualmente: “Conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica”.”Doctrina religiosa o ideológica que se diferencia e independiza de otra.” Ahora decidme en qué no se aplica a la iglesia católica. Insisto: a ver qué es lo que hace a la iglesia estar en un reducto al margen y a salvo de la crítica.
Por último diré lo siguiente. No estoy en contra de que creáis algo distinto a lo que yo creo, y os respeto y respeto vuestra creencia, a sabiendas de que esto no les va a gustar a los muchos anticlericales que conozco. Sin embargo, ellos no se ofenderán por esto. Pero lo que no vais a conseguir de mí es que asienta y agache la cerviz. Ni de coña. Ni que acepte eso de que la iglesia no le ha hecho mal a nadie, porque puedo poner tantos ejemplos al menos como las bondades atribuidas a ese credo. Credo por otro lado que conozco perfectamente después de veintitrés años yendo prácticamente todas semanas al rito, habiendo leído la biblia varias veces, el catecismo y habiendo recibido todos los sacramentos. Y os diré qué es lo que más me duele de todo: la utilización de una figura (creo que existió) como la de Cristo para justificaros, cuando fue un hombre inherentemente bueno.
Respeto al ser humano ante todo y después entremos al terreno de las ideas, y también de las creencias, que no pasa nada si no estamos de acuerdo. El problema empieza cuando no aceptamos la discrepancia. Y con respecto a mi crítica de la clase dirigente de esa iglesia, insisto (a pesar de respetar su persona): les considero de la peor calaña que existe por sus actos, no por sus ideas, y es a ellos a los que me refería ayer. No a los creyentes que hacen lo que pueden por apartarse de esos hijos de puta sin tener que renunciar a su fe. Esos son los más valientes y merecen mi más absoluto respeto.

Alberto Martínez Urueña 10-03-2011

miércoles, 9 de marzo de 2011

Absolutismo

El problema de los absolutismos, ya lo insinuaron los filósofos clásicos, es que no se pueden aplicar a la totalidad. Se ve que como no tenían ni televisión, ni prensa, ni chorreces como esas con las que ahora se nos cae la baba ante nuestra potencia evolutiva, tenían tiempo para pensar un poco. Curioso arte tan desastrado y defenestrado ese de pensar, en unos días en que con dar a una tecla hacemos la compra, hacemos amigos o hacemos cadáveres en el último juego de guerra, que es mucho menos arriesgado que si vamos a Irak en persona a pegar tiros. Bueno, lo que se dice pensar de manera genérica se hace mucho, y resulta curioso la cercanía lingüística con esa otra palabra, penar, a la que al final acaba con asemejarse de tanto comerse el tarro con bobadas. Porque no os equivoquéis, que una cosa es pensar y otra distinta es darle vueltas a la piragua sin llegar a nada concreto, y eso lo hacemos mucho, malgastando tiempo y neuronas.
A nadie le gusta que le metan en un grupo estereotipado, pero mucho menos le gusta que le metan en ese grupo en función de los defectos: una chica rubia no tiene porque ser tonta, aunque el dicho se afane en intentar convencernos (las conozco inteligentes, como mi hermana). Así mismo, no todos los funcionarios son vagos, ni todos en el sector privado curran del copón. Ese refrán de “dime con quien andas y te diré quien eres” puede ser cierto en multitud de ocasiones, pero podría poneros ejemplos en los que falló, y alguno de vosotros sería el protagonista.
Lo más chungo del tema es cuando después nosotros hacemos lo mismo, es decir, catalogamos a los demás de acuerdo con los conceptos e ideas grupales que la sociedad nos ha indicado. Así, un chaval con el pelo largo es un yonki y/o camello, y uno que vaya bien vestido, una persona saludable, educada y estupenda. Una larga ristra de absolutismos (o clichés acerrojados) que, con afán férreo, quieren catalogar a los seres humanos y así facilitarnos con quien ir, con quien sentirte afín o con quien meterte a muerte porque se lo merece, sin ese innecesario gasto de tiempo de conocer y después decidir con quien sí y con quien no. De esta manera, el pensar vuelve a ser superfluo para lo importante y puede ser malgastado en problemillas, o a veces en simples gilipolleces. Ojo, todo esto dicho sin pretender ser algo absoluto, no se me solivianten, que admito que hay de todo.
¿A qué viene esto de los absolutismos? No me lanzo así sin intención marcada, desde luego, y quien me lleva leyendo ya varios años (algún día me pondré a mirar a ver las fechas) lo puede atestiguar: sólo pretendía exponer lo nefastos que son. La cuestión es que si hablamos de absolutismos y cerrojos mentales, tenemos líderes en ello, almas impías y negras que se aferran a sus verdades y no aceptarán jamás su error. Sólo pasados varios siglos admitirán que quizá se excedieron en sus apreciaciones, y en algunos afortunados casos, bajarán la cerviz en hipócrita sumisión que no restablece nada, como cuando se cargaron a un tal Galileo, y sólo se bajaron del burro trescientos años después, cuando era tan evidente la tropelía que ya daba igual lo que se dijera. Estas almas ponzoñosas se conducen de acuerdo a palabras tales como piedad y compasión, pero con el necesario filtro de una rara y divina inteligencia que antepone su supervivencia a la protección de los débiles, como cuando alguno se sale del redil y se dedica a disfrutar de la juventud de un efebo. Esos engendros que con contumacia se empeñan en salvar incluso a los que se niegan a ser salvados, condenándoles después por no admitir su verdad con el infinito temporal de un infierno de llamas. Ahora se sacan de la manga que las redes sociales son terribles (no admiten las bondades), que la masturbación es pecaminosa (es mejor la represión insana) y la homosexualidad es una enfermedad que se puede curar con el tiempo (es culpa del gay por serlo y no cuidarse). Dentro de trescientos años, no lo veré por desgracia, les tocará volver a bajarse del burro y a pedir perdón por tanto daño irreparable en muchos casos. Estamos de enhorabuena además. Hace una semana eligieron al presidente de esa secta tenebrosa que hace vestir a sus correligionarios con togas negras y a sus mujeres con un uniforme que las cubre de los pies a la cabeza, ocultando todo rasgo de su feminidad (no hablo de las musulmanes y el fular ese que llevan a la cabeza, desde luego). Estamos de enhorabuena porque imaginaos por un momento el caos que nos generarían si por un momento se convirtieran de verdad a la fe que predican y de la que se apropiaron hace dos mil años, más o menos (no era suya, por mucho que digan, sino del hombre); si por un momento hicieran de aquel mensaje su estandarte y, en lugar de condenar y andar tocando la bisectriz, simplemente ayudasen y diesen su opinión sin tratar de imponerla, mostrándola con su ejemplo. A lo mejor ese señor con cara de momia que cada vez que tiene la oportunidad de meterse en política y darse baños de multitudes defendiendo derechos que nadie le ha quitado, me empezaría a caer bien. Pero claro, si la gente que le sigue hiciese lo que he planteado, a ese sujeto le tiraban al mar, bien sujeto a algún peso. O al menos, para que nadie me acuse de nada, dejarían de hacerle tanto caso a ciegas y se desmarcarían públicamente mandándole a tomar por donde quieran. Con todo mi absoluto respeto, que quede claro.

Alberto Martínez Urueña 9-03-2011