La política sirve de mucho para hablar, pero muy poco para entender y mucho menos para concluir. Vale para que cada uno sea de un color sin saber lo que ese color supone, defiende o lo que tiene por detrás. Hace que la realidad se vuelva blanca o negra, según interese, y aborrega a la masa que está dispuesta a tragarse semejante bravata. Es una gran herramienta para que explosionen una tras otra las catarsis emocionales de personas que, como no tienen otra cosa que hacer, regurgitan uno tras otro los dictados del líder de su secta partidista. La política es la cortina de humo que utilizaron aquellos que se cansaron de tener que bregar con el pueblo, que se le soliviantaba cada cien o doscientos años en revoluciones que no valían para cambiar nada y a ellos les suponía tener que sobornar cada vez a unos distintos. Es la herramienta para que los mediocres que ansían cierta cota de poder se puedan dar baños de multitudes cada cuatro años, solventando los complejos de inferioridad que pudieran sufrir y dándoles que hacer, no se les ocurra pensar algo realmente creativo y útil para la masa. Es un engañabobos, vamos, tal y como se había dado cuenta hacía tiempo mi abuelo, que era un tipo bastante intuitivo, aunque un poco bruto y demasiado pesimista.
Además, es el lugar donde se juntan la incoherencia y la mentira como un matrimonio bien avenido de lesbianas (lo que demuestra que realmente la derecha no es tan homófoba como parece en un primer momento): no sabes realmente cuando te mienten, que sería cuando te dicen lo contrario a lo que realmente es o directamente lo ocultan, y cuando son incoherentes, es decir, que piensan una cosa, dicen otra y al final lo que hacen no tiene que ver ni con la primera ni con la segunda.
La política es el reducto de aquellos adolescentes que no quisieron hacerse mayores pero que tampoco les gustaba el rock’n’roll. Sí, porque algo que caracteriza a una conciencia adulta podría ser la capacidad de entrega y desarrollo (esto no es mío), pero también, la intención de hacer lo correcto. Si vemos por el contrario el espectáculo que cada semana nos ofrecen en ese lugar absolutamente enmarranado que son las Cortes, le encuentro más parecido con las disputas que tenía hace años, en el colegio de monjas al que mis padres me llevaron de tres a cinco años.
No es coña, la política es una especie de show al que deberíamos hacer el menor caso posible hasta que no se adecentase un poco. Así, en plan superficial, y que hasta que no fuese bien vestida, no la hiciésemos ni caso. Hoy en día, a los diputados les falta entrar en el Congreso y empezar las sesiones con el presidente Bono (experto en torear las preguntas más comprometidas) soltando un “¡¡Como están ustedes!!” alborozado, a lo que el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición deberían responder con unas zapatetas alegres o incluso unas carreras.
Y diréis que me paso de frívolo o incluso de sarcástico, cínico o demagogo, pero qué queréis que os diga. Ante semejante esperpento es mejor utilizar el sentido del humor que dicen que es el único que realmente es lógico. Y que no sé queje nadie, porque a los bastardos, en otras culturas como la espartana, les despeñaban por menos cuando no era útiles para la colectividad ¿Qué por qué estoy tan encabronado estos días? Pues mira, porque resulta que con todo el escándalo del Norte de África ya ha quedado claro que no se sabe a qué se juega. Resulta que en dos mil uno había que proteger al pueblo de Irak y nos montamos una guerra, pero ahora en Libia hay que decir enérgicamente que Gadafi se está por tanto muy pero que muy mal, pero no hacer absolutamente nada. Dicen que los dictadores que exterminan a su pueblo no se pueden consentir, pero claro, como el África subsahariana no existe, allí no pasa res de res. Y cuando les preguntan a esta peña su opinión, ponen cara de circunstancias y sueltan la primera chorrada que se les ocurre. ¿Qué es la política? Puede que hace años fuese útil para algo, pero ahora mismo, tal y como la conciben los que la dirigen, sólo es una burla más que soportamos los que vivimos en Occidente y que olvida a los que viven en el resto del mundo, que son más del noventa por ciento.
Alberto Martínez Urueña 25-02-2011
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