Rudolf Elmer, un nombre que caerá en el olvido porque habrá demasiados intereses en que así sea, pero que deberíamos conservar bien guardado en la memoria. No sé la honestidad humana que tenga, no sé si será pederasta (el peor de los delitos, por mucho que los códigos penales no lo reflejen de igual modo), o si se dedicará al tráfico de humanos (probablemente el segundo), o a lo mejor es un dechado de virtudes (el primer pecado para la mayoría de los humanos actuales), pero si eso de hacer públicas las cuentas de unas cuantas decenas de políticos corruptos a lo largo y ancho del mundo es cierto, estoy dispuesto a hacerle la ola con todo mi entusiasmo. Claro, en Suiza, ese país ejemplificador para muchos, pero que es el puerto franco de la mayoría de los piratas actuales, ya le están esperando para despellejarle poco a poco en plaza pública, o en su defecto meterle en una mazmorra y tirar la llave. No deja de ser una de esas muestras de cómo la justicia está montada de una manera que muchas veces colisiona con la ética con la potencia de una bomba termonuclear. Porque fijaros el desbarro que supone la siguiente cadena lógica: los hombres más ricos del mundo pagan las carreras políticas para que se articulen leyes (secreto bancario) y puedan meter en el banco las ganancias de sus choriceos sin que nadie pueda acercarles las narices. Claro, te dicen que se lo han currado y que tienen derecho al dinero bien ganado con su esfuerzo, pero luego no dudan en ocultarlo como si estuviese cubierto de sangre (la mayoría de las veces es probable que así sea). Claro, están en su libertad de comprarse la casa en playa exclusiva mientras en Haiti se mueren por el cólera pues no tienen agua potable. Esa es la ética de aquellos que se escudan tras el secreto bancario suizo.
Lo que menos me gusta de todo, como la mayor parte de las veces, es de qué manera nos afecta eso a la gente de a pie, que a fin de cuentas somos la mayoría, y los que salimos trasquilados una vez sí, y otra también. Creo que esto tiene una doble consecuencia, a cual más importante, aunque se complementan como trapitos de la pasarela de Milán. La primera de ellas es la consecuencia que vivimos ahora, con el tema de la subida de precios, los sueldos exangües, la peña en el paro, los rescates a los grandes bancos con dinero de todos, etcétera, mientras los que tienen, cada vez tienen más. Habrá quien diga que esto es envidia, pero no es eso, no os creáis. Más bien es que mi noción de desigualdad según los méritos y el trabajo no alcanza a entender semejantes diferencias; y cuando miras un poco y ves que los que las justifican normalmente son los que más tienen y no los que menos (una conclusión semejante por alguien pobre sería toda una novedad) el tema huele cuanto menos a cochambre.
La segunda de ellas es algo más sutil, pero que hace que las vidas normales se vayan por el retrete con más facilidad que el papel higiénico. Cuando veo como los mortales gastan y gastan sin parar en un sistema social montado por cuatro hij***utas que nos engañan sistemáticamente al vendernos que la felicidad viene del tener y no del ser, me quedo bastante depre. Porque una cosa es que quieran engañarte y otra cosa es que te dejes. Esa frase tan manida de que “el dinero no da la felicidad, pero ayuda” salida de boca de gente que si no es gracias a la VISA oro es incapaz de poner freno a la angustia de no salir de compras me descorazona con saña gladiadora, justificando que si no se consume (hinchando la cartera de esos cuatro de antes), todo al garete. Y además, sin ningún pudor, se hila el razonamiento con la burla prepotente hacia esas personas mayores que son capaces de sentarse en el banco de piedra de la puerta de su casa del pueblo y no hacer nada más que estar allí, sin más, sólo siendo. Ojo, no es que les envidie, que no, pero puedo aseguraros que admiro mucho más a las personas que son, antes que a las que tienen. Supongo que todo es opinable. Allá cada cual.
El banquero bueno. Suspiro con nostalgia y pienso qué es lo que ocurriría (todos al hoyo fijo) si, ya no que nos comportásemos como héroes, si no que simplemente nos comportásemos. Si por una vez fuésemos, en lugar de desear y encelarnos en nuestros apetitos más absurdos, simplemente procurando estar sin molestar demasiado, sin hacer mucho ruido (en sentido metafórico), sin darle vueltas a la peonza y sabiéndonos ya afortunados por estar aquí, el tiempo que nos toque. Pero ya hace tiempo que dejé de predicar, y sé que no voy a cambiar el mundo con un movimiento social sin parangón, en plan hippie años sesenta. Simplemente intentaré aprender a comportarme y hacer poco ruido, no sea que me encuentren. Quizá algún día consiga ser. Esto no es una utopía social, sólo es un pequeño objetivo de aquí a que la espiche. Y además, así dejaré las rebajas a los que estén mirando el texto con cara rara.
Alberto Martínez Urueña 17-01-2010
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