Pues aquí estamos de nuevo comenzando un año. No deja de ser una fecha, un hito en mitad de un camino del que no sabemos final y no nos acordamos del comienzo, y que por consenso científico y teológico (con la iglesia hemos topado) se consideró fijar diez días (aproximados) después del solsticio de invierno, todo arrejuntado con una fecha sacada de la chistera para celebrar natividad y epifanía con el resto de movidas. En fin, el año pasado os di la charla con aquello de las buenas intenciones, y aquí cada uno sabrá lo que se propuso y si lo ha cumplido.
Este año no va de eso. Se me presentan múltiples posibilidades, como siempre, desde el punto de vista público: los políticos, empresarios y sindicatos están enmarranando a base de bien el ambiente, y los columnistas y demás ratas de teclado como el que os escribe damos palmas con las orejas ante un terreno tan perfectamente abonado para el goteo de colmillo. Veo, atónito, como aquéllos a los que tuvimos que rescatar con nuestro dinero ahora se empecinan en hacernos creer que la culpa es nuestra. Hablo de la gente de la calle, de los pensionistas, funcionarios, pequeños comerciantes… Mientras tanto, esos señores desconocidos denominados mercados con sus agencias de rating, esos que decían que Lehman Brothers, Madoff y sus secuaces eran de lo mejorcito de su barrio, acertando de pleno (pero no sabemos en qué diana), ahora son los que tienen que juzgar qué países son los merecedores de confianza. Es como una especie de covacha en donde todos sus ocupantes van ocupando uno tras otro los puestos relevantes según les interese, pero eso sí, de ahí no les echa ni dios. Están a su alrededor, como cobertor cutre y grosero, una fina capa de políticos que, discutiendo sobre las chorradas más variopintas, desvían la atención hacia cosas que de otra manera no le interesarían a nadie. A su lado, nadando en la misma dirección, los grandes empresarios (ojo, ni estos controlan realmente el cotarro, pero les mola ir en la misma dirección que marca la mano negra) que en supuesta pugna por los recursos económicos existentes pelean en una contienda que no es cierta; eso sí, crean una nueva cortina de humo a modo de necesidades falsas que generan crisis de personalidad y angustia al que no tiene el último modelo de taza de vater, con chorrito de agua acrisolada que limpie las entrepiernas y las deje brillantemente dispuestas para ser lamidas.
Por último, he de reconocer su mérito a todos aquellos que dicen aquello de que cómo ellos no pueden cambiar nada, pues mejor no mirar no sea que las retinas se desprendan. Así, de esa manera no pasa nada por ciertas actitudes egoístas y ególatras, sumamente demagógicas, a las que la sociedad se va acostumbrando como un cuerpo al cianuro: poco a poco y en pequeñas dosis para generar resistencia.
Ese es un resumen del soberbio panorama que se han montado algunos que viven con las posaderas bien cubiertas y por aquellos que se creen sus mentiras. Se dice que el sistema capitalista funciona, y cuando falla se mira para otro lado. Se sigue defendiendo lo privado, a pesar de que cada cierto tiempo resulta que para lo único que sirve es para inflar burbujas bursátiles, inmobiliarias o de simple baba a base de especulaciones inhumanas (todas ellas finalmente falsas), que los que antes tenían mucho ahora tengan muchísimo, y los demás nos quedemos con cara de gilipollas cuando nos dicen que lo que en teoría valía cien, ahora vale diez, y que el resto lo has perdido, que tienes la culpa y ahora te toca apretarte el cinturón (mientras ellos se enchufan sus primas por objetivos). Claro, cuando la burbuja explota clamamos al cielo, y en un par de meses o tres ya hemos encontrado algún cabeza de turco al que despelotar y arrojar a las fieras, pero eso sí, que nadie nos toque ese sacrosanto sistema.
Ahora nuestro pequeño y gran país está lleno mierda, con paro hasta las orejas y esas cosas. Un caldo de cultivo para que muchos de los que están en el paro por méritos ajenos paguen el pato de los que están ahí porque es más cómodo. En pro de culpar a esos hijos de puta que hacen trabajos bajo cuerda (y nos joden lo poco de bueno que tiene el sistema), salen de la cueva esas ideas fascistas de quitar el subsidio de desempleo a todo quisqui, y así que paguen de nuevo el pato quienes no tienen la culpa.
Todo una cortina de humo, y todo para que no veamos las cosas auténticamente importantes, sumidos en un sistema que dice que la felicidad viene del tener y no del ser, para que así queramos más y les demos más dinero y poder a la mano negra (o G300, que lo llaman algunos). Vale, cada uno tiene sus inquietudes y sus aspiraciones, pero a mí no me cogerán vivo en eso de aspirar a cada vez más en una sociedad con una cultura y un sistema en el que no creo. Gracias a dios, mis inquietudes no han ido nunca por conseguir satisfacción en cosas que se modifican en colecciones sucesivas de primavera-verano, o en que mi teléfono móvil sea el más puntero del mercado. Ni mucho menos en pagar precios por cosas que no lo valen mientras que con ese dinero podría estar aportando algo a quienes ni tienen nada ni pueden aspirar a tenerlo.
Este año no va de eso. Se me presentan múltiples posibilidades, como siempre, desde el punto de vista público: los políticos, empresarios y sindicatos están enmarranando a base de bien el ambiente, y los columnistas y demás ratas de teclado como el que os escribe damos palmas con las orejas ante un terreno tan perfectamente abonado para el goteo de colmillo. Veo, atónito, como aquéllos a los que tuvimos que rescatar con nuestro dinero ahora se empecinan en hacernos creer que la culpa es nuestra. Hablo de la gente de la calle, de los pensionistas, funcionarios, pequeños comerciantes… Mientras tanto, esos señores desconocidos denominados mercados con sus agencias de rating, esos que decían que Lehman Brothers, Madoff y sus secuaces eran de lo mejorcito de su barrio, acertando de pleno (pero no sabemos en qué diana), ahora son los que tienen que juzgar qué países son los merecedores de confianza. Es como una especie de covacha en donde todos sus ocupantes van ocupando uno tras otro los puestos relevantes según les interese, pero eso sí, de ahí no les echa ni dios. Están a su alrededor, como cobertor cutre y grosero, una fina capa de políticos que, discutiendo sobre las chorradas más variopintas, desvían la atención hacia cosas que de otra manera no le interesarían a nadie. A su lado, nadando en la misma dirección, los grandes empresarios (ojo, ni estos controlan realmente el cotarro, pero les mola ir en la misma dirección que marca la mano negra) que en supuesta pugna por los recursos económicos existentes pelean en una contienda que no es cierta; eso sí, crean una nueva cortina de humo a modo de necesidades falsas que generan crisis de personalidad y angustia al que no tiene el último modelo de taza de vater, con chorrito de agua acrisolada que limpie las entrepiernas y las deje brillantemente dispuestas para ser lamidas.
Por último, he de reconocer su mérito a todos aquellos que dicen aquello de que cómo ellos no pueden cambiar nada, pues mejor no mirar no sea que las retinas se desprendan. Así, de esa manera no pasa nada por ciertas actitudes egoístas y ególatras, sumamente demagógicas, a las que la sociedad se va acostumbrando como un cuerpo al cianuro: poco a poco y en pequeñas dosis para generar resistencia.
Ese es un resumen del soberbio panorama que se han montado algunos que viven con las posaderas bien cubiertas y por aquellos que se creen sus mentiras. Se dice que el sistema capitalista funciona, y cuando falla se mira para otro lado. Se sigue defendiendo lo privado, a pesar de que cada cierto tiempo resulta que para lo único que sirve es para inflar burbujas bursátiles, inmobiliarias o de simple baba a base de especulaciones inhumanas (todas ellas finalmente falsas), que los que antes tenían mucho ahora tengan muchísimo, y los demás nos quedemos con cara de gilipollas cuando nos dicen que lo que en teoría valía cien, ahora vale diez, y que el resto lo has perdido, que tienes la culpa y ahora te toca apretarte el cinturón (mientras ellos se enchufan sus primas por objetivos). Claro, cuando la burbuja explota clamamos al cielo, y en un par de meses o tres ya hemos encontrado algún cabeza de turco al que despelotar y arrojar a las fieras, pero eso sí, que nadie nos toque ese sacrosanto sistema.
Ahora nuestro pequeño y gran país está lleno mierda, con paro hasta las orejas y esas cosas. Un caldo de cultivo para que muchos de los que están en el paro por méritos ajenos paguen el pato de los que están ahí porque es más cómodo. En pro de culpar a esos hijos de puta que hacen trabajos bajo cuerda (y nos joden lo poco de bueno que tiene el sistema), salen de la cueva esas ideas fascistas de quitar el subsidio de desempleo a todo quisqui, y así que paguen de nuevo el pato quienes no tienen la culpa.
Todo una cortina de humo, y todo para que no veamos las cosas auténticamente importantes, sumidos en un sistema que dice que la felicidad viene del tener y no del ser, para que así queramos más y les demos más dinero y poder a la mano negra (o G300, que lo llaman algunos). Vale, cada uno tiene sus inquietudes y sus aspiraciones, pero a mí no me cogerán vivo en eso de aspirar a cada vez más en una sociedad con una cultura y un sistema en el que no creo. Gracias a dios, mis inquietudes no han ido nunca por conseguir satisfacción en cosas que se modifican en colecciones sucesivas de primavera-verano, o en que mi teléfono móvil sea el más puntero del mercado. Ni mucho menos en pagar precios por cosas que no lo valen mientras que con ese dinero podría estar aportando algo a quienes ni tienen nada ni pueden aspirar a tenerlo.
Alberto Martínez Urueña 11-01-2011
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