Vivimos tiempos que hagan lo que hagan son de cambio, pues la definición de la realidad, ya desde tiempos del gran olvidado Heráclito, es de puro cambio y punto. Sólo los necios (que somos todos, ojo) somos capaces de negar la evidencia y hacer saltos mortales con la lógica para tratar de vestir un santo (nuestra permanente mentira) que está mucho mejor desnudo.
Así que con esas sentencias filosóficas de que alguna verdad absoluta hay, aunque no es posible explicarla con palabras (vano intento anterior el mío), andaba divagando y perdiendo el tiempo, hasta que me ha caído la bomba nuclear de pensar en economía (culpa del periodista de turno que parloteaba en la radio) y me he acordado de multitud de cosas que me han rondado todos estos interminables meses de crisis económica.
La primera de todas es que resulta que en todos los países del mundo civilizado (el incivilizado no cuenta, pues son más inteligentes que nosotros, pero con menos pasta en la cartera), sea cual sea el partido político que anduviera en la palestra gubernamental, le han caído palos a mansalva. Que se lo digan al primer ministro irlandés, firme defensor del conservadurismo y de medidas fiscales tales como que las empresas casi ni paguen impuestos, al souman francés que más de lo mismo, o a los restantes gobiernos europeos que para buscar en las gráficas sus índices de popularidad ya tienen que bajar al sótano. No hablo del nuestro para evitar chistes fáciles con los que el próximo año se me saturará el correo electrónico, en lo que hay elecciones.
Otra de las cosas curiosas de las crisis es que saca del baúl de los recuerdos a lo más facha del arco parlamentario, la extrema derecha, lo cual quiere decir que saca de los votantes el miedo cerval y por tanto con su papeleta defienden ideas que se acercan mucho a una de las vergüenzas europeas del siglo pasado. Preguntad a Suecia.
Pero si hablamos de economía, lo que más me gusta es constatar en todo esto como, esas personas que hacer un juego de manos lógico para defender la permanencia de un edificio que se ha caído a cachos, siguen en sus trece de que el sector privado es más eficiente que el público. Cada vez que oigo sus comentarios y al mismo tiempo veo como muchos de los bancos con esas triples aes tan renombradas hoy en día (máxima solvencia) se han ido al cuerno, una carcajada histérica en plan Gárgamel (para los menos mayores, el malo de los pitufos) pugna por salírseme de entre los dientes entre dolores abdominales. Entonces tengo que hacer ese esfuerzo tantas veces recomendado de hacer de tripas corazón y aceptar aquello de que hay que aceptar las ideas del contrario y ser tolerante con los demás.
Supongo que tendré que ser tolerante con esos piratas disfrazados de ejecutivos serios, con esos políticos autonómicos “responsables” que jamás dimiten y con esos alcaldes víctimas de la fama que otros guarrean. Supongo que tendré que ser tolerante con esa gente que opina que la sanidad y la educación debería privatizarse, tal y como está privatizado el sector inmobiliario. Imaginaros por un momento a Florentino Pérez y sus amigos, gestionando los hospitales de la ciudad que fuese, cobrando el coste de los tratamientos y sacando un cierto beneficio que después invertiría en sectores estratégicos para la economía nacional como serían Cristiano Ronaldo, Jorge Valdano o Zinedine Zidane. Y les pongo nombres para que lo veáis más claro.
Así que supongo que tendré que tolerar esas opiniones, pero entonces yo daré las mías, claro, y aquí va a haber ventisca. Creo que ya va siendo hora de que ciertos sectores estratégicos de este país, necesarios para que la gente viva con un mínimo de decencia sean de todos. Las cuestiones como las privatizaciones que se montó el señor del bigote para apuntarse el tanto de entrar en el euro no han salido tan bien como pensaban. Y si no, al dato: Telefónica, la compañía más cara y con el peor servicio de toda Europa. Ojo, no hablo de todos los sectores, ni hablo de todos los empresarios.
Y ahora, con el tema de la reforma del sector financiero más cachondeo. Para que os hagáis una idea, resulta que quieren reformar un sistema donde la bolsa es lo más grande, y es la misma bolsa la que indicará si funciona bien o mal su reforma. Esta reforma consiste en que la gente que se forra en ella, se forre un poco menos. ¿Me seguís? Pues esa es mi opinión. Quizá ellos tengan la sartén por el mango, pero desde luego no pienso comulgar con ruedas de molino, ni mucho menos asentir mientras la peña me mete la mano en el bolsillo. Vamos, más de lo mismo.
Alberto Martínez Urueña 23-11-2010
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