miércoles, 1 de septiembre de 2010

Disculpen

Medrando por los pasajes desérticos
que Occidente arrojó sobre mis pasos,
caí como las piedras de los árboles
sobre los fuegos fatuos de los dormidos.
Pero al cometer la imprudencia más prepotente
que conoció naturaleza errante,
se cernió sobre mi espalda la losa,
la tumba y el epitafio de la arena fina
de la que pretendí huir. Sin más prisa
que la del alma que lleva el diablo,
renegué de lo pensado pronto
demasiado tarde y las tripas
de este poeta se arrastraron por los cristales
que dejó el frasco de aquella droga maldita.
Cínica cultura que al rebelde desata
para que el autoodio que produce de consecuencia
sea la cruel daga que de resulta asesta.
Cárnica ralea imperfecta que deviene
en un festival de espectáculo sanguinolento
cuando soluciones ordenan despelleje.
Capten los lectores la metáfora,
queden en silencio, no destapen
la mísera manía del poeta
de sajar sobre papeles la memoria,
arrancar sólo lo ajado sobre el verso
y olvidar que la grandeza es por lo habido.
Caminos recorridos sólo brillan
cuando el sol de la mirada lo descubre
en la mañana,
tardes alimentan la nostalgia,
pero días siempre vuelven por sus fueros.
No me odien por lo extraño del mensaje
acostumbrados como están a lo palpable:
necesidades de lirismo bulle en vida
y yo doy puñetazo en la mesa.
Caído mil veces o quizá solo una
da igual, pues lo que soy no tornaría;
vi en aquellas noches lo que había
y completo con estas mañanas de desmonte.
Seguiré con la maceta anticemento
removiendo los cimientos y las vallas
que me encuentre. No conozco
más fórmula
que la que mente indique
sometida a lo que las cosas marquen como ciertas,
no a lo que capricho inhumano esclavice.

Disculpen lo extraño de este texto
semanal, pero a veces unos versos
muestran lo que lleva maquinaria
imperfecta que supone este pellejo.
Alberto Martínez Urueña 27-08-2010

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