jueves, 27 de mayo de 2010

Tendencias para justificaciones

Andaba yo en el metro de Madrid, mirando periódicos ajenos con disimulo (cuando se viaja, no se tiene mucho tiempo para saber qué pasa por el mundo), viendo qué había pasado con el tema de la mancha de petróleo, cómo había sido la última jornada de liga de fútbol, cuando vi una de esas noticias que hacen que me sonroje de mi condición humana. Va a ser una de esas que no salen más que para llenar una pequeña columna en cualquier diario de tirada local; sin embargo es igual de significativa, a mi modo de ver, que las gaitas que se traen Zapatero y Rajoy.
La noticia en cuestión informaba sobre lo sucedido en no-diré-el-nombre-por-decencia sobre una inauguración de no sé que bareto y la intención de subastar, en tal magnífico evento, a una chica. Entiendo que os haya dado una arcada nada más leerlo, a mí me pasó algo parecido, y no conozco a la chica, así que no van por ahí los tiros. Al parecer, esos héroes de la benemérita, o del cuerpo que sea, habían paralizado el tinglado, imagino que por orden de instancias superiores, aunque no sé si la preocupación de tales instancias se digna a descender a esas cuestiones mundanas. La noticia concluía, para mi asombro, añadiendo que en otro pueblo de tampoco sé el nombre, se había llevado a cabo una barbaridad semejante con niñas de catorce a dieciocho años, utilizando dinero del Monopoly. Se ve que como no era con dinero legal, sí que vale.
Estupefacto me hallo todavía, tanto de que haya hijos de perra que monten tales saraos, como de imbéciles que se dignen a participar, y ya no digamos de que haya chicas, mujeres, o como las quieran llamar, que se presten a participar en algo semejante (a lo mejor no se prestaron, se vendieron por un módico precio, y eso tiene un nombre del que hablan los textos más antiguos).
Y habrá quien se pregunte que a quién voy a dar caña esta semana, que realmente esto no da mucho más de sí. Pero confiad un poco más en mis posibilidades, por favor. La cuestión con estas cosas no es que sucedan, que viene a ser algo que no me acaba de sorprender demasiado, si os digo la verdad; lo que me preocupa de todo esto, es precisamente la falta de sorpresa. Parece que la conciencia de nuestra sociedad, o al menos la mía, se está acostumbrando demasiado a que temas como el que os planteo no sea algo más importante que una pequeña columna en un periódico gratuito.
Desde hace tiempo creo que el ser humano no tiende por naturaleza hacia el mal, tal y como nos intentó vender aquel charlatán llamado Pablo. Creo que más bien tiende a la comodidad de lo fácil e inmediato, lo cual lo pondría en la categoría de bobo, más que de malo. O nos pondría, que de ésta es más complicado excluirme. El problema es que cuando se introduce en la conciencia colectiva que el hombre es un ser que por defecto se dirige a la depravación y a la pervertida laxitud de costumbres, se justifica y se tolera con más complacencia determinado tipo de cuestiones como la que os he puesto antes. Incluso se llega a aplaudir, lo que convierte a una cultura como la nuestra en una pseudotribu prehistórica.
El hombre no se inclina hacia bien o mal sin más, tiene cierta tendencia, si acaso, a quedarse sentado en el sofá procurando moverse lo menos posible, y de esa manera su capacidad para tomar las decisiones correctas se ve ampliamente trastocada. La ociosidad es la madre de las lacras humanas, así como la experiencia es la madre de la ciencia, y movidos por esa comodidad se cometen errores tales como dejar que a los niños les eduque la televisión en horario de máxima audiencia. En la naturaleza del hombre está su mente racional, y el hecho de tener que pasar ese filtro para tomar las decisiones que nos plantea toda situación, desde la más trivial hasta la más trascendente. Es decir, la auténtica naturaleza humana y la auténtica tragedia que acecha en cada esquina es tener que tomar la decisión correcta en cada momento, o al menos intentarlo, ya que la casuística y la gran variedad de posibles soluciones te pueden llevar al error. Desde luego, dicha naturaleza no es la esclavitud de los impulsos irracionales (ya sea sexo, agresividad, drogas, narcisismo, o el que queráis escoger), pero tampoco la esclavitud de la racionalidad. La solución a esta paradoja ha ocupado la mente de los hombres durante milenios, y no exagero un ápice, y de ella derivan las auténticas cosas importantes de la raza humana.
Y los que se dedican a entrar en ese juego de sorteos, participantes y participadas, no quiero poner calificativos que me hagan errar a mí también en lo que considero correcto. Sólo diré que el hecho de que el sexo y lo que de él pueda derivar sea la golosina de los actuales adolescentes no me va a hacer justificar tratar a seres humanos con tan poco respeto. Los calificativos hoy se los dejo a otros.

Alberto Martínez Urueña 7-05-2010

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