Devanándome los sesos ando, tratando de encontrar el tema que motive a este escritor para dejar sobre estas dos hojas el texto que quiero dejaros en el correo esta semana. Cada vez resulta más complicado encontrar uno, y no será por la falta de motivos que me da la actualidad o por las posibles recapitulaciones mentales que pueda hacer de lo que llevo viendo en casi ya veintinueve años (puedo ver las sonrisas de algunos de vosotros, pensando en lo mucho que me queda por ver, y así espero que sea). Pero cada vez resulta más complicado, ciertamente.
La política cada vez es más complicada. Supongo que en tiempos de crisis los ánimos están cada vez más exaltados, y defender una u otra postura supone recurrir a una inquina o a un sarcasmo que nunca me ha gustado demasiado. No hay más que ver los correos que llegan semana sí, semana también, de un lado y de otro, dando estopa al contrincante a base de verborrea elegante pero con intención más bien lobezna. Tanto unos como otros parecen ser los responsables de que la economía esté en plena hecatombe, las colas del paro sean largas y concurridas como las de un concierto puntero y el sueldo parezca que ya no vale ni para llegar a medio mes. El problema, creo, de la política es que cada vez tiene menos de lógica y más de partido de fútbol, en el que nadie puede explicar porque es del Barcelona o del Madrid, simplemente lo es y quiere partirle la cara al del otro equipo, o al menos que la estrella del susodicho se parta las dos piernas en un desgraciado accidente. ¿Por qué digo esto? Porque además, parece ser que, algo que debería ser una confrontación de ideas sin más, se descuelga en un intento de traerle la desgracia al contrario. Estaba pensando que sólo falta utilizar el vudú, pero nuestros vecinos galos creo que ya han tenido la idea y se vendían muñecos de Sarkozy en los Campos Elíseos para tal práctica de brujería. Supongo que como aquí en España es complicado superar determinados comentarios sin que a ninguno de nuestros representantes se le caiga la cara de vergüenza, no necesitamos utilizar la magia negra.
De Economía, ¿qué puedo decir? En primer lugar, como muchas veces he hablado con Eduardo, gran amigo e inteligente economista, que estamos hablando de una ciencia social, y como tales ciencias, no ofrece un solo resultado para una misma pregunta. No es como las matemáticas, que haces dos más dos y la calculadora te ofrece la respuesta al instante. Además, tiene otra característica, y es que no se puede andar haciendo pruebas como en el laboratorio de química a ver qué sustancias puedo mezclar para ver los efectos. Por último, también decir que, al contrario de cómo mucha gente cree, es probable que para conseguir un determinado efecto se puedan seguir dos caminos distintos, lo cual nos lleva a pensar de nuevo, aunque de refilón (no voy a entrar en ese tema hoy) que las verdades absolutas en materia humana puede que no existan; y si existen, no puedan ser conocidas por los propios seres humanos.
No obstante, y eso sí que me extraña de algunas personas, no se puede olvidar un detalle sumamente importante al respecto de la Economía, y es que tiene un componente cíclico que hace que unas veces las cosas vayan bien y otras vayan de pena. Cuando llega la crisis, todo el mundo trata de encontrar culpables y responsables a los que poder linchar a gusto y se hacen análisis por las más altas lumbreras, analistas políticos que parecen estar a un nivel que raya lo divino, hasta que te enteras de que trabajan para tal o cual periódico y entonces te explicas muchas cosas. Por desgracia, poco caso se suele hacer a los que saben, que suelen ser catedráticos de Universidad y bichos semejantes, que rara vez además saben hacerse entender, y otras veces, están hasta la cátedra de ver como sus ideas no se tienen en cuenta para nada.
Como podéis ver, elegir un tema de actualidad resulta complicado. Cuánto más puede resultar escoger un tema humanista para tratar de exponer una idea que te zumba en la cabeza desde hace algún tiempo, cuando sabes que a más de uno le va a producir urticaria craneana y se rascará la cabeza hasta que se le caiga el pelo, o que le puedes provocar una subida de tensión desagradable por sentirse ofendido o dañado en su modo de vida o en sus ideas. Las personas tenemos la costumbre de creer que la manera que tenemos de hacer las cosas es la correcta, y cuando alguien nos dice que quizá no sea cierto se nos suele torcer bastante el gesto. No os equivoquéis, no es que yo crea que me ha visitado una luz extraña y que tenga por cierto que tal verdad de la que hablaba antes se me haya rebelado; soy el primero que siempre he dicho que cada uno ha de alcanzar su propio destino y camino, y que semejante conocimiento no puede ser descubierto por organizaciones externas (me voy por las ramas).
Lo que pretendo decir es que tanto hablar de políticos que hacen las cosas de tal o cual manera, que tanta economía que se va al garete y tanto pollo mal montado en bicicleta, que si las primas de los banqueros, que si el Ministro de Hacienda, que si son todos unos cabrones y les mueve la avaricia… Al final lo que pasa es que nos olvidamos de que quizá en esto, de manera ínfima, pero sumando el esfuerzo de cada uno de nosotros (como lo del anuncio de no despilfarrar el agua en casa), todos tengamos un poco de culpa de lo que nos rodea. Porque sinceramente, no he visto a nadie que dijese que él no pondría la mano cuando llegase la prima, no he visto a nadie que no mire a ver de qué forma defrauda a Hacienda, no he visto a nadie que no quiera la televisión último modelo o vivir en una casa más grande. Lo que he visto es una sociedad que prima el consumo y quien más consume es mejor, que prima la competitividad y quien llega más arriba es mejor, que prima ser el más guapo y quien es más guapo es el mejor; he visto que la envidia hacia el que más cobra es tan recurrente que da asco. Ahora llamadme demagogo, o lo que os de la gana, porque como ya os había dicho al principio, es complicado a veces escribir este texto, así que al final lo que he hecho es decir lo que me ha parecido, lo que llevo pensando un tiempo, y lo que deseo que me alcance lo menos posible. Y por cierto, sí, en política, como en la vida, soy rojo, a veces casi negro, pero eso ya es otro tema y otra honra.
Alberto Martínez Urueña 10-02-2009
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