viernes, 23 de noviembre de 2007

El camino

Cierto día, andando por el campo, me detuve bajo la sombra de una encina, al borde de un camino cubierto de polvo y cantos redondeados por el agua; apretaba el sol y el soniquete de las chicharras replicaba incesante en mis oídos. Algún pájaro surcaba majestuoso el cielo, y del suelo surgían danzarinas columnas de vapor que difuminaban el horizonte. Fue entonces cuando les vi aparecer en lo alto del mismo camino que había traído yo, dos siluetas que se acercaron hasta unos pocos metros de donde yo me hallaba, y que no debieron de verme, medio oculto por los zarzales que rodeaban el tronco.

Se sentaron en unas piedras que había en la cuneta de un camino de arena blanca bordeado por un manto verde uniforme, solamente salpicado por algún grupo de amapolas, margaritas y dientes de león. El anciano apoyó su báculo al lado de su mano derecha mientras el joven sacaba un trozo de pan y un pedazo de queso, mientras le entregaba al otro un pequeño pellejo con agua para calmar la sed de aquel caluroso día de verano.

- ¿Por qué seguir este camino, maestro? - inquirió el discípulo, mirando al cielo

- A esa pregunta deberás responderte tú mismo. ¿Qué es lo que te trajo hasta aquí?

- El caos, el miedo, la desesperanza que me hicieron caminar en círculos. - dijo, después de meditar un instante. - Ellos hicieron en mi vida un continuo camino circular del que no era capaz de salir. Las cadenas de la confusión entre lo instantáneo y el presente, entre la huida y la decisión; esas circunstancias fueron las que me llevaron hacia atrás en lugar de hacia delante y me secaron la existencia. Eso y el peso de la lápida de una vida hecha a medida de otros.

- Recuerdo la primera conversación que tuve contigo, - añadió el anciano. - en que me confesaste el lugar que intuiste en tus ratos de soledad, en tus ratos a solas con la persona que eres, que solamente es capaz de salir cuando el ruido cesa, y la frustración de no haber podido compartir con nadie aquella sensación.

- Mucha gente la había tenido, pero todos lo desechaban como una ilusión a la que los sentidos les habían llevado. La rebelión interna ante un atardecer en que los cielos parecen sangrar, heridos; o la violencia de la tempestad, con el mar rompiendo en los acantilados; o si no, la fina lluvia golpeando contra la superficie de un río, fundiéndose con él, transformando al mismo río en algo nuevo y algo viejo al mismo tiempo… Sabía que había algo más.

- Pero tuviste el valor de salir de la ciudad y entrar en el campo, en el terreno de los caminos no marcados, donde no hay planos claros ni señales, donde los senderos no están marcados, en donde sólo tú puedes crear el tuyo propio. Allí nos encontramos, gracias a tu decisión, luego fuiste tú el que en un primer momento te desprendiste de las losas que te habían impuesto sobre las espaldas y fuiste tú el que decidiste romper los viejos pergaminos en que las arcaicas leyes marcaban con farisea rectitud aquellas calles tan transitadas y tan sucias, tan holladas y carentes de interés. Fue tu propia decisión la que trajo hasta aquí. La intuición primero, es decir, la sensación de que había algo más allá de aquella sima que te absorbía; en segundo lugar, la decisión para abandonar la seguridad de tu antigua vida y atreverte a saltar entre la niebla sin saber qué era lo que había debajo, y sin saberlo todavía. Y en tercer lugar, la voluntad de intentar encontrar el lugar por donde seguir caminando y abandonar los círculos en que se convertían las calles de aquella urbe tan opresora.

- ¿Y por qué sigo aquí?

- Porque quieres. Porque te has dado cuenta de que en este camino lo importante ya no es tanto la meta que desconoces, y has tenido la paciencia de pararte en la cuneta para poder ver el valle de hierba y flores que se extiende ante tus pies, y sabes que ya no te conformarás con menos; sabiendo al mismo tiempo que es muy probable que la próxima hondonada nos lleve a un pedregal, o un lodazal, o una ciénaga. Antes, al ver la ciénaga, habrías vuelto sobre tus pasos y te habrías quedado en este valle, pero ahora quieres ver lo que hay delante, quieres seguir porque lo que hay atrás ya lo conoces, ya lo has visto, y ya lo has aprendido. Y quieres aprender más, quieres sacar todo el jugo a este camino. Entendiste que la vida es la segura incertidumbre de la niebla, no la incierta seguridad ingenua y falsa de los conceptos trillados e inflexibles, de los cimientos hechos de rígido cemento asentados sobre arenas movedizas. Y eso te llevo a saber que lo importante del camino no es la meta, si no el recorrido. Porque la meta no la conoces, no sabes si existe, pero sí el lugar en donde ahora te encuentras; porque volver sobre tus pasos es imposible; y de esta forma sólo te queda el ahora cierto y real.

- Pero, ¿por qué me trajiste por tu camino?

- Han sido tus pies los que te han traído hasta aquí, no los míos. Aunque haya parecido el mismo camino, no lo ha sido, porque mi camino había empezado antes que el tuyo y aunque a los sentidos puedan parecer exactos, la intuición nos dice que no es así, pues mi persona en este punto es distinto a la tuya, y no sólo de sentidos y de sensaciones vive el hombre. Si así fuese, nunca habríamos salido de la ciudad. Superamos lo que fuimos para ahora ser lo que somos, y superaremos aquello que somos para alcanzar lo que nos depare el camino que recorremos, que no es sino nuestro propio camino, que será aquel que te lleve hasta ti mismo y te permita estar en paz. El resto únicamente lo descubrirás al transitarlo.

Se levantaron y ya no escuché más, y se marcharon. Y al volver a mirar hacia ellos, colina arriba, vi que se habían convertido en uno solo.

Alberto Martínez Urueña 23-11-2007

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