¿Cuánto
hace que no escribís una carta a alguien? No hace falta que sea una carta
manuscrita. Y no me refiero a escribir un mensaje de texto o en algún chat de
mensajería instantánea. Hace cosa de veinticinco años, o quizá más, sí que
tenía esa costumbre. Luego, perdí la costumbre, aunque después empecé con esto
de los correos que os remito, y se parece un poco, aunque no es lo mismo.
Resulta que tengo un muy buen amigo, gran escritor, con el que mantengo una
relación epistolar desde hace años. La vida no nos permite quedar más que una o
dos veces al año, pero la cercanía con la que nos tratamos a través de las
cartas le ha convertido en una persona muy especial para mí. Además, no podría
ser de otra manera, es una persona muy interesante y con una profundidad
intelectual muy rara en los tiempos que corren. Con la capacidad de sintetizar
en un texto toda una idea de manera correcta, concreta y estructurada. De vez
en cuando, me pregunta mi opinión sobre tal o cual tema, y en una de las
últimas cartas, me hacía la siguiente pregunta, y yo le respondía…
Me preguntas por el progreso de mi país... Creo que
occidente en general está en un proceso de cambios convulsos. Hay quien opina
que el petróleo se acaba, y también el gas, y que vamos hacia otra "cosa",
otro sistema diferente. Creo que hay algo de eso. Por un lado, tenemos a mucha
gente que vive al día, con pocos ingresos y mucha inestabilidad; pero, por
otro, tenemos a mucha gente con tanta comodidad material que vive cansada de
todo, y no sabe qué hacer con su vida. Creo que estamos en un cambio de
inflexión, y te diría que quizá pueda ser positivo, pero esto es lo que ocurre
en occidente. En occidente vive menos del 10% de la población mundial. ¿Qué
pasa con el resto? Nos creemos el ombligo del mundo, un ombligo rico, con
dinero, pero quizá no lo seamos tanto. Quizá los equilibrios geoestratégicos,
pero, sobre todo, las dinámicas migratorias mundiales, nos hagan darnos cuenta
de que no somos tan ombligo.
Creo que occidente consume mucho. Muchísimo. La gente
quiere varios coches, comer hasta reventar – sobre todo, carne –, tener el
armario lleno de ropa, viajar varias veces al año, cambiar de móvil con
injustificable frecuencia... Para ello, se esfuerzan en trabajos que les
destrozan, que les convierten en algo que ya no es tanto un ser humano, y todo
por consumir cada vez más, porque si consumes eres más feliz. Y, sin embargo,
lo que consumen no les hace más felices, y la conclusión a la que llegan es que
todavía no han consumido suficiente, y entonces se angustian, se esfuerzan más
por ganar más dinero para poder consumir todavía más, y cuando consumen más,
todavía no les vale. Y se frustran, son infelices porque no pueden consumir
todo lo que quieren, pero incrementar el consumo tampoco les hace un poco – un
poquito, aunque fuese – más felices. Y la gente está desconcertada. El sistema
capitalista nos ha dicho que consumir es la llave de la felicidad, pero hay una
creciente cantidad de personas que se está dando cuenta de que hay algo de
trampa en ese mensaje. Porque nos dijeron que trabajando y esforzándonos cada
vez más conseguiríamos subir de estatus, eso implicaría consumir más, ser más
en ese escalafón que creó el sistema capitalista. Pero la gente consume y
consume y no es más feliz. De hecho, cada vez lo es menos. Nuestra sociedad ha
visto como se incrementaba el consumo de sustancias antidepresivas,
ansiolíticas, etcétera, de manera acelerada. Hay trampa. En todo esto hay algo
que no es cierto.
Y luego llegó la pandemia, y ¿sabes lo que sucedió? Que la
gente tuvo tiempo libre. No había que salir a trabajar, había que quedarse en
casa y ocupar las horas. Y lo que vislumbraron muchos de ellos no les gustó.
Eso demuestra otro de los males de occidente: necesitamos estar continuamente
haciendo cosas. Si estás continuamente haciendo cosas cumples con el mantra del
capitalismo de esforzarte al máximo para poder tener más dinero que usar en
consumir cada vez más bienes y así subir en el escalafón social. Eres un buen
ciudadano, cumples con tu papel en la sociedad. Pero, además, si ocupas todo tu
tiempo hasta el extremo, puedes permitirte el lujo de no pensar en si tu vida
va bien o va mal, en si eso es lo que quieres o tu vida es una mierda. En si te
están colando una trampa. ¿Has oído hablar de El gran abandono? La gente está
empezando a pensar que quizá merece la pena trabajar menos, ganar menos y tener
tiempo para gastarlo en otras cosas. Es decir, no tener más dinero, sino hacer
cosas que no requieren dinero, pero que satisfacen. En lugar de salir de copas,
o a cenar a un restaurante, irte a dar un paseo por un parque, o por un bosque.
Me preguntabas por la deriva de mi país. La verdad es que
la deriva de los países me queda muy grande para planteármelo. Prefiero
preocuparme por la deriva de las personas. Y, sobre todo, por la deriva de las
personas que me importáis. Algunos, como tú, sabéis disfrutar de lo bonito de
la vida. Sin embargo, a mi alrededor conozco personas que están en esa vorágine
de la que te hablaba en el párrafo anterior, y me da pena. No pueden darse un
paseo por un parque, como hago yo, y disfrutar del verde de las hojas de los
árboles, de la luz del sol filtrada entre las ramas, del crujir de la tierra
bajo la suela de mis zapatillas de deporte que suelo llevar desatadas para que
los pies vayan más libres. A veces me siento durante un par de minutos o tres y
escribo unos versos. O simplemente observo. "¿El qué?", dirás. A
veces simplemente el baile de las ramas al compás del viento. Imagino que habrá
quien piense que estoy loco. Que por qué malgasto el tiempo de esa manera. Pero
yo los veo a ellos, que se pasan días enteros sin sonreír, y sólo espero que,
alguna vez, sonrían por sí mismos. Sin necesidad de pagar por ello.
Alberto Martínez Urueña 9-09-2022
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