viernes, 18 de septiembre de 2020

Cosas que no tienen sentido

 

            Lo mires por donde lo mires, hay cosas que no tienen sentido. Eso pensaba yo hace un par de días haciendo la cama de una de las niñas, peleándome con las sábanas para conseguir que ambos lados rodeasen mínimamente el colchón y no se salieran antes de la hora de dormir. La colcha sujeta algo, pero la sábana no llega. No sé si os ha pasado algo parecido, pero es muy frustrante comprar unas sábanas de cama de noventa y que, cuando vas a ponerla, no haya manera de remeterlas adecuadamente.

            Con esto, como con otras cosas que, lo mires por donde lo mires, no hay por dónde cogerlas. No va de encontrarle una explicación: lo de la sábana seguramente sea porque el fabricante haya decidido ahorrarse cinco centímetros de tela por cada lado para poder bajar los precios o aumentarse los beneficios. Sin embargo, aunque le encuentres un razonamiento, éste no tiene el más mínimo pase: unas sábanas con las que no puedes hacer la cama no son ni mucho ni poco útiles: son, simplemente inservibles.

            Esto pasa con otras cosas, por supuesto. Llevándolo al terreno de la política, sale sólo. Y más un día como hoy en el que ha habido una supuesta sesión de control al Gobierno. Hemos podido presenciar –una vez más– como nuestros líderes políticos han entrado en una dinámica de lo más estúpida, más propia de prototípicos personajes del mundo del espectáculo que de personas serias y responsables en búsqueda de la solución a los problemas de la sociedad. No es muy desacertada la teoría que les coloca a ellos mismos como el mayor de nuestros problemas. Y ni más ni menos porque hay cosas que, las mires por donde las mires, no pueden ser.

            Esto lleva siendo así desde hace mucho tiempo, demasiado. La dinámica partidista es lógica cuando hablamos de diferentes modos de entender la estructura fiscal, o en qué sectores invertir a largo plazo, o hacia dónde encaminar los esfuerzos de I+D+i del sector público. Hay diferentes modos de entender la movilidad urbana, las infraestructuras básicas o los servicios de transporte públicos. Aquí se puede admitir que haya pensamientos, ideas y planificaciones diferentes; pero otras cosas… Es ahí donde hay que actuar ya, antes de plantear ningún otro debate. Son los dos puntos básicos sobre los que hay que construir todo lo demás y que, en la medida que no se establezcan, no nos permiten avanzar de lo básico a lo complicado. Todo debate que se produzca antes de solventar esas cuestiones nos distrae de lo fundamental.

            Estoy hablando, por supuesto, de la Educación y de la Sanidad. Después de recapacitar en profundidad, no entro siquiera en la organización básica de los tres poderes del Estado, como por ejemplo a la elección de los magistrados del Supremo, del Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial, siempre sujetos al capricho de los partidos políticos. No, antes de todo eso, un melón bien rollizo y suculento al que habría que hincarle el diente, hay que solucionar de una vez por todas los problemas básicos de la Educación y de la Sanidad, potenciarlos al máximo y que sean los pilares sobre los que construir todo lo demás. La pandemia ha dejado claras las deficiencias que ya arrastraban desde hace años. Ha puesto de manifiesto que la excelsa Sanidad Pública no lo era tanto salvo si hablamos de los profesionales que desempeñan sus trabajos en ella. Y con respecto a la Educación, para qué hablar… A los problemas previos que ya teníamos de abandono escolar, de falta de preparación y adecuación para encontrar un trabajo, de ratios elevados en clases saturadas y profesionales sobrepasados por el trabajo y defenestrados por una sociedad que no valora su desempeño, la Educación ha sido arrasada por el tsunami que ha supuesto el coronavirus.

            Para acometer esta importante tarea, sobre todo, hay que evitar engañarse. No nos hagamos trampas al solitario. Son necesarias dos medidas básicas en ambos casos –y precisamente aquí es donde empiezo a perder toda la esperanza de solución–. La primera de ellas implica abrir un proceso de consultas, de debates serios y profundos, no las bochornosas y superfluas declaraciones carentes de profundidad a las que nos tienen acostumbrados. Proceso de análisis que se debe realizar de forma efectiva, pero sin prisas, en el que participen los primeros afectados y los principales expertos; y ellos deberán ser los que marquen las directrices básicas. Hablo de médicos, enfermeros y demás profesionales de la salud; y hablo de profesores, directores de colegios y guarderías, personal de las Universidades y cualquier otro colectivo afectado.

            Y, en segundo lugar, poner la pasta. Por mucho que nos quieran vender la moto de la optimización de los recursos existentes, que, por supuesto es necesario, hace falta invertir más dinero. Para mejorar las condiciones de vida de los profesionales, para dignificar sus profesiones, y para, además, dotarles de los mejores recursos para desarrollar sus funciones. Todo lo demás, sin dinero, es cómo pretender alimentarse viendo el folleto de publicidad de un supermercado.

            Así que, como hay cosas que no pueden ser, lo mires como lo mires, hasta que no se solucione lo primordial, no pienso pasar a lo circunstancial. Del mismo modo que no voy a conseguir remeter las sábanas de la cama, no voy a ocupar mi tiempo y mis neuronas en analizar cuestiones superfluas cuando lo más importante de la estructura social española se encuentra en una sala de urgencias conectado a un respirador automático.

 

Alberto Martínez Urueña 16-09-2020

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