viernes, 18 de septiembre de 2020

Porque no se quiere

 

            Ahondando en la cuestión de mi último texto, quería dejaros un par de reflexiones concretas. Sobre todo, porque la pataleta está fetén, pero no aportar nada es poco sano. Y las aportaciones a dos sectores como el sanitario y el educativo son tan sencillos que dejan a nuestros gestores públicos en bolas, dialécticamente hablando.

            Todos sabemos que la Sanidad Pública ha sufrido un proceso de desmantelamiento progresivo en los últimos veinte o treinta años. Ha sido paulatino, poco a poco, argumentando aquello de la eficiencia y el ahorro de costes superfluos. Argumentos que están muy bien cuando se hacen con delicadeza y admitiendo la posible marcha atrás cuando ves que la cosa no funciona. Pero, sobre todo, no restando recursos e inversión para liberar dinero con el que poder acometer otras obras públicas innecesarias –y tenemos suficientes auditorios en lugares dejados de la mano de dios como ejemplo– o para contratar más asesores que nos digan cómo funciona el respaldo de la silla de la oficina. Ya no sólo restando inversión en infraestructuras que hemos visto que se caen a cachos, si no en materia de contratación de personal, tanto médicos, como enfermeros como personal de todo tipo como técnicos de laboratorio, celadores, limpiadoras… ¿Quién no conoce los casos de médicos contratados un lunes para ser despedidos el viernes, a los que se vuelve a contratar en las mismas condiciones el lunes siguiente? Todo en aras de la flexibilidad y también, como no, con la subrepticia finalidad de liberar recursos para el sector privado, que se frota las manos al poder contratar a gente por la mitad de precio y con la dignidad laboral previamente pisoteada en los hospitales públicos. Hasta eso se lo ahorran…

            Es muy sencillo: hacen falta más médicos y más enfermeros; no puede ser que ya, antes de la pandemia, la cita con el médico de cabecera pudiera demorarse cuatro o cinco días, que una operación se alargarse a los tres o cuatro meses en el mejor de los casos –según el servicio médico, a veces son más– y que, en época de gripe, los pacientes estuvieran por los pasillos. Y no puede ser que haya comunidades autónomas de distintos signos –Madrid, Aragón, Cataluña– que no hayan sido capaces de habilitar las contrataciones necesarias para afrontar la segunda ola pandémica con las mínimas dotaciones asistenciales que todos los expertos recomendaban. Cualquier excusa para no hacerlo es, castizamente dicho, cagao de lorito para no sacar los recursos de donde se encuentran. Aquí está la solución que llevan evitando tomar seis meses. Y que solucionaría las carencias previas. Si no se hace, es porque no quieren.

            Con respecto a la Educación, el tema está candente. Llevamos una semana de clase y ya estamos viendo la cascada de casos que obligan, de momento, a cerrar aulas por todo el territorio. No ha llegado ni el frío, y vemos como las toses, los dolores de garganta, las fiebres incipientes, nos llevan a tener que dejar a los niños en casa y a dejar el confinamiento de toda una clase a la espera de la confirmación o no de un positivo por Covid en niños de temprana edad. Todo lo que cualquier persona con dos dedos de frente ya sabía que iba a suceder a las primeras de cambio. ¿Qué han hecho los gestores de nuestro dinero? Estar a la expectativa desde abril para ver si, por esos azares de la vida, no era su comunidad autónoma la más afectada. Ya en aquellos tiempos se les reclamó algo tan sencillo como rebajar la ratio de alumnos por clase, a lo que acudieron prontitud… para negarse. Eso exigía contratar a más profesores y encontrar más espacios donde poder habilitar las aulas. Y claro, para eso hace falta dinero. Dinero que no quieren encontrar. Os voy a contar un secreto: sí que hay dinero, pero no tienen los cojones de ir a cogerlo. Y no estoy hablando de políticas públicas expropiatorias. Son cosas más sencillas. Más mundanas.

            Estas medidas, tanto las sanitarias como las educativas, son las medidas que se reclamaban antes de la crisis del 2008. Son las que se reclamaron después de la crisis del 2008 cuando veíamos que la situación empeoraba. Y son las que hemos de reclamar ahora. ¿Cuál es el problema? Que los diferentes Gobiernos que han sido desde hace años en España no han solucionado los problemas de fondo de nuestra economía y, además, nos han traído nuevos problemas que antes no teníamos. Además, nos han traído una situación política que no es capaz de salir del enrocamiento y de los bloqueos cruzados entre bandos irreconciliables, motivo por el que no hay nada que se pueda negociar ni consensos que se puedan alcanzar.

            ¿Por qué nuestros políticos no escuchan? Esta pregunta no tiene respuesta, lo siento. No, al menos por mi parte. Hace tiempo que comprendo que sus incentivos no pasan por solucionarnos los problemas, ellos están en otra cosa. Su principal ambición es aplastar al enemigo al más puro estilo de El señor de los Anillos, como si el enemigo fuera Sauron personificado. Por desgracia, las soluciones pasan por asumir que nuestros políticos, estos actuales, han demostrado que son unos incompetentes y que nos sobran. Les miro y veo que creen tener la razón absoluta, y se dedican a urdir intrigas palaciegas al más puro estilo Juego de Tronos. Y eso a nosotros no nos sirve.

 

Alberto Martínez Urueña 18-09-2020

 

            PD:  Pero ojo, mientras los españoles no demostremos nuestra competencia a la hora de exigir verdadero liderazgo a quien ha de materializar nuestra idea de sociedad, seguiremos dirigidos por incompetentes.

Cosas que no tienen sentido

 

            Lo mires por donde lo mires, hay cosas que no tienen sentido. Eso pensaba yo hace un par de días haciendo la cama de una de las niñas, peleándome con las sábanas para conseguir que ambos lados rodeasen mínimamente el colchón y no se salieran antes de la hora de dormir. La colcha sujeta algo, pero la sábana no llega. No sé si os ha pasado algo parecido, pero es muy frustrante comprar unas sábanas de cama de noventa y que, cuando vas a ponerla, no haya manera de remeterlas adecuadamente.

            Con esto, como con otras cosas que, lo mires por donde lo mires, no hay por dónde cogerlas. No va de encontrarle una explicación: lo de la sábana seguramente sea porque el fabricante haya decidido ahorrarse cinco centímetros de tela por cada lado para poder bajar los precios o aumentarse los beneficios. Sin embargo, aunque le encuentres un razonamiento, éste no tiene el más mínimo pase: unas sábanas con las que no puedes hacer la cama no son ni mucho ni poco útiles: son, simplemente inservibles.

            Esto pasa con otras cosas, por supuesto. Llevándolo al terreno de la política, sale sólo. Y más un día como hoy en el que ha habido una supuesta sesión de control al Gobierno. Hemos podido presenciar –una vez más– como nuestros líderes políticos han entrado en una dinámica de lo más estúpida, más propia de prototípicos personajes del mundo del espectáculo que de personas serias y responsables en búsqueda de la solución a los problemas de la sociedad. No es muy desacertada la teoría que les coloca a ellos mismos como el mayor de nuestros problemas. Y ni más ni menos porque hay cosas que, las mires por donde las mires, no pueden ser.

            Esto lleva siendo así desde hace mucho tiempo, demasiado. La dinámica partidista es lógica cuando hablamos de diferentes modos de entender la estructura fiscal, o en qué sectores invertir a largo plazo, o hacia dónde encaminar los esfuerzos de I+D+i del sector público. Hay diferentes modos de entender la movilidad urbana, las infraestructuras básicas o los servicios de transporte públicos. Aquí se puede admitir que haya pensamientos, ideas y planificaciones diferentes; pero otras cosas… Es ahí donde hay que actuar ya, antes de plantear ningún otro debate. Son los dos puntos básicos sobre los que hay que construir todo lo demás y que, en la medida que no se establezcan, no nos permiten avanzar de lo básico a lo complicado. Todo debate que se produzca antes de solventar esas cuestiones nos distrae de lo fundamental.

            Estoy hablando, por supuesto, de la Educación y de la Sanidad. Después de recapacitar en profundidad, no entro siquiera en la organización básica de los tres poderes del Estado, como por ejemplo a la elección de los magistrados del Supremo, del Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial, siempre sujetos al capricho de los partidos políticos. No, antes de todo eso, un melón bien rollizo y suculento al que habría que hincarle el diente, hay que solucionar de una vez por todas los problemas básicos de la Educación y de la Sanidad, potenciarlos al máximo y que sean los pilares sobre los que construir todo lo demás. La pandemia ha dejado claras las deficiencias que ya arrastraban desde hace años. Ha puesto de manifiesto que la excelsa Sanidad Pública no lo era tanto salvo si hablamos de los profesionales que desempeñan sus trabajos en ella. Y con respecto a la Educación, para qué hablar… A los problemas previos que ya teníamos de abandono escolar, de falta de preparación y adecuación para encontrar un trabajo, de ratios elevados en clases saturadas y profesionales sobrepasados por el trabajo y defenestrados por una sociedad que no valora su desempeño, la Educación ha sido arrasada por el tsunami que ha supuesto el coronavirus.

            Para acometer esta importante tarea, sobre todo, hay que evitar engañarse. No nos hagamos trampas al solitario. Son necesarias dos medidas básicas en ambos casos –y precisamente aquí es donde empiezo a perder toda la esperanza de solución–. La primera de ellas implica abrir un proceso de consultas, de debates serios y profundos, no las bochornosas y superfluas declaraciones carentes de profundidad a las que nos tienen acostumbrados. Proceso de análisis que se debe realizar de forma efectiva, pero sin prisas, en el que participen los primeros afectados y los principales expertos; y ellos deberán ser los que marquen las directrices básicas. Hablo de médicos, enfermeros y demás profesionales de la salud; y hablo de profesores, directores de colegios y guarderías, personal de las Universidades y cualquier otro colectivo afectado.

            Y, en segundo lugar, poner la pasta. Por mucho que nos quieran vender la moto de la optimización de los recursos existentes, que, por supuesto es necesario, hace falta invertir más dinero. Para mejorar las condiciones de vida de los profesionales, para dignificar sus profesiones, y para, además, dotarles de los mejores recursos para desarrollar sus funciones. Todo lo demás, sin dinero, es cómo pretender alimentarse viendo el folleto de publicidad de un supermercado.

            Así que, como hay cosas que no pueden ser, lo mires como lo mires, hasta que no se solucione lo primordial, no pienso pasar a lo circunstancial. Del mismo modo que no voy a conseguir remeter las sábanas de la cama, no voy a ocupar mi tiempo y mis neuronas en analizar cuestiones superfluas cuando lo más importante de la estructura social española se encuentra en una sala de urgencias conectado a un respirador automático.

 

Alberto Martínez Urueña 16-09-2020