Me asaltan al
mismo tiempo dos noticias que ejemplifican los motivos por los que el día 28 de
julio de 2020 mandé un artículo que me costó dios y ayuda concluir con una
reflexión coherente sobre lo que pensaba de la realidad actual. Si no solucionan
los problemas que arrastramos desde hace décadas, y se enzarzan en problemas
inventados, ¿por qué vamos a confiarles la gestión de lo público? Es más, si ni
tan siquiera hacen por ponerse a solucionarlos de manera decidida, ¿por qué
vamos a pensar que están poniéndose a solucionar los que ahora tenemos? No me
cogerán vivo en ésta.
La primera de
las noticias es una bronca en el hemiciclo, hoy mismo, debido a que el PSOE se
ha saltado las normas de no acudir más del 50% de diputados y de respetar la
distancia de seguridad. Y todo para aumentar los decibelios de los aplausos a
su líder todo poderoso y bienamado. Normas elaboradas por el hemiciclo a
propuesta del Gobierno vulneradas en el hemiciclo por el partido del Gobierno. Maravilloso
equilibrismo. Por supuesto, la tabernera pepera Cayetana no ha tardado en
apoyar el codo en la barra de Twitter para denunciar con su ruda voz y sus
rudos modos tal infamia. Olvidando que es algo que su grupo parlamentario hace
cada vez que le sale del arco del triunfo parlamentario. Resumiendo, para que
le quede meridianamente claro al lector: gastándose nuestro dinero pagado en
impuestos o en deuda pública en debatir cuál es el sexo de los ángeles.
Por otro
lado, la segunda noticia es de ayer. Al parecer, Moreno-Bonilla, felizmente
casado de manera oficial con Ciudadanos y oficiosamente con VOX para poder ser
presidente de la Junta de Andalucía –queridos niños, hay que aprender a leer
cuidadosamente el contexto para evitar que Pablo y Santi nos cuelen sus
añagazas– ha declarado que el botellón es una actividad insalubre y peligrosa,
para prohibirlo en su totalidad –hoy por la tarde, se han subido al carro otras
Comunidades Autónomas, imagino que al olor de las feromonas del éxito–. Y me
quedado como las vacas viendo pasar el tren: ¿el consumo compulsivo de alcohol
ya no era un actividad insalubre y peligrosa antes de la pandemia por motivos
diferentes al mantenimiento de la distancia de seguridad? Es más, ¿no se supone
que beber en la vía pública ya estaba prohibido? Seguramente no, es una
normativa municipal, o autonómica o diputacional o clerical, o la madre que
parió a la administración territorial española.
El tema del
botellón es una cuestión que lleva en la palestra española desde hace lustros:
esto es, la correlación que existe entre ocio de los jóvenes y el consumo
abusivo de alcohol. Los datos de la Delegación del Gobierno sobre la
drogadicción, así como de diferentes asociaciones relacionadas con el tema,
llevan poniendo de manifiesto realidades tales como que los jóvenes se inician
en el alcohol a una edad en la que el mínimo consumo ya es inadmisible: con
trece años. Considerando, además, que su consumo está prohibido hasta los
dieciocho. Y yo digo: si se conocen los efectos perniciosos del alcohol, ¿por
qué se permite, en la práctica, su consumo entre los menores de edad? Sólo hay
uno: los productores y distribuidores de bebidas alcohólicas verían disminuir
sus ventas.
Ahora, con la
pandemia, hay quien se hace la picha un lío dándole vueltas a cuál de todos los
políticos vela mejor por la salud pública antes que por la economía. Y viendo
la actitud de esos políticos con respecto a la pandemia, o con respecto a esos
aspectos básicos de los que he hablado en este texto o en el anterior, lo de esos
ciudadanos no tiene un pase. Hablo del botellón de los jóvenes que no se ha
querido solucionar durante años, manteniendo ese falso equilibrio entre
libertad individual, salud pública y economía, pero podríamos hablar de otras
cuestiones relevantes como la contaminación acústica en las zonas de ocio
nocturno –eufemismo para hablar de bares abiertos hasta las cinco de la mañana
con sus clientes dando berridos a las puertas– o la sobreexplotación turística
de las costas españolas –pensemos por un momento en el Mar Menor, dentro de
poco convertido en el Mar Muerto–. Detrás de todas ellas encontraréis el mismo
denominador común: empresarios de sector reclamando sus derechos a hacer
negocio, irresponsables por supuesto, de las consecuencias de los mismos. Ellos
no son responsables de que de sus botellas acaben en manos de niños de trece
años, edad a la que nuestros hijos empiezan a consumir un veneno que les altera
la estructura cerebral para convertirles en enfermos. Y a lo mejor ese
empresario, esa bodega, o esa productora de licores tiene razón; por lo tanto,
los responsables de evitarlo deberían ser los poderes públicos. Nuestros
políticos. Esos señores con traje elegante e incapaces de hacer mínimamente
honorable el cargo que ocupan. ¿Cómo van a poner a policías en los parques de
manera sistemática para perseguir una actividad ilegal? ¿Cómo van a usar su
potestad sancionadora para cascarles 600 euros a los adultos que beban en
lugares no permitidos? ¿Cómo van a meterle un rejonazo de 1.500 euros al padre
cuyo hijo menor de edad esté en la vía pública bebiendo, o ya borracho y
semiinconsciente?
No esperéis
que esta ralea de incompetentes estén trabajando en solucionarnos los
problemas: están esperando a que aparezca la siguiente noticia para soltar un
zasca en redes sociales y meter bajo la alfombra lo que está sucediendo hoy, 29
de julio de 2020. Así, sucesivamente, sin solución de continuidad.
Alberto Martínez Urueña 29-07-2020
PD.: Cuando llegue el momento, aunque me diréis que estáis de
acuerdo, seguiréis votándoles. Y sólo por el miedo a que salgan los otros, los
que no son de vuestra supuesta cuerda ideológica.
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