Resulta
complicado escribir de algo que no sea el coronavirus; pero, al mismo tiempo,
resulta complicado hacerlo. Tenemos a todos los medios de comunicación ocupados
en ello, tanto hablando directamente de ello como intentando darnos un rato de
evasión entretenida que indirectamente nos lo recuerda. Además, considerando el
tiempo que pasamos con el móvil, podemos añadir a todas esas redes sociales
infestadas de mensajes al respecto, desde los apocalípticos, los conspirativos,
los humorísticos, los críticos, los funestamente negativos… Y eso sin entrar en
las noticias falsas, de las que deberíamos cuidarnos mucho. Todas ellas cubren
tan amplio espectro que es probable que todo haya sido dicho ya y sólo estemos
repitiéndonos. Si miramos el aspecto económico de todo esto nos puede dar un
chungo porque las cosas están bien complicadas. La incertidumbre es el
principal enemigo de los mercados financieros. El miedo al futuro. Y en una
economía como la que impera en occidente desde hace lustros, sostenida en la
refinanciación de productos y derivados, si se empiezan a caer los valores que
sustentan el castillo de naipes, todo se va al cuerno. Es lo que, básicamente, pasó
hace diez años y ya sabéis como acabó todo.
Además, ha
sido la propia economía la que ha conseguido que el virus se expanda como lo ha
hecho, sin lugar a dudas. Hay una tautología innegable: parar la economía
significa parar la vida social, por eso ha costado tanto tomar las medidas
draconianas en las que estamos ahora mismo. Y, seguramente, por eso no se han
podido tomar antes. Pensadlo: si al comenzar esta epidemia en China se hubieran
cerrado las fronteras y nos hubieran metido en nuestras casas, lo más fino que
se habría llevado el Gobierno habrían sido las columnas de opinión de los
periodistas de ideología contraria. Si por cosas más sencillas oímos a los
políticos utilizar las mismas estructuras semánticas que a cualquier tabernero
del siglo dieciocho, suponeos qué se habría escuchado en la Carrera de San
Jerónimo al paralizar toda la actividad productiva no imprescindible del país.
Por desgracia, tomar esas medidas sólo han sido posibles cuando el miedo se ha
instalado en el pecho de los ciudadanos. E incluso en esas circunstancias,
hemos visto como los aficionados del Atlético de Madrid se metieron todos
hacinados en el estadio de fútbol del Liverpool. O como ciudadanos italianos de
Bérgamo, ciudad de la Lombardía, se vinieron a Valencia hace justo una semana.
¿Estupidez?
¿Negligencia? ¿Irresponsabilidad? No lo sé, pero ¿de quién? ¿De los aficionados
o de los políticos? En realidad, ¿necesitamos que nos digan lo que tenemos que
hacer o somos personas versadas? Son muchas preguntas las que surgen, sin duda.
No todo es tan sencillo como parece en un hilo de FaceBook. No lo es, salvo
cuando lo valoras a toro pasado y yo no tengo la respuesta, sólo alguna opinión
quizá demasiado tangencial.
Resulta
complicado escribir de algo que no sea el coronavirus, no obstante. Es
prácticamente lo único que ocupa nuestra cabeza en estos momentos,
condicionando las veinticuatro horas del día de una forma u otra. No obstante,
se puede decir que la inmensa mayoría del mundo –no conozco la realidad
africana– está ocupada en una misma cosa, un mismo pensamiento, un mismo
objetivo, y eso no había sucedido desde hacía mucho tiempo. Quizá ni siquiera
había sucedido en la historia del ser humano. No deja de resultar, en cierto
modo, descorazonador que haya tenido que ser algo tan luctuoso lo que consiga
unir nuestras mentes humanas en un único objetivo. Sin embargo, como le
comentaba a mi amigo irlandés, soy un optimista compulsivo, y creo que el hecho
de estar unidos por un mismo pensamiento y un único objetivo nos puede enseñar
cosas que antes desconocíamos. Hay que estar atento a las posibles lecciones
que nos lleguen. No es mal momento para recapacitar sobre todas esas cosas que
antes considerábamos básicas y por las que sufríamos y que, en circunstancias
como éstas, nos enseñan que pueden ser interesantes, pero no imprescindibles.
No pasa nada por darle vueltas a dónde pasar las vacaciones, qué reforma
quieres hacer de tu casa o a qué restaurante te apetece salir el fin de semana.
Los seres humanos necesitamos momentos de esparcimiento, de disfrute. Una
cierta dosis de hedonismo.
Sin embargo,
tenemos que entender una cuestión muy simple: hay muy poquitas cosas básicas
que deban ser las que nos roben el aliento y nos produzcan angustia real. Todo
lo demás es igual de tangencial que preocuparnos en estos momentos de quién ha
tenido la culpa de que hubiera grandes concentraciones de personas cuando en
China ya estaba en pleno apogeo la pandemia. Ahora que hemos de planificar qué
hay en la despensa, que nos preocupamos por no tirar basura el más mínimo resto
de comida, que procuramos guardar unas medidas de higiene básicas y que no
podemos ver a nuestras personas más queridas, tenemos que analizar cuáles son
las cosas que nos hacen simplemente disfrutar –algo muy importante– y cuales
son aquellas por las que deberíamos perder el sueño. Por suerte, nos va a
sobrar tiempo para hacerlo en los próximos días.
Alberto Martínez Urueña
17-03-2020
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