Lo siento en
el alma por mandar dos textos en tan corto espacio de tiempo, pero como
últimamente he mandado muy pocos, me veo un poco perdonado. Iba a contaros la
mala leche que se me puso ayer por la noche cuando escuche las noticias y las
declaraciones de Pablo Casado y Pedro Sánchez al respecto de la reunión que habían
mantenido y en la que habían vuelto a poner de manifiesto su falta de acuerdo.
Eso, con educación. A mí, en la cabeza se me repetía una y otra vez que habían
puesto de manifiesto otra cosa diferente, y me debatía entre dos opciones.
La primera
cosa que podían haber puesto de manifiesto es su absoluta incompetencia para
alcanzar unos mínimos logros en su trabajo, que no deja de ser, ni más ni menos
que alcanzar acuerdos para algo tan básico como el funcionamiento normal de las
instituciones de nuestro Estado de Derecho. El Consejo General del Poder
Judicial debería haber sido renovado en dos mil dieciocho, pero estos dos
pagafantas todavía no han encontrado la manera de llevarlo a cabo. Podrían haber
planteado un porcentaje de miembros para cada uno, aunque fuera en función del número
de gilipolleces que se atreven a vomitar en las redes sociales. Pero no llegan
ni a eso.
La segunda
cosa que podían haber puesto de manifiesto es que sus diferencias personales o
doctrinales o ideológicas están por encima de los intereses generales de los
ciudadanos. No podemos esperar que Pablo Casado y Pedro Sánchez se pongan de
acuerdo en cuestiones relativas a la economía, a la estructura impositiva o a
qué hacer con la enseñanza religiosa en España. El primero es un redomado
neofascista incapaz de dialogar ni con su sombra y el segundo es un versado chaquetero
capaz de dialogar con quien ya ha dicho que lo único que le interesa es
saltarse la ley una vez más, y las que hagan falta. Y hablo de ellos, no de sus
votantes, y lo digo antes de que nadie se me ponga bravo en Internet: he
criticado a dos políticos no a vuestras madres. Que lo traguen estos en los
sorbos que les toque.
En cualquiera
de los dos casos, lo que obtenemos nosotros, esos a los que deberían garantizar
el derecho a una justicia óptima, es un sistema judicial arcaico, decimonono,
inspirado en los principios de Fernando séptimo como poco y que funciona con recursos
digitales de hace treinta años. Cuando funcionan…
Iba a
explayarme un poco más en esto, pero en esta España que funciona a pesar de nuestros políticos sería
volver a hablar de lo que todos sabemos. Aunque luego actuemos como los
aficionados al fútbol de un equipo de alevines: siempre dispuestos a ir a la
guerra contra el árbitro y contra los contrarios, aunque el primero tenga dieciséis
años y le hagan perder la fe en el ser humano y los segundos tengan diez y puedan
irse su casa con la cara llena de lágrimas. O con el corazón lleno de odio.
Esto es lo
que se consigue cuando las cosas se llevan al terreno personal, por cierto.
Esto es lo que ganamos cuando hablamos de quien opina diferente en términos de
neofacha o de chaquetero, de egoísta y ladrón o de traidor y vendepatrias. Pero
también cuando consideramos que nuestra razón es la única y pensamos que
dialogando no se va a arreglar nada o creemos que aplicar la ley a quien
delinque es contraproducente. Los huérfanos de ideología vemos con estupor como
la sociedad se organiza de manera inconsciente en dos grupos que se yuxtaponen
el uno junto al otro con una frontera completamente impermeable completamente
inconscientes, no ya solo del verdadero significado de las palabras que
utilizan, sino del estado de ánimo que provocan en la gente.
Como hace
tiempo que me negué a echar leña al fuego cuando me doy cuenta de que puedo
hacerlo y decidí hacerme responsable de mis palabras y de mis textos, me decido
conscientemente por la primera de las anteriores opciones, la de la
incompetencia. La falta de aptitud para desarrollar una función no hace
demasiado culpable a nadie y, además, abre la puerta a que pueda llegar otros
que tengan las suficientes luces como para ejercer de verdaderos líderes. Unos líderes
que ejerzan como tales; es decir, que sirvan de verdadero ejemplo al resto de
la ciudadanía para que ésta vea que puedes sentarte con un rival ideológico sin
tener que sacártela del pantalón para ver quien mea más lejos.
Sí, considero
a nuestros líderes unos incompetentes, deberían darse cuenta de que son unos
completos ignorantes incapaces de comprender el terrible daño que le hacen a
nuestra sociedad –también es la suya– al actuar como dos mandriles metidos en
la misma jaula. Nosotros, los ciudadanos, podemos elegir entre seguir haciendo
caso a esta bronca de taberna en la que se han instalado desde hace meses, o
años, o exigirles, al menos, que sepan comportarse con la honorabilidad del
cargo que ocupan. Esto va de oferta y de demanda, y aquí nosotros formamos
parte de la segunda, con todas las obligaciones y responsabilidades que ello
implica. No exijamos lo que no estamos dispuestos a cumplir.
Alberto Martínez Urueña
18-02-2020