martes, 18 de febrero de 2020

Dos opciones


            Lo siento en el alma por mandar dos textos en tan corto espacio de tiempo, pero como últimamente he mandado muy pocos, me veo un poco perdonado. Iba a contaros la mala leche que se me puso ayer por la noche cuando escuche las noticias y las declaraciones de Pablo Casado y Pedro Sánchez al respecto de la reunión que habían mantenido y en la que habían vuelto a poner de manifiesto su falta de acuerdo. Eso, con educación. A mí, en la cabeza se me repetía una y otra vez que habían puesto de manifiesto otra cosa diferente, y me debatía entre dos opciones.
            La primera cosa que podían haber puesto de manifiesto es su absoluta incompetencia para alcanzar unos mínimos logros en su trabajo, que no deja de ser, ni más ni menos que alcanzar acuerdos para algo tan básico como el funcionamiento normal de las instituciones de nuestro Estado de Derecho. El Consejo General del Poder Judicial debería haber sido renovado en dos mil dieciocho, pero estos dos pagafantas todavía no han encontrado la manera de llevarlo a cabo. Podrían haber planteado un porcentaje de miembros para cada uno, aunque fuera en función del número de gilipolleces que se atreven a vomitar en las redes sociales. Pero no llegan ni a eso.
            La segunda cosa que podían haber puesto de manifiesto es que sus diferencias personales o doctrinales o ideológicas están por encima de los intereses generales de los ciudadanos. No podemos esperar que Pablo Casado y Pedro Sánchez se pongan de acuerdo en cuestiones relativas a la economía, a la estructura impositiva o a qué hacer con la enseñanza religiosa en España. El primero es un redomado neofascista incapaz de dialogar ni con su sombra y el segundo es un versado chaquetero capaz de dialogar con quien ya ha dicho que lo único que le interesa es saltarse la ley una vez más, y las que hagan falta. Y hablo de ellos, no de sus votantes, y lo digo antes de que nadie se me ponga bravo en Internet: he criticado a dos políticos no a vuestras madres. Que lo traguen estos en los sorbos que les toque.
            En cualquiera de los dos casos, lo que obtenemos nosotros, esos a los que deberían garantizar el derecho a una justicia óptima, es un sistema judicial arcaico, decimonono, inspirado en los principios de Fernando séptimo como poco y que funciona con recursos digitales de hace treinta años. Cuando funcionan…
            Iba a explayarme un poco más en esto, pero en esta España que funciona a pesar de nuestros políticos sería volver a hablar de lo que todos sabemos. Aunque luego actuemos como los aficionados al fútbol de un equipo de alevines: siempre dispuestos a ir a la guerra contra el árbitro y contra los contrarios, aunque el primero tenga dieciséis años y le hagan perder la fe en el ser humano y los segundos tengan diez y puedan irse su casa con la cara llena de lágrimas. O con el corazón lleno de odio.
            Esto es lo que se consigue cuando las cosas se llevan al terreno personal, por cierto. Esto es lo que ganamos cuando hablamos de quien opina diferente en términos de neofacha o de chaquetero, de egoísta y ladrón o de traidor y vendepatrias. Pero también cuando consideramos que nuestra razón es la única y pensamos que dialogando no se va a arreglar nada o creemos que aplicar la ley a quien delinque es contraproducente. Los huérfanos de ideología vemos con estupor como la sociedad se organiza de manera inconsciente en dos grupos que se yuxtaponen el uno junto al otro con una frontera completamente impermeable completamente inconscientes, no ya solo del verdadero significado de las palabras que utilizan, sino del estado de ánimo que provocan en la gente.
            Como hace tiempo que me negué a echar leña al fuego cuando me doy cuenta de que puedo hacerlo y decidí hacerme responsable de mis palabras y de mis textos, me decido conscientemente por la primera de las anteriores opciones, la de la incompetencia. La falta de aptitud para desarrollar una función no hace demasiado culpable a nadie y, además, abre la puerta a que pueda llegar otros que tengan las suficientes luces como para ejercer de verdaderos líderes. Unos líderes que ejerzan como tales; es decir, que sirvan de verdadero ejemplo al resto de la ciudadanía para que ésta vea que puedes sentarte con un rival ideológico sin tener que sacártela del pantalón para ver quien mea más lejos.
            Sí, considero a nuestros líderes unos incompetentes, deberían darse cuenta de que son unos completos ignorantes incapaces de comprender el terrible daño que le hacen a nuestra sociedad –también es la suya– al actuar como dos mandriles metidos en la misma jaula. Nosotros, los ciudadanos, podemos elegir entre seguir haciendo caso a esta bronca de taberna en la que se han instalado desde hace meses, o años, o exigirles, al menos, que sepan comportarse con la honorabilidad del cargo que ocupan. Esto va de oferta y de demanda, y aquí nosotros formamos parte de la segunda, con todas las obligaciones y responsabilidades que ello implica. No exijamos lo que no estamos dispuestos a cumplir.

Alberto Martínez Urueña 18-02-2020

lunes, 17 de febrero de 2020

¡¡¡A examinarsusss to quisque!!!


            Me desayunaba hace unas horas con la noticia dominical –los domingos no deben de dar para mucho más que para el fútbol y las gilipolleces– de que VOX se la había vuelto a sacar con una nueva majadería en su carrera de copar los titulares de este cenagal llamado política: hacer pruebas de nivel a los españoles para garantizar que cumplimos con nuestra obligación de conocer el castellano.
            Imagino que a más de uno de sus voceros les parecerá estupenda la ocurrencia, que siempre hay gente dispuesta a aplaudir soplapolleces. A mí no me preocupa demasiado porque creo que sería capaz de pasar el corte, pero le veo alguna pega: ¿os acordáis de los mozárabes? Bueno, pues cuenta la leyenda que algunos de ellos fingieron ser cristianos, pero que, en la intimidad, seguían celebrando sus ritos religiosos. Imaginaos un catalán al que le dices que si no pasa un examen de castellano le vas a sacudir mil euros de receta. Seguro que más de uno, porque gilipollas hay en todos sitios, automáticamente pediría el datafono, pero, claro, habrá quien apruebe el examen con sobresaliente y luego salga a la calle a hacer lo que salga del haba, ahorrándose la multa.
            Me imagino, por otro lado, que más de uno os habréis dado cuenta de que, aunque hagas pasar un examen de castellano a un catalán más independentista que Torra, no puedes prohibirle que luego él hable en el idioma que le salga del orto. Y es que, nuestro querido Santi, aunque no lo sepa, a pesar de ser tan constitucionalista, las lenguas que él aborrece como si fueran el idioma en el que está escrito el Necronomicon, son cooficiales por el artículo 3 y, además, están protegidas en el preámbulo. Pero ya sabemos que, para Santi, la Constitución con la que se llena hipócritamente la boca es como irse de vacaciones a un hotel con buffet libre.
            Y todo esto tiene otro problema añadido: ¿qué hacemos con los infiltrados? Es decir, con esa gente que pase el examen, pero luego quiera seguir hablando en catalán y, además, oprobio, tener ideas independentistas. Digo esto porque en la Edad Media tuvieron a la Santa Inquisición para deshacerse de los infieles, pero en pleno siglo veintiuno, el uso del potro está mal visto. Y, además, a pesar de quemar herejes en vía pública, es bien sabido que hubo algunos que se escaparon al fuego eterno. Si no, en Europa, no habría ni luteranos, ni hugonotes ni calvinistas.
            Además, esto es un arma de doble filo. Como no puedes imponer ese examen sólo en Cataluña y el País Vasco… Perdón, y en Galicia, en Valencia, en Baleares y en Navarra, vas a tener que hacerlo en el resto del país. Imagino que más de uno habreis oído hablar a algún votante de VOX que, alardeando de tener más cojones que nadie para demostrarse como el facha que es, le habrá pegado dos buenas hostias por frase al diccionario. Con esto, Santi corre el riesgo de cascarle mil euros de multa a muchos de los suyos que, como en todo colectivo, les habrá que no sepan hacer la O con un canuto. Así que como para juntar sujeto y predicado anudados en un verbo… Ni de coña.
            Otro problema que vamos a tener es con los ciudadanos que hayan aprendido malamente a escribir, y lo hayan hecho de oídas. ¿Os imagináis las construcciones gramaticales y semánticas de alguien de la Andalucía, Murcia o Extremadura profundas? Todos esos pueden ir aflojando la cartera porque hablan fatal y a lo mejor escriben como suena.
            De hecho, no nos libramos ni los de Valladolid, porque como bien me recordó un amigo de Soria, tenemos serios problemas con el leísmo, el laísmo y el loísmo. Ni te digo ya para identificar y distinguir el complemento directo del indirecto. Amigos vallisoletanos, reservad mil euros anuales: lo que os va a costar no pasar el examen que nos va a poner Santi. Eso, o poneos a estudiar desde ya cuando salgáis de la oficina, entre ayudar con los deberes de matemáticas y preparar la merienda del día siguiente.
            Aunque bien pensado, esto tiene un punto bueno para un rojeras como el que os escribe. Con la ingente cantidad de analfabestias que campan por los berzales españoles, y las sanciones que, en muchos casos, habrá que cobrar con recargo, vamos a solucionar de un plumazo el problema de las pensiones, de la inversión en I+D y la falta de infraestructuras de la España vaciada. Lo siento por los votantes de VOX que se tragaran su argumentario neoliberal, pero, con las ganas que vienen de sancionar a todo quisque que no pase sus baremos de españolismo, van a recibir aplausos hasta de Maduro.

Alberto Martínez Urueña 17-02-2020

viernes, 14 de febrero de 2020

Extremadamente colorido


            Si os habéis asomado a la actualidad en los últimos días, os habréis encontrado con noticias de todo tipo. Las más resultonas vienen a ser las que protagonizan los hooligans de las Cortes Generales, ya sean de un lado o de otro, lanzándose excrementos verbales al más puro estilo de comedor de colegio. Hablan de Cataluña, de Venezuela o de que la abuela fuma. Luego, si os movéis por círculos mediáticos más heterodoxos, sabréis que en España hay problemas de los de verdad. Están los importantes a nivel global, no las tonterías con las que nos inflaman los ánimos esos pirómanos y que a lo único que amenazan es a nuestro ego. Hablo de esas que nos pueden machacar de lo lindo, y no tardando: el medioambiente y el cambio climático, la contaminación de todo tipo, los problemas migratorios derivados de las crisis climáticas o bélicas, el envejecimiento, las superbacterias…
            Y dentro de las reales, también tenemos las que nos afectan en el día a día. La luz ha subido un ochenta y cinco por ciento en los últimos quince años. Esto, al margen de que exista el argumento de que “eso es el mercado, amigo”, se puede explicar desde el punto de vista de que, en realidad, en España no hay un mercado energético que funcione aproximadamente como uno competitivo, sino oligopolístico. Estamos en la terna de precios más caros de Europa y ni se hace nada para evitarlo, ni tampoco se hizo en su momento, ni tiene visos de que vaya a solucionarse.
            Pasa exactamente igual con el mercado de los combustibles, en donde las alzas del precio del petróleo se trasladan automáticamente al precio, mientras que los descensos, ya si eso, para más adelante. La razón viene determinada por un mercado de oligopolio dentro de nuestro territorio, igual que el anterior, teniendo ambas una característica común, y es que su elasticidad precio-demanda es muy baja. Es decir, que da igual que el precio que tengan, que si sube el precio, te va a costar un huevo y parte del otro reducir su consumo. Eso de los oligopolios en sectores estratégicos está muy mal visto en la Unión Europea, pero aquí en España, esas empresas consiguen dos cosas: perder la vergüenza de montarse un oligopolio y políticos que regulan a su favor y a los que contratan cuando salen del Consejo de Ministros. Combo perfecto.
            Otra noticia que vemos con una cierta recurrencia es la evolución de los precios de la vivienda en España. En un afán masoquista totalmente descontrolado por mi parte, se me ha ocurrido buscar datos por internet así, a capón y sin chaleco antibalas. Y he de decir que el gobierno debería contraindicarlo en medios de comunicación de amplio alcance y concluir con lo de “Ministerio de Sanidad, Gobierno de España” con un locutor de voz grave. Hoy nos dicen que los precios de la vivienda han subido un cinco por ciento y nos parece poco porque claro, cinco es un número pequeño y, además, simpático pues te permite hacer rimas graciosas. Pero, sobre todo, porque a principios de siglo, tenemos incrementos cercanos al treinta por ciento por ciento. Si buceamos en los anales históricos de los años ochenta, vemos que, a mediados de década, el precio rondaba los trescientos cincuenta euros por metro cuadrado mientras que en dos mil siete casi alcanzamos los dos mil novecientos euros. El incremento en esos veintidós años es de casi el mil por ciento. El salario anual medio en España en mil novecientos ochenta y cinco era de seiscientos doce euros, y en dos mil diecisiete vienen a ser, netos, unos mil quinientos euros. Tenemos un incremento de los salarios netos en España que no llega al doscientos cincuenta por ciento.
            ¿Veis el dónde está el quid de la cuestión?
            Aquí hay un problema, ¿no? Ves cómo han subido los salarios, lo comparas con los precios de mercados básicos y no admite ningún tipo de debate. Da igual lo que hayas visto en tu micromundo, da igual si ves que los precios de las viviendas aumentan y aun así todavía no tenemos grandes masas poblacionales viviendo en la puta calle. Da igual si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. La cuestión básica es que los fríos datos dicen que somos más pobres, que tenemos menos margen de maniobra y que esto no tiene visos de mejorar. Esto hay a quien le parece bien, hay a quienes nos parece mal y hay a quien se la suda por completo porque gana más de cien mil al año y no se preocupa del resto (hay quien gana más y sí que lo hace, ojo). Hay de todo. Pero más allá de estas cuestiones, y utilizando las herramientas que me dio estudiar una Licenciatura de Economía y el gusto por la temática, una sociedad que no puede ahorrar es una sociedad comparativamente peor situada que otras que sí que lo hacen. Es una sociedad que no puede crear puestos de trabajo, que no puede invertir y que resiste cada vez peor los problemas sociales derivadas de una población cada vez más tensionada. Es una sociedad incapaz de crear riqueza y consumo, y la excusa de que los bares siguen llenos no vale, porque la caña cuesta dos euros.
            Esto sí que es capaz de romper un país: no pone fronteras físicas, pero crea diferentes tipos de ciudadanos que, por un mecanismo injusto, tienen menos derechos que otros. Y antes de que nadie se me soliviante, todavía no he dicho que haya responsables, eso sería otro debate con otras consecuencias. Aquí lo único que he hecho es plantear una fotografía para decir que sí, es cierto, el mundo está peor que en los ochenta. Ahora, vendrán sesudos tertulianos a explicarnos cómo se hace la o con un canuto y a enfrentarnos los unos con los otros porque yo lo hago de una manera y tú de otra, pero no hace falta ser muy listo para explicarse el porqué del auge de los colores extremos en los parlamentos nacionales que hemos visto en los últimos años.

Alberto Martínez Urueña 14-02-2020