No es que me
haya vuelto más caótico, o más anárquico. Quien me conoce sabe que esas son dos
de mis principales características. Tampoco es que la actualidad, o la
política, o ambas al mismo tiempo hayan conseguido aburrirme. La actualidad no
me aburre, me aburren quienes deberían estar planteando soluciones a los
problemas en lugar de estar encastrados en mostrar sus diferencias y sus
divergentes puntos de vista. A mí no me interesa saber en qué se diferencian,
la verdad. O más bien, ya conozco desde todas las perspectivas posibles sus
diferencias: lo que me gustaría es conocer cuáles son los puntos comunes.
Porque, en caso de que estos no existan, los que sí que estaremos bien jodidos
somos los ciudadanos: es la única manera de construir un país para todos.
Pero no
pretendo seguir con análisis sesudos sobre lo que esto significa la tarea de
estos cantamañanas que deberían liderar a la nación. Lo que me ha sacado de mi
letargo literario ha sido la posibilidad de hablar de algo diferente al tema de
Cataluña y, además, que me permite hablar de economía. Hablo de un reciente informe
en el que se destaca que el número de ricos, perdón, de millonarios –en
dólares– que hay en España se ha multiplicado por 5,7 en los últimos diez años.
Ya sabéis, durante la crisis económica. Son 979.000 personas adultas, más o
menos, que acumulan entre todos el 47,19% de la riqueza financiera nacional.
Según vas subiendo en riqueza, el tema se va acumulando más y más. Hasta aquí,
la descripción de los hechos. Por cierto, y antes de que se me olvide, el
informe ha sido emitido por el banco Credit Suisse. Hago hincapié en la autoría
del informe porque si escribo que el autor es Oxfam Intermon, Ayuda en Acción,
Save the children, o incluso Cáritas, se me va a acusar de rojerío por darles
voz y a ellos se les acusaría de ser parciales, interesados y tendenciosos. Los
datos utilizados han salido, por ejemplo, del Banco de España; es decir, tienen
ciertos visos de credibilidad cuando los elaboran sus técnicos y no sus
directivos.
Estos son los
hechos, como digo. Otro dato interesante del informe nos dice que la riqueza
española ha pasado de 431.293 millones de euros del año 2000 a 2,37 billones
del año 2019. Son más hechos. Podemos cuestionar la metodología para
obtenerlos, pero si han mantenido una mínima homogeneidad a la hora de
elaborarlos, podemos considerarlos, al menos, algo acercados a la realidad
objetiva.
Una vez que
tenemos los datos, ahora hay que decidir qué hacemos con esto. Qué
consecuencias tiene una acumulación de este tipo. Qué puede significar, dicho
de manera más o menos llana, el incremento de riqueza. Qué podemos sacar de
este informe para las cuestiones que nos interesan: elegir modelo de país,
modelo económico, estructura fiscal, etcétera. Suelen decirnos que no hay
demasiado margen de acción –ojo, estos datos son los oficiales, aquí no hablan
sobre economía sumergida, evasión y elusión de impuestos, desvíos de fondos,
paraísos fiscales…, lo que nos daría para otro debate superior–, pero podemos
volvernos populistas y hablar de esas cosas sobre las que nuestros partidos
políticos serenos, sensatos, centrados, centristas y responsables sólo hablan
cuando se sientan en una mesa redonda y, con cara de circunstancias, reconocen
con la boca pequeña ciertas cositas. Como esta semana, que Juncker ha
reconocido que la UE se pasó por el forro la dignidad a toda la población
griega, sus instituciones y sus intereses. Ojo, no ha dicho que vayan a hacer
nada al respecto, pero está muy bien eso de reconocer que has puteado a conciencia.
Y que a lo mejor lo sigues haciendo…
Ahora, haced
un ejercicio de introspectiva interesante: juntad estos datos que os he dado
con el problema de las pensiones, la Sanidad y la Educación públicas, el
déficit de inversión en I+D+i y al mismo tiempo analizarlo con la sucesiva
bajada de los tipos de gravamen que han experimentado las rentas del capital,
los tipos efectivos de impuestos como el de las grandes empresas junto con la
existencia de figuras como las SICAV, y unidlo ahora con las promesas de bajadas
de impuestos a las rentas altas, la supresión de impuestos como el de
patrimonio y sucesiones y donaciones –que en la práctica solo pagaban
sustancialmente los más ricos– y con los sueldos y condiciones laborales cada
vez más precarizados. A mí personalmente, me sale un chicharro bastante
complicado de tragar.
Pero lo más
complicado de tragar de todo esto es ver cómo personas que no están incluidas
entre esas 979.000 personas adultas defienden que los privilegios fiscales de éstos
se mantengan o incluso se incrementen, sabiendo que ellos saldrán perjudicados
como siempre ha sucedido: los esfuerzos fiscales se los tragan los de la clase
media, que cada vez es más pobre. Sí, sí, personas que no ganan más de cien mil
euros al año están en contra de que les suban los impuestos a los que se calzan
quinientos mil, o un millón, y esto es algo que no comprendo. Porque entiendo
perfectamente que esos 979.000 adultos defiendan sus derechos, pero que la
defensa se la demos hecha los de abajo es algo incomestible.
Alberto Martínez Urueña
24-10-2019
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