Me recordaba
un buen amigo de la oficina, compañero de carreras, que hacía tiempo que no
escribía mi columna. Y es cierto. La idea era modificar un poco los conceptos y
la trayectoria, intentar cambiar las temáticas y los tonos, y dejar ver de
forma clara las ideas fundamentales que intento aplicar en cada momento. Son
dos muy básicas, pero muy sencillas: la primera supone la negativa a cualquier
tipo de violencia en cualquier caso, salvo cuando sea para evitar males mayores
y siempre midiendo para que esa violencia sea la imprescindible; la segunda
implica el respeto absoluto a cualquier ser humano bajo cualquier situación,
pero aprendiendo a diferenciar el ser humano de las ideas que defiende: no creo
que cualquier idea sea respetable, eso es imposible y rompería la premisa
inicial de respetar a cualquier ser humano.
Llevo todas
estas semanas sin practicar esto de lanzaros mi opinión a bocajarro porque en realidad
hay muy poco que aportar si miramos la actualidad inmediata. La actualidad era
interesante cuando había esquinas que doblar, vericuetos que explorar, laberintos
en los que perderse y a los que estudiar… Las noticias que tenemos en los
últimos tiempos son de una claridad tan borrega que no permiten ningún análisis
mínimamente profundo. Te puedes lanzar a explicar que quitar un impuesto como
el de sucesiones en Andalucía puede parecer muy neoliberal, pero en realidad
sólo lo pagaban los que tenían un patrimonio de más de un millón de euros. Sin
embargo, este ejemplo es muy tonto y cualquier imbécil puede llegar a él con
sólo leer la hemeroteca. Hay cuestiones más candentes, sobre todo cuando entra
en la escena política un partido netamente conservador, porque lo que quieren
conservar no es que a ellos no les quiten nada, sino que sólo valga lo suyo,
porque no son capaces de ver el sentido poliédrico de la vida. Dicen no ser
homófobos, que no quieren quitar derechos a nadie; sin embargo, cuando por otro
lado argumentan que la familia tradicional es la única moralmente correcta, lo
que implica un juicio moral que deja en mal lugar a los homosexuales. Y además,
haces parecer sospechosos a quienes prefieren estar solteros. Por supuesto que
respetas sus derechos, faltaría más: están en la constitución y no puedes quitárselos,
pero que les juzgues como algo negativo hace que tus ideas den verdadero asco.
Lo de la
mujer… Yo no tengo nada en contra de la familia tradicional, pero si no me
entramos al detalle de lo que es tradicional es un discurso vacío –sinónimo de
populismo, por cierto, para los que enarbolan ese sustantivo sin saber de lo
que hablan–. Para evitarlo, me voy a retrotraer a los usos y costumbres que los
anales de la historia nos enseñan. De mi generación a la de mis abuelos sólo
hay una generación entre medias, y las anteriores a la de mis abuelos se
parecen unas a otras de manera muy evidente, así que nos puede valer. Recuerdo
que mi abuelo –y mi abuela exactamente igual– tenía por orgullo que su mujer no
hubiera tenido que seguir trabajando una vez que se casaron. Ella en casa, ocupándose
de la fregona y los fogones, y él, todas las mañanas al tajo. Salvo el fin de
semana: ella en casa, fregona y fogones; él, a la puta y fría calle, de vinos. Y
que decir del sexo. De esas cosas ni se hablaba, pero para eso estaba… lo que
hubiera antes de la guerra civil, que no sé lo que podría ser, pero me puedo
hacer una ligera idea si hasta hace bien poco en términos históricos la única
postura correcta era la del misionero, y el sexo fuera del matrimonio y para
algo que no fuera aumentar la prole, era pecado. Ni que decir, si hablamos de aquella
familia tradicional, que las mujeres os largáis a la cocina, no podéis currar,
no podéis opinar sobre nada que no sea la casa y, si rechistáis, la moralidad
social nos obliga a los hombres a corregir vuestros defectos con algún que otro
cachete. Por suerte, yo jamás vi eso, y me imagino que muchos de vosotros
argumentareis lo mismo, pero no por ello es menos cierto que el código penal no
contemplaba los malos tratos como un hecho agravante de la propia violencia y
que, además, la sociedad culpabilizaba a la mujer que obligaba a su marido a
tener que pegarla. Todo un malabarismo dialéctico. Así que, mujeres votantes de
VOX: que sepáis que si estáis en el paro, no os van a conseguir un puesto de
trabajo, lo que os conseguirán será un marido que os eduque.
No voy a
entrar en lo de la inmigración porque hace poco, en Inglaterra, han pegado a la
gente por hablar en español que, como bien se sabe más allá de los Pirineos, es
un idioma que huele a africano. No voy a entrar en la cuestión porque los datos
sobre cómo beneficia la inmigración a un país están tan al alcance de
cualquiera que si no los ves es porque no te da la gana mirar. Además,
desmentir todas las noticias falsas que se lanzan contra la inmigración en
general es un trabajo infinito y me da pereza, entre otras cosas, porque tampoco
curaría la ignorancia del que se las cree. La gente no ve que, en realidad, lo
que se está denunciando no es la inmigración como fuente de problemas: lo que
se denuncia la pobreza como fuente de delincuencia. Pero solucionar la pobreza
es más complicado y exige mayor compromiso que salir en un mitin a ladrar
barbaridades, como acusarles de ser los responsables de abrir la caja de
Pandora.
Para lo que
sí que nos ha servido la nueva actualidad es para que podamos ver quiénes
quieren solucionar los problemas reales de una realidad muy compleja y quienes
utilizan las emociones más bajunas para simplificar burdamente esa realidad; y,
ya que estamos, enardecer a la población y crear bandos con soldados dispuestos
a todo por sus líderes. Soldados que se olvidan, como siempre, de que lo
importante, por encima de otras consideraciones, son los seres humanos.
Alberto Martínez Urueña
16-01-2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario