Ya veis como
viene la actualidad. Cargadita. Yo, desde mi templo del rojo casi negro puedo
retratar un poco todo este maremágnum porque, gracias a lo que quiera que
gobierne el Universo, ya me casé con mi propia conciencia y no tengo más colores
que los del ser humano.
A mí los
debates políticos me resultar muy interesantes porque me permite conocer a mis
amigos, sus contradicciones y motivos, sus opiniones sobre temas relevantes y
también, por qué no, sus querencias emocionales. Trato de verlo todo desde una
cierta distancia y todos ellos saben, o al menos lo intento, que cuando yo doy
mi opinión lo hago desde el más absoluto respeto a sus personas, porque las
personas son sus ideas políticas, eso es indudable, pero son mucho más que sus
ideas políticas expresadas en mitad de una conversación acalorada en la que
muchas veces no tienes tiempo de profundizar demasiado. Y otra cosa que creo
que saben es que odio la violencia por encima de todo, tanto en las acciones,
como no puede ser de otra manera, como en las expresiones, porque con ellas
también se golpea, se daña y se generan situaciones muy desafortunadas. Soy un
firme defensor de que cada cual haga lo que quiera, sin cortapisas, pero
siempre teniendo en cuenta el criterio de minimizar los daños en la medida de
lo posible. Intentar no hacer daño siempre que se pueda, y cuando es
inevitable, aceptar las consecuencias.
Me gustan los
debates políticos, y más en situaciones como las de esta semana, después de las
elecciones andaluzas, porque te das cuenta de que las quejas y las
reclamaciones de las personas, de los seres humanos llamados ciudadanos de una entelequia
llamada España, que cada uno considera y quiere a su manera, son esencialmente
las mismas. Y éstas no cambian ni han cambiado en los últimos cuarenta años. Da
igual que haya gobernado el PP o el PSOE, tanto monta monta tanto, da igual que
estés en Castilla y León a que estés en Andalucía, Murcia o Madrid. No es tan
complicado, y que esas reclamaciones sigan siendo las mismas durante tantos
años habla muy bien de mis vecinos y muy mal de nuestros políticos.
Todos
hablamos de las listas de espera en la Sanidad, y en todas las regiones de esta
piel de toro sacamos a relucir esos casos en los que una resonancia magnética
tarda seis o siete meses, o hasta un año. Hemos visto las mareas blancas de los
trabajadores del sector sanitario y sabemos que hay un déficit estructural de
recursos materiales y humanos, además de unas condiciones laborales
cuestionables.
Todos hemos
visto las reclamaciones en Educación, las protestas de los maestros, los malos
tratos que reciben en demasiadas ocasiones de los padres, y se nos abren las
costuras. Todos, al margen de la asignatura de religión, cuestión que da para
un texto entero, sabemos que queremos que nuestros hijos reciban la mejor
educación posible y que haya, de una vez por todas, un modelo educativo más o
menos estable. Y, por cierto, que para hacerlo, pregunten a los responsables de
implantarlo y ejecutarlo.
Salvo algunos
ciudadanos en España, minoritarios en el total del territorio, queremos que se
respeten las leyes, sobre todo la Constitución, con lo de la unidad del Estado
español, sus derechos y obligaciones y todo lo demás. TODO LO DEMÁS, a saber:
igualdad de todos los españoles, acceso a la justicia efectiva – no a
sentencias dictadas seis o siete años de presentada la demanda –, un empleo y
una vivienda digna, etcétera, etcétera, etcétera.
Todos los
españoles sabemos que queremos una Administración Pública que vigile los usos
del dinero público, que persiga el fraude, que no se despilfarre, que se luche
contra la corrupción, que se respete a los funcionarios, tanto a los
científicos del CSIC, como a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, porque
a pesar de que a ciertos anarcocapitalistas que son una vulgar minoría no les
guste su presencia en las calles, al resto nos gusta disfrutar de calles
seguras, libres de altercados, robos y demás historias.
Todas estas
reclamaciones las hacen los fachas y los rojos, los de la gaviota y los de la
rosa, los de la nueva política y los de la vieja. Y lo hacemos todos,
independientemente de quien nos gobierna, lo que me lleva a pensar en un par de
cosas: quizá las diferencias que parece que nos separan no son tantas, no somos
tan angelicales los unos –quienes sean esos unos– ni tan hijos de puta y crueles
los otros. No me creo que los once o doce, o veinte millones de españoles que
votan diferente a lo que yo haría sean unos desalmados que sólo quieren
chuparnos la sangre a los contrarios. Creo que todos queremos lo mismo, pero
nuestros políticos se empeñan en convencernos de lo contrario. O mejor, para
permitirles a ellos también el derecho de la duda: creo que deberían dejar de
pensar que son la ÚNICA solución posible a los problemas de España y tendrían
que empezar a intentar ponerse de acuerdo en una solución que nos convengan a todos.
Porque los problemas ya les conocemos.
Alberto Martínez Urueña
4-12-2018
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