Cuando criticas
las novedades tecnológicas te expones a que aparezca quien opine te estás
haciendo un carca. Creo, a modo de respuesta, que cumplir años no es algo
negativo: adquirimos unos determinados hábitos y costumbres porque, después de
haber pasado por varios y haber conocido opciones, nos hemos decantado por unos
y no por otros. Por supuesto que tiene su lado negativo: nos hacemos más
rígidos y apegados a ellos, lo que se puede convertir en un lastre. Digo todo
esto porque voy a entrar a saco con las nuevas tecnologías, con un aspecto de
ellas, pero quiero dejar claro una vez más que no estoy en contra de su
existencia, salvo si nos dejamos convertir en sus esclavos y corrompernos por
ello como seres humanos. Soy un fervoroso creyente de la libertad del ser humano,
pero también un fervoroso creyente de la asunción de las responsabilidades
derivadas del uso de esa libertad.
Respecto a la
tecnología, me ha llegado una noticia sobre cómo el avance en salas de cine
está convirtiendo la experiencia de visionado de una película en algo más
parecido a la visita a un parque de atracciones, con chorros de aire,
salpicaduras de agua, niebla, vibraciones, juegos de luces… Dicho de esta
manera, de primeras, el tema suena estupendo: una experiencia sensorial amplia
y dirigida a una inmersión absoluta en la escena que te permita flipar durante
un par de horas como si realmente estuvieras metido en el desembarco de
Normandía, o en un parque repleto de dinosaurios. Una gran fiesta de fuegos
artificiales, un divertimento cien por cien recomendable, sin duda. Nada en
contra. Pero tengo que decir también que quizá eso no sea para todos.
Los días
tienen veinticuatro horas, las semanas siete días y los años también tienen una
cifra fija salvo los bisiestos. Al final, tienes que elegir qué haces con tu tiempo,
no queda otra. Cuando vives en casa de tus padres y lo único que tienes que
hacer es estudiar –unos lo llevaban al día, y otros hacíamos otras cosas– es
más sencillo cogerte cualquier basura, llamarlo arte y enamorarte del primer
burdo intento para sacarte un par de emociones ligeras y pasar a otras cosas.
No desprecio esas edades, que quede bien claro: yo tuve menos veinte, me dejé
zarandear por esa droga psicoalucinogena que es la adolescencia y me enamoré de
un montón de películas que el paso del tiempo ha ido dejando atrás con un buen
halo de recuerdo, pero que no resistirían un visionado actual sin algún que
otro bostezo. Es inevitable. Igual que pensaba que estaba genial eso de subirte
a una montaña rusa y dar un par de vueltas de campana, pero ahora mismo echaría
la pota.
Ahora mismo
tengo menos tiempo, otras prioridades y otras perspectivas. Además, tengo dos
buñuelos en el horno a los que las levaduras del tiempo van fermentando, y
tengo que vigilar la temperatura para que no se me quemen. Cuando tengo la suerte
de poder sentarme en el sofá y ponerme delante de un largometraje –cómo me
gusta ese arcaísmo– elijo entre pasar el rato insustancial, pero frenético, de
ver una montaña rusa a la que ya no se me ocurriría subirme, pero de la que
disfruto desde la barrera, o selecciono cuidadosamente el tranquilo y pausado
viaje en el que un buen director de cine junto con todo el equipo de producción
generador de buenas historias me quiera embarcar. Ambas opciones son lícitas,
pero no saco lo mismo de ellas y he de reconocer que cada vez soy más egoísta con
las horas que me dan los días, los meses, los años…
Algún día os
hablaré de qué considero una auténtica obra de arte y qué la diferencia de
otras cosas que, mereciendo mi respeto como no podía ser de otro modo, no
considero que deba ser calificada de tal. Y sin que eso tenga un contenido
peyorativo ya que la creación de esas otras cosas también tiene un enorme esfuerzo
por detrás y un gran mérito de elaboración, aunque sean otras cosas… Me
esfuerzo enormemente en conservar el respeto sobre todo lo que me rodea porque
perderlo es el primer paso en el camino de la vomitiva violencia, del
enfrentamiento, de que alguien se pueda sentir atacado y reaccione ante mis
comentarios. No pretendo que las opiniones diferentes me condicionen, pero del
mismo modo no quiero generar reacciones negativas a mí alrededor si puedo
evitarlo.
Con respecto
al cine, he disfrutado mucho con películas como Transporter, Independence Day o
Los Vengadores, no tengo problema en decirlo; sin embargo, cuando quiero ensimismarme
y recibir un pulso de energía que me haga vibrar durante días, me sumerjo en mi
videoteca y elijo cosas como El padrino, Casablanca, Rio bravo, Blade runner,
Dersu Uzala, En un lugar solitario, El silencio de los corderos, etcétera…
Es evidente
que a cada uno le llega una cosa y ése es el mejor criterio para elegir en qué
gastar tu tiempo porque buscar lo correcto en materia de lo que te hace vibrar
es una pérdida de ese tiempo tan limitado. Lo que quiero reivindicar en este
texto, no obstante, es el valor de la historia, del desmenuzamiento de un guion
para contar algo, de la importancia del mensaje y la profundidad de éste que se
quiera transmitir y con el que se quiere hacer recapacitar al receptor del
mismo y, sobre todo, que los fuegos artificiales de que se rodee esa historia,
no distraigan del verdadero sentido de la creación artística.
Alberto Martínez Urueña
20-11-2018
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