miércoles, 3 de octubre de 2018

Las medidas de la balanza


            Una cuestión nada baladí que siempre me está rondando la cabeza hace referencia a qué fue antes, si el huevo o la gallina. Me explico: ¿los medios de comunicación se hacen eco de las principales preocupaciones ciudadanas, yendo allí donde se encuentra la noticia que a nosotros nos importa; o, por el contrario, la preocupación de los ciudadanos viene determinada por las noticias que los medios de comunicación deciden llevar a sus portadas?

            Hay que aceptar una realidad y es que los medios de comunicación son empresas destinadas a obtener cuantos más lectores o espectadores mejor, y que utilizarán todos los medios a su alcance para lograrlo. No hablo de falsear información, porque eso es un delito, pero tengo claro que las líneas editoriales vienen determinadas por cuál es el producto que sus consumidores esperan. Que no fuera de esta manera sería admitir, por ejemplo, que un restaurante mexicano en Madrid condimentara sus alimentos con la misma cantidad de picante que toleraría un mexicano de pura cepa. Todos sabemos que los medios de comunicación no son completamente asépticos, y la prueba la tenemos en que todos nos creemos que los nuestros sí que lo son, pero no los contrarios.

            De la misma manera, cuando en unas rotativas, o en el consejo de informativos de una cadena o de una radio, se decide cuánto tiempo se va a dedicar a una noticia determinada en relación con otra, esa decisión tampoco es aséptica. De no ser así, a ninguno de los referenciados en las noticias les importaría salir antes o después que otro, o con una u otra cantidad de tiempo: la percepción del espectador es importante en todos sus detalles, y las negociaciones en caso de debates políticos cuando llegan las elecciones y nuestros representantes tienen a bien someterse a uno de ellos televisado o radiado es más que paradigmático y escenifica perfectamente el poder de los medios.

            Ojo: los medios de comunicación son, en parte, rehenes de los generadores de noticias; es decir, de alguna manera, están a expensas de que tal o cual político quiera hacer tal o cual comunicado. Y, desde luego, está bien que nos hagan llegar el comunicado que sea porque vivimos en un Estado de Derecho en donde, entre otros, el derecho a la información ha de ser efectivo y ellos, como representantes del llamado Cuarto Poder, son los responsables de llevarlo a cabo. O al menos, eso parece.

            Otra cosa bien distinta, y aquí entro en la disquisición concreta, es que, sobre un determinado tema, se quemen los horarios enteros y tengamos tertulianos hasta en la sopa analizando el contexto y explicándonos los pormenores y las variables que, de acuerdo a su criterio, explican los hechos. Horas y horas en los que unos y otros tratar de aproximarnos a las múltiples perspectivas que ofrece la actualidad. Y tampoco estoy en contra de ello. Sin embargo, cuanto más tiempo ocupan en una noticia determinada, menos tiempo dedican a otras, y nuevamente entramos en esa posible distorsión de la realidad en la que la balanza de qué es más importante se ve condicionada por los medios. Aquello de lo que más se hable será lo que más importa. Y ésta es la auténtica tragedia, porque los criterios que utilicen para determinar qué cosa va a ser de la que más hablen no tiene por qué obedecer a la auténtica relevancia para el ciudadano medio, sino a lo que más venda. Y estas dos variables no tienen por qué coincidir.

            El tema catalán, después de tanto tiempo, ha dejado de hacerme gracia. No es que yo sea un experto, pero desde un punto de vista constitucional y de Derecho el tema se agota leyéndote la propia Constitución. Y si no quieres hacerlo, preguntándole a un catedrático de Derecho Constitucional. Si quieres independizarte, sólo hay dos vías, y las dos pasan por un referéndum a nivel nacional. Y además, por la reforma de la Constitución del artículo ciento sesenta y ocho. Así que hasta que los independentistas catalanes no cuenten con las mayorías ahí referenciadas, el debate es estéril, porque fuera de la Constitución no hay nada posible.

            Así, solventado de un plumazo cualquier debate, machacada al instante la urgencia de esta historia, podríamos empezar a hablar de lo importante. Por ejemplo, que la pobreza infantil afecta en España a uno de cada tres niños, que ocho millones seiscientas mil personas se encuentran en situación de exclusión social, que se nos mueren al año dos mil trescientas personas por suicidio y otras ocho mil lo intentan pero no lo consiguen, que los desahucios siguen existiendo con su realidad colateral de sufrimiento, que las políticas de higiene y salud pública para evitar que nuestros adolescentes se envenenen todos los fines de semana son absolutamente ineficaces, que la ludopatía está aumentando a marchas forzadas o que las mujeres siguen siendo asesinadas sin que las medidas que se reclaman por los expertos obtengan ninguna fuente de financiación relevante. Dicho esto, perdonadme si no entro al tema del process de los cojones, pero tengo otras cosas más interesantes en las que pensar. Y todo este texto está escrito sin creer en la mala intención de nadie, porque si se estuviese utilizando un debate que no existe para que la gente no se centrase en lo que verdaderamente está ocurriendo ahí fuera, me pondría mucho más triste de lo que ya me pongo cada vez que se me ocurre salirme del discurso oficial de las portadas.

 

Alberto Martínez Urueña 3-10-2018

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