Os voy a
contar un secreto: todos los que te rodeamos, los que nos relacionamos contigo,
tenemos defectos. Ya sabes, esas cosas que nos hacen, según tu prisma y tu
forma de entender el mundo, peores personas. Tenemos esas costumbres, esos dejes,
las querencias arrastradas desde pequeños y heredadas de nuestros padres que a
su vez heredaron de sus padres… Todas esas mierdas metidas en nuestra
personalidad y que nos hacen, a tus ojos, un poco menos soportables. Sí, sí, ya
sé que lo sabes, que no descubro América diciéndote esto. Lo que también seguro
que sabes es que esas cosas que tenemos los demás también se ceban en tu
persona. Quizá tengas mal carácter, ¿verdad? O a lo mejor eres poco ordenado,
olvidadizo… Puede que tu necesidad de aceptación –un miedo cada vez más
extendido, ya que cada vez vivimos más de cara a la galería– te lleve a hablar
mal de otras personas, porque es bien sabido que largar malamente de alguien divierte
al resto.
No tenemos
por qué aguantar gilipolleces, eso está claro. Tenemos el inalienable derecho
de elegir nuestras compañías. Únicamente está por ahí esa cosa llamada trabajo
en la que siempre corres el riesgo de tener mal ambiente por culpa de algún
virus. Las relaciones han de ser enriquecedoras, variadas, plurales,
divertidas… Se habla cada vez más de la importancia de elegir bien: no en vano,
pasamos por la vida una única vez que sepamos y, cuando llegas al final de
trayecto, dicen, te parece que ha sido un suspiro. Es necesario tener un cierto
toque de egoísmo al elegir los ratos, y la culpabilidad que puede suponer
rechazar a quienes no nos aporta nada no deja de ser un constructo social
derivado de nuestra corriente judeocristiana y su pecado, una visión negativa e
irresponsable de las causas, consecuencias y soluciones de nuestra ignorancia.
Cuanto más
cercanas son las relaciones, y más cláusulas hay en el contrato, más problemas pueden
surgir con este tema. No en vano, si algo te sienta mal de un amigo puedes
dejar de verle durante un tiempo. O definitivamente. Pero con la pareja,
durante muchos siglos esto no ha sido así. Te casabas para la toda la vida y
punto, con todo lo que ello conllevaba. Preguntadle a las mujeres maltratadas,
o a las asesinadas, y entenderéis de lo que hablo. Hoy en día, eso ha cambiado,
para desgracia de la iglesia y para suerte del resto de la humanidad. Frente a
la crítica de que la gente ahora no aguanta nada, yo afirmo que no hay por qué
aguantar si no quieres. Si no quieres aguantar, o si simplemente ya no quieres
a la otra persona, tienes que poder pirarte y punto. Esa mentalidad de tener
que estar porque el matrimonio es “eso” me parece un ejemplo más de cómo
personas excesivamente religiosas pretenden vestir el santo. De obligar a vivir
a los demás en base a unos principios que pueden ser muy buenos, pero que no
son los suyos. Porque en realidad, el matrimonio ya no es “eso” para muchas
personas, y esto no es ni bueno ni malo. Sólo es. Por suerte, lo de tener que
aguantar cuando hay maltrato, físico o psicológico, ya sólo se lo escuchamos a
los obispos de la conferencia episcopal española –culpando en la mayoría de los
casos a la mujer por no dejarse hacer lo que el bestia quiera–, a la que no
podré los epítetos que merece conforme a la definición de la RAE porque hoy en
día te empluman un delito de ofensa religiosa por cualquier gilipollez. No se
la pondré a ella ni a otros sectores conservadores con demasiada diarrea mental
de la que sanarse. Dejaré que los adjetivos con respecto a todos ellos surjan
en vuestra cabeza de manera espontánea, y así hacemos de mis textos algo más
interactivo.
Todo este
razonamiento es el que yo hago en base a la libertad de conciencia de las
personas. Libertad que siempre limito con una frase que digo a mis amigos:
“intenta evitar hacerme daño; y, si no te queda más remedio, que sea el mínimo
posible”. Pero cambiad por un momento la perspectiva, y vedlo desde la otra:
¿os imagináis un mundo en donde los defectos no fueran sino rasgos de personalidad
que pueden gustar más o menos, pero que no estuvieran sujetos al continuo
escrutinio de quienes nos rodean? Ni buenos ni malos, sólo puntos de conflicto
de intereses. Y, por un momento, pensad que encontraseis a alguien que, en
lugar de juzgarlos como cosas de vosotros que no les gustasen, separando y
dividiendo de manera ficticia vuestra personalidad, sólo vieran una persona
completa a la que permitir expresarse y comportarse en cada momento como más
naturalmente le surgiera su personalidad. Pensad por un momento que alguien os
dejase ser vosotros mismos sin ninguna censura. ¿Qué haríais? ¿Creéis que os
comportaríais como unos neonazis desatados? Yo tampoco lo creo. De hecho, creo
que se reduciría el miedo y la ansiedad que de manera indefectible llevan a la
reactividad, a la violencia y al conflicto, tanto internos como externos. Sería
bonito poder encontrar a alguien así en nuestras vidas, ¿verdad? Quizá
significaría que esa persona nos quiere tanto que se olvida de sus propios
malos rollos para poder permitirnos ese espacio de libertad en donde poder SER,
sin cortapisas externas e internas. Donde poder descubrirnos y construirnos.
Una bonita utopía.
Es indudable
que la primera parte del texto es cierta, es en la que vivimos hoy en día y la
que nos hemos ganado para quien quiera cogerla y vivirla. Y creo que es el
camino para poder encontrar el siguiente paso, la siguiente parte de mi texto,
en el que poder encontrarnos a nosotros mismos y permitir a quienes nos rodean
que también lo hagan. Creo que estamos en ello, y por eso, y por otros
detalles, sigo pensando que el ser humano, a pesar de los vaivenes, sigue
avanzando hacia delante. Hacia algo mejor de lo que ya hemos alcanzado.
Alberto Martínez Urueña
10-10-2018