Hay temas de
conversación que resultan complicadas porque ciertas costumbres están tan
arraigadas que mantener una postura divergente es entendido como una rareza,
como un esnobismo presuntuoso, o incluso como un ataque a quienes deciden tomar
un camino diferente. Yo no quiero atacar a nadie, pero hoy quiero hablaros del
pirateo, y en concreto, del pirateo del arte.
Cuestiones
aparte sobre lo que cada uno de nosotros considera que es el arte, y sobre lo
que espero poder hablar en alguno de mis textos próximos, la cuestión sobre la
adquisición gratuita de contenidos protegidos por las leyes de propiedad
intelectual tiene múltiples esquinas. Entre otras cosas porque supongo que
todos hemos pirateado algo en algún momento de nuestras vidas. Es complicado
utilizar la palabra robo cuando implica llamar ladrón a todo el mundo. Sin
embargo, hace tiempo que vengo defendiendo que un solo acto no define a una
persona: un robo puntual no convierte a una persona en un ladrón desde un punto
de vista ético, aunque por un solo robo te puedan sancionar o encarcelar. Desde
un punto de vista ético, cada vez estoy más convencido de que no estoy aquí
para juzgar a nadie, para definirla y encapsularla en un concepto, y mucho
menos si este concepto es negativo. Por lo tanto, dicho esto, voy a la idea del
pirateo más allá de quien decida piratear.
Como digo,
tenemos la perspectiva legal. ¿Es delito piratear un disco? Os soy totalmente
sincero: no tengo ni idea. Y, además, hay que analizar cada caso, porque no es
lo mismo hacerte una copia de seguridad privada que copiarle un cd de música a
un amigo, pasarle una copia en mp3, hacer mil copias y venderlas en la calle en
un top-manta o cualquier otra casuística que se os ocurra. Por lo tanto, el
tema legal se lo dejaré a quien tenga las ganas de leerse los artículos dedicados
a ello en el Código Penal que, según creo, andan por el 270.
Pasemos a
otra perspectiva más interesante: ¿es reprobable piratear un disco? Los
argumentos a favor y en contra están pergeñados de razones económicas, pero
también éticas. Me iba a liar la manta a la cabeza y empezar a hablar aquí de rollos
económicos alambicados, pero sería estúpido. En la práctica, esto del pirateo
esconde un argumento como el siguiente: “si puedo tener esa canción, ese disco,
ese libro, esa película, o lo que sea, gratis, ¿por qué voy a pagar por ello?”.
Otra cosa sería que fuésemos nosotros el artista, ¿verdad? También está quien
ve un artista que se ha forrado, por las razones que sea, vendiendo
legítimamente su producto, y se buscan argumentos para deslegitimar sus
ganancias. No te digo ya si el artista es de izquierdas: ya sabéis, un rojo no
puede ser rico, aunque pague uno por uno los impuestos que la sociedad decida
en función de su renta disponible ajustada para sostener un Estado del
Bienestar potente. Un rojo tiene que ser pobre por definición, pagar sus
impuestos, pero además, entregar la práctica totalidad de sus ganancias.
Además, hay
una consideración más profunda que los niveles de renta de los artistas y ésta
es cómo valora una sociedad cada uno de sus aspectos básicos y esenciales, lo
cual marca de manera indefectible el nivel de calidad y evolución humana de esa
sociedad. El primero de todos, por supuesto, es qué hace y cómo trata una
sociedad a sus miembros más débiles. Tendríamos también cómo valora
determinadas actividades como la investigadora o la educativa, es decir, qué
consideración social y económica se les otorga. Otro aspecto fundamental, según
mi criterio, es cómo valora la producción artística, y la mejor forma, la más
objetiva, de valorar algo que hemos encontrado después de muchos siglos es
ponerle precio. Quizá no sea la mejor, pero pasa como con la democracia:
todavía no hemos encontrado un sistema mejor que éste. No tiene sentido
sustraer una parte de nuestra actividad humana, como es el arte, del sistema
global en el que nos movemos, y éste es una economía de mercado. Una sociedad
que considera que sus artistas deben trabajar gratis, sinceramente, no la
entiendo.
Por todo lo
anterior hace tiempo que no pirateo. El deseo de disfrutar de una creación
artística no puede implicar que el creador de la obra, así como todos los que
tiene a su alrededor y que coadyuvan a producirla con la mayor calidad posible
y a llevarla hasta el público que la desea, no reciban una retribución económica
adecuada, una retribución marcada por las leyes de la oferta y la demanda. Y,
si por lo que sea, da la campanada y esas leyes le llevan a vender veinte
millones de copias de un disco o de un libro, lo único exigible, según mi
criterio, es que tribute de acuerdo a sus ingresos. Nada más. Y nada menos. Y
es que el arte es fundamental para una sociedad que pretenda ser evolucionada
ya que no sólo de pan vive el hombre: el arte alimenta la parte más humana que
tenemos, y no valorarla adecuadamente y, de esta forma, arriesgarnos a perder
toda la calidad que una artista puede verter en su obra, por el simple hecho de
que no se pueda dedicar en exclusiva a esa noble ocupación… Un mundo sin arte. Ese
sí que es un precio que no estoy dispuesto a pagar.
Alberto Martínez Urueña
30-08-2018
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