jueves, 1 de marzo de 2018

Moverse (o deteriorarse)


            Hay cuestiones fundamentales que en la actualidad perdemos de vista, y esto es por esa incapacidad occidental de discriminar y priorizar entre los diferentes problemas que tenemos. Ser incapaces de hacer estas dos cosas tan sencillas nos ha convertido en víctimas de quienes dirigen nuestra vida. Esto no le pasaba a nuestros abuelos: por desgracia, ellos tuvieron que luchar en una guerra, o tuvieron que pasar hambre, o tuvieron que ver morir a varios de sus hijos… Considerar que todo esto está salvado nos ha hecho perder de vista otras cuestiones que, sin ser tan fundamentales como tener que luchar por la propia existencia, son absolutamente relevantes en el día en que vivimos.

            Analizando los últimos dos años, aunque podríamos ampliar el rango de fechas, podemos darnos cuenta de cuáles han sido los problemas a los que más tiempo hemos dedicado nuestra atención. Y cuidado: no estoy hablando únicamente de los poderes públicos, que también, sino qué problemas hemos atendido nosotros mismos en nuestro día a día. Analicemos los datos, busquemos por Internet, pero, sobre todo, miremos nuestros propios horarios. Según algún artículo del año pasado, casi el 60% de los españoles entre 18 y 65 años admiten no hacer prácticamente actividad física. Unos siete millones de españoles reconocen que ni tan siquiera caminan. De aquí, podemos colegir que la salud no es precisamente uno de los principales quebraderos de cabeza de los españoles, y es que la salud entraña tanto la curación como la prevención, y la actividad física mínima contribuye de manera fundamental a esta última. Sí, ya sé que los horarios de hoy en día no favorecen esto; precisamente por eso, hablo en mi primer párrafo de discriminar en qué podemos gastar nuestro tiempo y en priorizar en qué lo hacemos en definitiva. No pongo nombres ni apellidos, que cada cual se autoevalúe.

            No voy a ponerme aquí a lanzar dardos envenenados a los poderes públicos porque sus ciudadanos sean unos vagos y no se cuiden. A fin de cuentas, cada cual es libre de autodestruirse como quiera. Sólo me faltaba, en esta época tan dada a coartar libertades, convertirme en cómplice de medidas específicas para tocarles un poco los cojones a mis vecinos. Ojo, considerar que la salud del grupo de individuos contribuye a tener una nación más fuerte, saludable y económicamente productiva es el paso previo a penalizar el sedentarismo. “¡Qué barbaridad!”, diréis. Pensad en copagos farmacéuticos para enfermedades derivadas de la obesidad, y entonces veréis como la cosa cambia, y  ya no se hace tan extraño. No en vano, nuestras personas mayores – algunas, no todas – pagan un copago farmacéutico por enfermedades derivadas de su edad. Una forma de penalizar el cumplir años, así que tampoco nos hagamos los sorprendidos.

            No, yo no abogo por las medidas coercitivas salvo cuando no queda más remedio. Todas estas historias que hay hoy en día con el tema de la libertad de expresión se me quedan lejos. A mí que un tipo en redes sociales diga que me quiere muerto porque me odia me da exactamente igual. Del mismo modo, que haya personas que debiliten los eslabones que conforman esta sociedad –las personas somos esos eslabones– no me incrementa las ganas de convertirme en el sargento de hierro y ponerles a todos a correr al ritmo que yo diga. Aquí, el problema está en que moverse del sofá es incómodo y a muchas personas les aburre. Una sociedad hedonista como la nuestra donde prima la búsqueda del placer inmediato no es capaz de ver más allá de los incómodos esfuerzos de llevar una vida sana. No me malinterpretéis, no digo que ahora todos nos tengamos que poner a correr por el pinar como hacemos algunos. Para nada. Lo que digo es otra cosa: hablo de moverse mínimamente, tres o cuatro horas a la semana, aunque sólo sea paseando por la acera de nuestras contaminadas ciudades, sólo por no deteriorar ese cuerpo que es en el único sitio en el que seguro vamos a vivir toda nuestra vida. Discriminar y priorizar: es más importante cuidar tu cuerpo dándote un paseo de una hora que muchas otras supuestas obligaciones en las que gastas tu tiempo.

            Necesitamos una cultura de la salud que hoy en día no existe. Cuidamos más las formas estéticas que aquélla, y sólo cuando la vida nos da un susto nos acojonamos hasta el punto de entender que dar un paseo diario de una hora no es tan complicado. Estaría bien poder tomar conciencia sin necesidad del susto. ¿Estaría? Yo digo que es posible. Ya sé que habrá quien se sonría ante esta afirmación tan estúpidamente obvia, pero una cosa es conocer la realidad con la cabeza y otra muy diferente conocerla con las tripas –gracias Fito, por la frase–. El problema, precisamente, es que todo lo que nos rodea en esta sociedad mercantilizada está pensado para evitar esa toma de conciencia. De hecho, me permito afirmar que lo natural sería tomar conciencia de algo tan sencillo como que la salud es lo primero, pero nos roban la atención de manera constante –ya he descrito varios mecanismos en mis textos anteriores– y este latrocinio, unido al deterioro de la atención que conlleva, nos hace pensar que es imposible, y nos convierte en víctimas. No somos víctimas, tenemos una gran capacidad de atender a lo que nos merece la pena. Nuevamente, discriminar y priorizar. Desde aquí digo que es posible tomar conciencia de la necesidad de mantenernos sanos sin necesidad de sufrir un infarto o que te diagnostiquen una diabetes. Y entonces, moverte del sofá ya no será un infernal sufrimiento, sino una incomodidad que se asume con gusto porque los beneficios son evidentes. A lo mejor, incluso, nos empieza a gustar.

 

Alberto Martínez Urueña 01-03-2018

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