Hay cuestiones
fundamentales que en la actualidad perdemos de vista, y esto es por esa
incapacidad occidental de discriminar y priorizar entre los diferentes
problemas que tenemos. Ser incapaces de hacer estas dos cosas tan sencillas nos
ha convertido en víctimas de quienes dirigen nuestra vida. Esto no le pasaba a
nuestros abuelos: por desgracia, ellos tuvieron que luchar en una guerra, o
tuvieron que pasar hambre, o tuvieron que ver morir a varios de sus hijos…
Considerar que todo esto está salvado nos ha hecho perder de vista otras
cuestiones que, sin ser tan fundamentales como tener que luchar por la propia
existencia, son absolutamente relevantes en el día en que vivimos.
Analizando
los últimos dos años, aunque podríamos ampliar el rango de fechas, podemos
darnos cuenta de cuáles han sido los problemas a los que más tiempo hemos
dedicado nuestra atención. Y cuidado: no estoy hablando únicamente de los
poderes públicos, que también, sino qué problemas hemos atendido nosotros
mismos en nuestro día a día. Analicemos los datos, busquemos por Internet,
pero, sobre todo, miremos nuestros propios horarios. Según algún artículo del
año pasado, casi el 60% de los españoles entre 18 y 65 años admiten no hacer
prácticamente actividad física. Unos siete millones de españoles reconocen que
ni tan siquiera caminan. De aquí, podemos colegir que la salud no es
precisamente uno de los principales quebraderos de cabeza de los españoles, y
es que la salud entraña tanto la curación como la prevención, y la actividad
física mínima contribuye de manera fundamental a esta última. Sí, ya sé que los
horarios de hoy en día no favorecen esto; precisamente por eso, hablo en mi
primer párrafo de discriminar en qué podemos gastar nuestro tiempo y en
priorizar en qué lo hacemos en definitiva. No pongo nombres ni apellidos, que
cada cual se autoevalúe.
No voy a
ponerme aquí a lanzar dardos envenenados a los poderes públicos porque sus
ciudadanos sean unos vagos y no se cuiden. A fin de cuentas, cada cual es libre
de autodestruirse como quiera. Sólo me faltaba, en esta época tan dada a
coartar libertades, convertirme en cómplice de medidas específicas para
tocarles un poco los cojones a mis vecinos. Ojo, considerar que la salud del
grupo de individuos contribuye a tener una nación más fuerte, saludable y
económicamente productiva es el paso previo a penalizar el sedentarismo. “¡Qué
barbaridad!”, diréis. Pensad en copagos farmacéuticos para enfermedades
derivadas de la obesidad, y entonces veréis como la cosa cambia, y ya no se hace tan extraño. No en vano,
nuestras personas mayores – algunas, no todas – pagan un copago farmacéutico por
enfermedades derivadas de su edad. Una forma de penalizar el cumplir años, así
que tampoco nos hagamos los sorprendidos.
No, yo no
abogo por las medidas coercitivas salvo cuando no queda más remedio. Todas
estas historias que hay hoy en día con el tema de la libertad de expresión se
me quedan lejos. A mí que un tipo en redes sociales diga que me quiere muerto
porque me odia me da exactamente igual. Del mismo modo, que haya personas que
debiliten los eslabones que conforman esta sociedad –las personas somos esos
eslabones– no me incrementa las ganas de convertirme en el sargento de hierro y
ponerles a todos a correr al ritmo que yo diga. Aquí, el problema está en que
moverse del sofá es incómodo y a muchas personas les aburre. Una sociedad hedonista
como la nuestra donde prima la búsqueda del placer inmediato no es capaz de ver
más allá de los incómodos esfuerzos de llevar una vida sana. No me
malinterpretéis, no digo que ahora todos nos tengamos que poner a correr por el
pinar como hacemos algunos. Para nada. Lo que digo es otra cosa: hablo de
moverse mínimamente, tres o cuatro horas a la semana, aunque sólo sea paseando
por la acera de nuestras contaminadas ciudades, sólo por no deteriorar ese
cuerpo que es en el único sitio en el que seguro vamos a vivir toda nuestra vida.
Discriminar y priorizar: es más importante cuidar tu cuerpo dándote un paseo de
una hora que muchas otras supuestas obligaciones en las que gastas tu tiempo.
Necesitamos
una cultura de la salud que hoy en día no existe. Cuidamos más las formas
estéticas que aquélla, y sólo cuando la vida nos da un susto nos acojonamos
hasta el punto de entender que dar un paseo diario de una hora no es tan
complicado. Estaría bien poder tomar conciencia sin necesidad del susto. ¿Estaría? Yo digo que es posible. Ya sé
que habrá quien se sonría ante esta afirmación tan estúpidamente obvia, pero
una cosa es conocer la realidad con la cabeza y otra muy diferente conocerla
con las tripas –gracias Fito, por la frase–. El problema, precisamente, es que
todo lo que nos rodea en esta sociedad mercantilizada está pensado para evitar
esa toma de conciencia. De hecho, me permito afirmar que lo natural sería tomar
conciencia de algo tan sencillo como que la salud es lo primero, pero nos roban
la atención de manera constante –ya he descrito varios mecanismos en mis textos
anteriores– y este latrocinio, unido al deterioro de la atención que conlleva,
nos hace pensar que es imposible, y nos convierte en víctimas. No somos
víctimas, tenemos una gran capacidad de atender a lo que nos merece la pena.
Nuevamente, discriminar y priorizar. Desde aquí digo que es posible tomar
conciencia de la necesidad de mantenernos sanos sin necesidad de sufrir un
infarto o que te diagnostiquen una diabetes. Y entonces, moverte del sofá ya no
será un infernal sufrimiento, sino una incomodidad que se asume con gusto
porque los beneficios son evidentes. A lo mejor, incluso, nos empieza a gustar.
Alberto Martínez Urueña
01-03-2018
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