martes, 5 de septiembre de 2017

La dialéctica y sus cortinas


            Uno de los regalos que nos han dejado fiestas como el nazismo, el fascismo, el franquismo, el comunismo, la revolución cultural, la Kampuchea democrática, el Régimen Militar de Pinochet, el Proceso de Reorganización Nacional argentino, y así otras muchas barbaridades que se les han ido ocurriendo a hijos de puta de gran calado durante las últimas décadas, han sido unas construcciones dialécticas magistrales. Todas ellas tenían un componente argumental perfectamente definido desde las oficinas en donde se utilizaban las mentes preclaras de cada régimen para justificar el porqué de hacer las cosas de una manera y no de otra. Aunque a veces parece sencillo, montar un jaleo tal como el de Franco, que dejó las cunetas sembradas de vecinos –somos el segundo país del mundo con más fosas comunes sin identificar después de Camboya– y convenció a un gran número de gente de que eso de las Leyes del movimiento era algo estupendo, requiere de un esfuerzo intelectual adecuado para poder hacer chistes sobre muertos sin que se te muevan los higadillos. Amén de silenciar todas aquellas actuaciones de sus comandos de psicópatas pasándose por el arco del triunfo cualquier convención de derechos humanos. Ya sabéis, eso que se empeñan en ocultar, negar o incluso defender algunas de las viejas –y no tan viejas– glorias del PP.

            Sé que algunos podéis estar pensando que estoy sacando los pies del tiesto, pero para que no os sintáis incómodos, os diré que los extremos se besan en las alcobas, y que Pol Pot fue un bastardo con todas las letras, Mao Zedong un psicópata, Maduro es imbécil y Lenin fue ese hijo de puta que dijo que la muerte de un hombre es una tragedia, pero la de millones una estadística. Y lo aplicó a conciencia.

            ¿Qué es lo que tienen en común la mayoría de estos regímenes dictatoriales y criminales? Como os decía antes, todos estaban soportados por una lógica intachable, perfectamente argumentadas y justificadas. Todas tenían detrás grandes ideales, símbolos grandilocuentes y la indudable capacidad de arrastrar a las masas y así sustentarse bajo la sangre de los enemigos comunes. Pero no sólo esas ideologías: a fin de cuentas, esto pone de manifiesto una verdad que se aprende en las clases de filosofía cuando estás atento o cuando ministros amantes de la verdad unívoca no te la quitan del plan de estudios: toda conclusión tiene por detrás una sucesión dialéctica que la sustenta. Únicamente tienes que hallarla. O inventártela, que a fin de cuentas da lo mismo. No en vano, tenemos la dirección deductiva o la inductiva, de atrás adelante o al revés, y podemos vestir el santo que queramos para que nos quede guapo.

            A fin de cuentas, todas las barbaridades que en este mundo han sido tienen una característica en común, desde la muerte de millones deportados a Siberia hasta el abuso escolar –¡fijaos, lectores, hay algo en castellano que nos permite no usar el anglicanismo bullying!–, y es que quien la comete siempre aporta razones para hacerlo, desde la necesidad de una limpieza étnica hasta que el rarito ése se merece que le maten a collejas. A fin de cuentas, el ser humano, ya sea por la inseguridad, por el miedo, por la curiosidad o por lo que sea que nos ocurre, siempre tiene la imperiosa necesidad de justificar sus actos, desde los más nimios como puede ser por qué le gusta más carne o el pescado hasta por qué prefiere acostarse a una hora y no a otra.

            Es la dialéctica y la mala hostia que tienen algunos que con los atentados terroristas que nos han llegado a suelo español han sido incapaces de no caer en la tentación por la que rezan. Aparte de gastarse los dientes en puntualizar lo innecesario, que consiste en que la culpa de los atentados la tienen los asesinos que los cometieron, se han dedicado a mezclarlo todo con temas políticos, a ver qué pescaban. Así, tenemos a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, compuesta mayoritariamente por funcionarios dispuestos a jugarse la vida por ti y por mí cuando llega el caso, enfangadas en cuestiones políticas que manchan esa tarea tan encomiable. Y todo gracias, como siempre, a esos dirigentes políticos que tenemos, tan expertos ellos en cabrear al personal y utilizarlo de cabeza de lanza para sus propios intereses. Sinceramente, da asco, y cada vez que alguien me saca el tema y me quiere hacer comulgar con ruedas de molino para que asienta como un burro a las verdades que le han puesto en la boca los políticos y tertulianos de su cuerda, con mucho respeto le digo que me deje de tocar los cojones.

            Es como lo del tema catalán. Hasta en la sopa, os lo juro. Todo el mundo en las tertulias hablando del asunto, opinando sobre el artículo 155 de la Constitución o sobre el derecho a decidir de los pueblos, haciéndoles la merienda a unos dirigentes que sólo producen vergüenza ajena cada vez que salen en la tele farfullando discursos escritos por manos ajenas. Todavía estoy esperando ese momento en que algún periodista levante la mano en mitad de una de esas ruedas de prensa y le suelte a Mariano o a Puigdemont que sí, que todo eso está muy bien, pero que qué opina de las ITVs, de los Gürteles, de las pujoladas, de lo de Murcia, de lo de la perla negra… Porque no deja de resultarme curioso como los dos partidos más corruptos de la democracia española –esa que les patina en la lengua siempre que les interesa– han conseguido que hablemos de la primera cortina de humo que se han encontrado y no estemos preguntándoles día tras día que dónde está todo ese dinero que nos han estado esquilmando en las últimas cuatro décadas de bendita democracia.

 

Alberto Martínez Urueña 5-09-2017

No hay comentarios: