Hay determinados debates más o menos encendidos que tienen un mar de fondo de lo más interesante. Uno de esos océanos oscuros le hemos tratado aquí, en esta columna, en multitud de ocasiones, desde varios puntos de vista y con diferentes temáticas. Todos ellos tienen una perspectiva única, y me estoy refiriendo a eso que llaman límites de la libertad. Este concepto es aplicable a múltiples campos y para un economista como yo, es ineludible hablar de uno de ellos: la libertad de mercado.
Parece tener dos variantes, aunque en realidad es sólo una: ¿hasta qué punto ha de estar regulado un mercado concreto?, y en segundo lugar, ¿se puede prohibir el comercio de algo? En realidad, este último caso implicaría una regulación extrema del mercado, por lo que estaríamos en el primer caso. Hay diferentes regulaciones según países, o incluso según regiones (gracias, Comunidades Autónomas), en diferentes mercados. Esta diferencia reguladora indica que hay diferentes ideologías a la hora de afrontarlo, según primen unos criterios u otros. En concreto, y sujetándonos al tema que hemos traído a colación, tendríamos dos conceptos aparentemente contrapuestos: libertad del individuo y su libertad de empresa por un lado y las necesidades sociales y de oportunidades por otro lado. Por mucho que ciertos economistas pretendan dotar a la materia económica de fiabilidad matemática, estamos hablando de una ciencia social, y por lo tanto esto es imposible argumentar que hay un criterio unívoco, dependerá de elecciones sociales.
Y precisamente aquí entraría como ejemplo el segundo caso, el de las restricciones o incluso prohibiciones en otros mercados de otros productos o servicios. Por ejemplo, estaríamos hablando o bien de los mercados de armas, de los de determinadas drogas –digo determinadasporque el alcohol, la cafeína, el tabaco, o ciertos medicamentos también entrarían en este grupo y únicamente se restringen algunos de ellos por razón de la edad– en los que se permite un mínimo comercio, o incluso el tráfico de personas o los servicios de sicarios que están restringidos de manera absoluta.
Todo este prolegómeno me sirve para plantear el tema de la gestación subrogada. ¿Dónde deberíamos poner los límites del comercio de los llamados vientres de alquiler? ¿Dónde pondríamos los límites, con ciertos intereses o criterios éticos que en este caso chocarían con el deseo de reproducción de determinadas personas? ¿Un deseo implica de por sí un derecho? Por supuesto que no. ¿La posibilidad de ofrecer el propio cuerpo de la mujer a cambio de un dinero es el derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo?
Yo no lo tengo claro. Además, dentro de la gestación subrogada entran conceptos como la modalidad altruista confrontada con la meramente mercantil, aportando matices al problema que lo convierten en algo más complejo. ¿La pobreza sería un problema o una virtud? Es decir, pueden existir mujeres que vean como única salida para dar de comer a sus hijos la venta de su útero; por lo tanto, no sería una decisión completamente altruista, sino motivada por la necesidad. Igual que la inmensa mayoría de los casos de prostitución, de drogodependencia o de consumo de ansiolíticos en Occidente.
Quería hablar de este tema, dejando de lado ligeramente la economía pura y dura, aunque está directamente relacionado. No deja de ser un ejemplo en el que se pone de manifiesto que las reglas económicas y cómo se dispongan de ellas en los diferentes mercados no son algo meramente técnico sino que implica una decisión política y social que tiene evidentes connotaciones morales y éticas que son insoslayables. Es un caso exactamente igual en lo académico a lo que hablamos cuando nos referimos a la intermediación financiera, a los mercados especulativos o al consumo de alcohol entre los jóvenes. No deja de ser paradigmático el mercado de opciones de futuro sobre los precios de los productos agrarios en los que, a través de actuaciones agresivas para ganar dinero a través de anotaciones en cuenta, se puede aumentar el precio del pan en Afganistán en más de un quinientos por cien de un año a otro.
Además, no hablo únicamente de la necesidad de prohibir algo que nos parezca amoral: hay que tener en cuenta también si la prohibición es el mecanismo que logra corregir la conducta que consideramos inapropiada. La lucha contra el tráfico de drogas ha sido una de las políticas que más gasto ha implicado durante el siglo veinte, y que más ha fracasado sistemáticamente para evitar la tragedia de la drogodependencia. No digo que haya que abrir la puerta al comercio libre de sustancias terribles, pero las políticas y el gasto destinado a cada una de ellas debería ser ampliamente revisado.
No, por mucho que insistan ciertos académicos y ciertos políticos de que la economía obedece a criterios objetivos – que en cierto modo es cierto – siempre hay una decisión previa que determina cuáles y de qué manera serán las actuaciones económicas permitidas en este mundo en donde la globalización ha provocado la deslocalización de las empresas y de las injusticias.
Alberto Martínez Urueña 4-07-2017
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