Cuando
observas las cuestiones políticas del día a día, uno de los puntos que siempre
surgen como un mar de fondo, oculto pero moviendo las aguas, es la cuestión de
la coherencia programática. No hablo sólo de coherencia en sentido estricto,
sino también de hasta dónde hay que llevar la coherencia ideológica en los
procesos de negociación con otras fuerzas políticas. Está de moda esta temática
por dos motivos.
El primero de
ellos tiene ver con la coherencia y los límites que marcan dos de los partidos
políticos del arco parlamentario, Ciudadanos y Podemos, en esos procesos de
negociación. Es perfectamente clara la distancia entre ambos, sobre todo en el
aspecto económico, por supuesto, pero también en el modelo territorial que
plantean; y derivado de esto, en la forma de enfrentarse a los problemas que
hoy en día se plantean. Ya sabéis, lo del tema catalán, que, teniendo en cuenta
la proyección mediática que siempre tiene, podríamos inferir que tiene más
importancia que la pobreza energética o la malnutrición infantil. Así es
nuestro país, y así son nuestros medios de comunicación.
Ciudadanos y
Podemos emergieron hace ya demasiado tiempo la esperanza en aquel proceso que
se denominó de “regeneración de la vida política en España”. Parecía que
alguien, por fin, habían comprendido que hay problemas en este país que están
más allá de las guerras partidistas y de las ideologías, de los cálculos
electorales y del afán de poder, de los egos de sus líderes y de las hipocresías
electorales. Pero lo primero que hicieron, en lugar de intentar llegar a puntos
de acuerdo sobre problemas fundamentales de la vida pública en España y que los
anteriores gobiernos no habían tenido los redaños de afrontar –de hecho, muchos
de esos problemas les habían causado ellos–, fue ponerse vetos los unos a los
otros sin dar más explicaciones que los sempiternos discursos huecos repletos
de palabras vacías.
Hoy en día
siguen igual, con las mismas trampas dialécticas cuando se les requiere para
llegar a acuerdos básicos que permitan echar a una –esto no es mío, viene de
autos judiciales firmados por jueces de este país– organización criminal del
poder ejecutivo que nos está robando el futuro a todos los españoles. Antes de
que nadie argumente la buena gestión económica, diré que la corrupción es una
muy mala gestión económica para cualquiera que no participe del chanchullo. Es
decir, la mayoría. España va a seguir siendo España, incluso mejor de lo que ya
es si les damos la oportunidad de batirse el cobre a los miles de autónomos y
Pymes que están al margen o sufren las consecuencias de estas políticas de
caciquismo y amiguetes en las que se ponen de acuerdo unos pocos para
enriquecerse a costa de todos.
Precisamente
por eso hablo de acuerdos mínimos y básicos que permitan reconstruir unas bases
estructurales lógicas, y que más adelante, la ciudadanía decida nuevamente, a
través de sus votos, si la mayoría prefiere derechas o izquierdas, liberales,
conservadores, socialdemócratas o colectivistas. Ésta es la única salida que
tenemos, entender que la coherencia política no está reñida con la negociación,
la renuncia y las decisiones equidistantes, siempre que sean honestas y
solventen el mayor problema estructural de España y que más preocupa a los
ciudadanos: la corrupción.
La coherencia
política, por lo tanto tiene unos límites más amplios de lo que estos dos
partidos pretenden hacernos creer. Al otro lado, tenemos la incoherencia
desvergonzada, la falta absoluta de honestidad con la palabra dada y la irrelevante
consistencia de su discurso. El Partido Popular, precisamente por ser una
amalgama de partidos en la que se dan unas relaciones políticas contra natura,
únicamente puede tener como eslogan ser la verdadera y única derecha en España,
aunque eso no tenga por qué significar nada en absoluto. Analizando las medidas
adoptadas por sus sucesivos y diferentes gobiernos entiendes que los partidos
democristianos conservadores no tienen por qué ser liberales y bajar impuestos
–salvo si se acercan elecciones, para después volver a subirlos–, entiendes que
ser democristiano puede significar ser absolutamente despiadado con las
urgencias de las clases más desfavorecidas –aquilatando en la misma balanza
malnutrición infantil con libertad de empresa– o entiendes que la defensa a
ultranza del orden establecido no está reñido con la falta de resolución de la
flagrante insuficiencia de medios personales y materiales que sufren los
órganos controladores de este país. Incoherencias evidentes.
La última incoherencia
de Mariano y sus caballeros de la tabla cuadrada se deduce de la defensa
absoluta e incondicional de nuestra Constitución para defender la unidad de
España –palabras huecas para evitar matizar cómo articulamos esa unidad que yo
defiendo y así no entrar en detalles que puedan poner en tela de juicio el
modelo unívoco que ellos defienden y que tiene alternativas–, pero justificar
saltársela para hacer una amnistía fiscal en base a una situación económica, la
que fuese, y así declararse abiertamente en rebeldía con esa misma
constitución. Os recomiendo escuchar las declaraciones de Mariano en sede parlamentaria.
Esta vez, la única coherencia de su discurso ha sido gramatical, semántica y
sintáctica –no siempre lo logra–, porque ha quedado suficientemente claro que,
en realidad, nuestra Carta Magna sólo le interesa cuando puede utilizarla en su
beneficio.
Alberto Martínez Urueña
23-06-2017