Cuando me
enfrento a este par de páginas, los temas de actualidad social ocupan gran
parte del contenido. Y como mi columna no es diaria –más de uno me repudiaría–
no puedo, ni tampoco quiero, hablar de todos y cada uno de los escándalos que
revientan nuestra convivencia. Por otro lado, estaría cayendo en una de las
principales críticas que hago al sistema informativo actual: nos ahogan con
noticias sucesivas y así impiden de manera efectiva el procesado que necesita
cada una de ellas. Además, los diarios desgranan suficientemente cada una de
las noticias, lo hacen mucho mejor que yo, y no creo que sea necesaria una
perspectiva más de los hechos.
Hablar hoy,
casi ya en dos mil diecisiete, del nuevo caso de corrupción es algo que resulta
tedioso, por mucho que la descarga de adrenalina aplaque nuestra ira. Quizá
incluso la sucesión caótica de noticias está pensada para eso… Esta semana es
el hospital de Castellón y el rescate de las autopistas ruinosas del gobierno
de Ansar y sus secuaces. Informes económicos realizados un día de farra,
supongo. Optimistas de pro en cuanto a los ingresos. Gastos imprevistos. Ya
sabemos cómo acaba esto: lo pagaremos entre todos, y pasaremos al siguiente escándalo,
al que volveremos a calificar de insoportable. El siguiente insoportable de la
lista.
Cuando tienes
una planta y las hojas empiezan a secarse, si la riegas, reverdece con fuerza. Sin
embargo, cuando aquellas caen sin haberse secado, están quebradizas, y aunque riegues,
nada solucionas, es probable que hayas anegado las raíces, y se hayan podrido.
Y la planta entera está condenada. Durante mucho tiempo he estado pensando que
nuestro sistema estaba en la primera fase, pero últimamente barrunto que
estamos en la segunda. Esto no es un comentario desengañado ni apocalíptico, os
lo aseguro, porque no estoy diciendo que la solución no exista. Sin embargo,
ésta no consiste en andar tapando vías de agua cada vez más numerosas. Ésa es la
especialidad de los políticos, sin olvidar que muchas veces, las vías las han
provocado ellos mismos con su actitud irresponsable. No basta con echar algo de
agua en la maceta con el abono adecuado. Aquí se ha echado tanta agua y tanto
supuesto abono que la planta ha muerto. España,
y también Occidente, necesitan un cambio de paradigma. Lo necesitamos. Si
nos negamos, entonces lo sufriremos.
Vivimos
tiempos oscuros, os lo dije hace quince días. Más allá de los ejemplos
prácticos con que los medios nos dan nuestra ración diaria de adrenalina
apocalíptica en la que nos recreamos, hay una realidad mucho más evidente que
nos desgarra desde dentro. La sociedad tal y como está pensada es incapaz de
resolver los problemas de la inmensa mayoría de las personas de este planeta, y
también de los que pueblan nuestro primer mundo. Porque en realidad, aunque
queramos vivir mirando hacia el tendido, Pandora está acechando nuestra propia
estructura. De hecho, cada vez hay más personas mirando al tendido, porque
cuando no lo hacen, les falta el aire. No hay solución, dicen, y por eso hay
que consumir. Y consumirse.
El alcance
del capitalismo ya está más que claro. Es el mejor sistema económico para
satisfacer las necesidades materiales de una sociedad. Sólo con solucionar los
problemas de desigualdad tan brutales que sufre nuestro país, y también nuestro
planeta, tendríamos una sociedad en la que todas las personas tendrían las
necesidades básicas cubiertas. Por lo tanto, el problema de la desigualdad
debería ser tenido en cuenta. No hablo de que la desigualdad sea mala, pero
como en todo, los excesos matan.
Pero ¿qué
solución hay en un primer mundo donde la inmensa mayoría las tiene –o las
tenía, antes de la crisis– cubiertas? Lo siento, pero a esta pregunta, el
capitalismo y el consumismo que deriva de tal sistema no ofrecen una respuesta.
Y lo sabéis todos. Los que me leéis y con quienes os relacionáis. Cualquiera
que haya dado un abrazo honesto en algún momento lo sabe. Por tanto, si la
solución no está en incrementar el nivel de consumo y riqueza –no estoy en
contra de hacerlo, pero no soy tan estúpido de depositar mi destino en ellos–,
hay que buscar dónde se encuentra.
Pero vivimos
tiempos oscuros. Los poderes fácticos y sus mafias organizadas nos roban desde
las instituciones, desde las empresas y desde los medios de comunicación, y la
panacea que nos vendieron a través del sistema económico es únicamente una
condición necesaria, pero no suficiente. Y en algunos casos, incluso malsana.
El capitalismo ha convertido a las personas en objetos con los que saciar
nuestros apetitos egoístas, y la falta de respeto hacia nuestros iguales que
esto supone se ha banalizado hasta el extremo de considerarla no ya inhumana,
si no irremediable. Y nos ha convertido en los malos de nuestra propia
película. Aceptamos que los demás nos cosifiquen y nos consideramos pagados por
poder cosificarles a ellos.
Vivimos
tiempos oscuros, y hasta que el individuo no encuentre su dignidad y su valía,
así como su lugar en la realidad a la que le arrojaron por algún motivo, la luz
no podrá penetrar en las cavernas que habitamos.
Alberto Martínez Urueña
14-12-2016